A los 78 años murió ayer el periodista, crítico de cine y fundador del cineclubismo en el país Salvador Sammaritano, a quien varias generaciones de espectadores le deben su primer acercamiento a las mejores expresiones de cine arte a través del legendario Cine Club Núcleo, que fundó en 1953 (allí se proyectaron los primeros films de Ingmar Bergman en el país), y cuyas actividades continúan hasta hoy.
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Alguna vez comentó el humorista Ferro, creador del buzo Chapaleo: «Hay gente que te pone el pie para que te caigas. Yo conozco un tipo que, apenas te conoce, te pone escaleritas para que subas. Se llama Salvador Sammaritano». Alegre, lleno de anécdotas risueñas y chistes no siempre repetibles, el «Negro» Sammaritano fue maestro normal en su juventud y, sobre todo, amigo, en el más antiguo y porteño sentido de la palabra.
Así dejó el recuerdo en redacciones, bares aledaños a las redacciones, cines, distribuidoras y las sucesivas y variadas salas por donde condujo su cineclub, donde en las épocas de mayor censura se las ingenió para poder exhibir, aun corriendo riesgos personales, algunos de los títulos prohibidos por el siniestro Ente de Calificación.
En 1983, con la llegada de la democracia, extendió desde ATC su labor de difusión en el programa «Cine Club», que condujo durante varias temporadas. Estuvo al frente de numerosos programas de radio, fundó la revista «Tiempo de cine» (1960-1968) y fue director de la colección «Cine Ensayo» (1955-1970). Como gerente de Abril, fue pluma privilegiada en casi todas las publicaciones de esa editorial hasta 1983.
También dejó su recuerdo en las oficinas del INCAA, donde llegó a tener los cargos de vicedirector durante la gestión de Antonio Ottone y, poco después, director de la escuela de cine, Enerc, en la que sus restos eran velados desde anoche.
Acudió a multitud de festivales internacionales presidiendo la delegación argentina; una vez, un interventor del Instituto quiso conocer el Festival de Moscú. «Usted presénteme porque no conozco a nadie». El «Negro», entonces, le presentó a Luis Bardem, director comunista, pero con algo en común con el interventor: ambos amaban el tango. «Y esa noche terminaron los dos abrazados, cantando tangos en la Plaza Roja», se reía después Sammaritano. Hasta se dio el gusto de actuar en cine: primero en una fugaz aparición en «Paula cautiva», y en los '80 cuando Eliseo Subiela lo convocó para un pequeño papel en «El lado oscuro del corazón». Melómano, dueño de una discoteca y una videoteca enormes, solía fatigar junto con amigos suyos las mejores casas de CDs y DVDs importados y, a veces, se divertía escondiendo en sus bolsillos las excesivas compras al regresar, para que en casa no lo consideraran un gastador.
Tuvo un solo defecto: nunca quería molestar. Por no molestar a su familia, disimuló más tiempo de lo conveniente una dolencia que después ya no tendría cura. Su hijo Alejandro y su esposa, Pirucha, lo suceden al frente del Cine Club, que alguna vez fue definido con exactitud por su amigo Roland: «Núcleo: reunión de fieles en torno a un samaritano».
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