«Nathalie X» («Nathalie», Francia, 2003; habl. en francés). Dir.: A. Fontaine. Int.: F. Ardant, E. Beart, G. Depardieu y otros.
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"Si me tiene a mí, ¿qué busca mi marido en otras?": la típica pregunta sin respuesta de una esposa engañada, materia de tantos vodeviles y comedias de enredos, en «Nathalie X» toma otro rumbo y desemboca directo en Lacan. El nuevo film de Anne Fontaine es un festín para psicoanalistas, un drama que quizá defraude a quienes esperen ver hasta dónde puede llegar Emmanuelle Beart en el papel de una prostituta (o, más precisamente, cuánto puede mostrar), pero que deleitará a los apasionados por las misteriosas aventuras del deseo.
Dicho de otra forma: en «Nathalie X» no se ve nada. Todo se cuenta, tal como ocurre en el recoleto espacio de un consultorio de analista, sólo que acá están invertidos los términos: la «paciente» le paga a la profesional (y no justamente de Freud) para que le cuente y no para que la escuche.
Catherine (Fanny Ardant) es una ginecóloga casada desde hace muchos años con Bernard (Gérard Depardieu). Síntoma de nuestro tiempo: son dos exitosos profesionales, tan ocupados como estresados y, a esa altura del matrimonio, con atracción recíproca casi nula. Catherine, que tiene indicios de la infidelidad de su marido, se propone entonces investigar lo que más la desvela: ¿qué es lo que excita sexualmente a Bernard?
Para ello contrata a la prostituta Marlene (Beart), con el fin de que oculte su oficio tras una apariencia respetable y seduzca a su esposo. En sucesivos encuentros, muy bien pagos, la tarea de Marlene, ahora llamada Nathalie, será narrarle a Catherine, con la mayor precisión y detalle posibles, la conducta, gustos, costumbres y pequeñas perversiones de Bernard en la cama.
No hace falta haber leído demasiado a Freud para anticiparse a lo que sobrevendrá: un relato (o relación) de esa naturaleza no puede menos que desplazar, casi de inmediato, al pretexto que lo originó, es decir, a Bernard. Lo importante aquí es cómo quedarán modificadas de allí en más esas dos mujeres, comprometidas en esa singular relación verbal. Tampoco hace falta haber visto muchas películas de suspenso para adivinar cuánto de verificable y cuánto de imaginario hay en las narraciones de Nathalie; es más, no termina de quedar claro si la «revelación final» de la película, tan predecible, no es más que el simulacro de un «enigma» evidente.
En definitiva, «Nathalie X» podrá satisfacer, más o menos, las expectativas del público (es de aquellos films cuyas promesas previas pueden jugarle en contra), aunque nadie podría negar que se trata de una auténtica película de sexo verbal explícito. Es decir, más regocijante para mujeres que para hombres. M.Z.
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