24 de julio 2001 - 00:00

Rigurosa dirección de Renán realza una buena obra de Schmitt

Martínez y Mirás.
Martínez y Mirás.
«Variaciones enigmáticas», de E.E. Schmitt. Vers.: F. Masllorens y F. González del Pino. Dir.: S. Renán. Esc.: E. Basaldúa. Il.: A. Del Mastro. Int.: O. Martínez y F. Mirás. (Teatro Broadway.)

Apenas dos de las «Variaciones enigmáticas» (de las catorce desarrolladas en la música de Elgar), son develadas en la pieza de Eric Emmanuel Schmitt. Pero la mujer alrededor de la cual gira la trama tiene muchos rostros. Como los personajes de Pirandello, la amada invisible se transforma según el espejo en que se mira. Frente al amante adquiere las características de la pasión mientras para el marido es la representación de un amor más concreto que se apoya en la generosidad y en el casi heroico compromiso de defender la belleza de las acechanzas de la realidad cotidiana.

Es la mujer la que maneja las vidas de los dos hombres, que a través de las confesiones recíprocas intentan atrapar una imagen que se les escapa, porque la amada es enigmática como la Gioconda. Cuando el marido entra en la casa del escritor, lo hace obedeciendo el mandato de la muerta, que parece desear que por su intermedio se acerquen los dos hombres que ella ha amado en su vida y semeja ocupar por un momento el sillón vacío sobre el que cae un rayo de luz.

Resplandor

La pieza es bella y rica y Sergio Renán logra que resplandezca apoyándose en la acción interna y logrando que lo que sucede en el alma de los personajes se corporice en escena. Con inteligencia ha acotado los desplazamientos para que la atención del espectador no se distraiga con movimientos superfluos, logrando con sus marcaciones que la obra dramática refleje el carácter de la música. La sutileza con que ha tratado el material deriva en una sugestión casi hipnótica que cautiva al público, que contiene el aliento para no perder ningún detalle de la trama. Inteligente y rigurosa, su puesta tiene el mérito extra de estar al servicio de los actores.

La bellísima escenografía de
Emilio Basaldúa refleja admirablemente la cualidad espiritual de la pieza y el efecto de espejo que produce el piso bruñido sugiere que no sólo la mujer ausente tiene muchos rostros, sino que también los hombres que intentan atrapar su imagen son un enigma para sí mismos. El diseño de iluminación de Ariel del Mastro resalta el carácter de la puesta y refuerza la sugestión del clima. Todos los objetos parecen dotados de vida y energía.

Oscar Martínez compone con trazos sutiles al escritor que perfirió huir de una pasión que amenazaba su vocación, como si el amor de la mujer no tolerara ser compartido ni siquiera por su obra. Cínico al principio, va cediendo ante el marido hasta llegar a una confesión final que lo despoja de su máscara y le permite acercarse al otro sin temor a ser herido. Un trabajo impecable.

Fernán Mirás anima con convicción al modesto compañero, cuya generosidad lo impulsa a compartir a la mujer que amó con el hombre que le robó parte de su vida. Su composición expresa con exactitud la timidez que lo embarga frente a un rival egoísta y orgulloso. Los dos actores logran verter con sencillez casi coloquial los diálogos sutiles y complejos y reflejar el vínculo que se establece entre ellos con una sinceridad carente de toda afectación. En suma: un espectáculo que tiene todos los elementos que sustentan al arte: verdad, bondad y belleza.

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