4 de octubre 2001 - 00:00

Sinfonía de horror para rubia asustada

Los otros.
"Los otros".
«Los otros» («The Others», EE.UU., España, Francia, 2001; habl. en inglés). Dir.: A. Amenábar. Int.: N. Kidman, F. Flanagan, C. Ecclestone, E. Cassidy y otros.

Las rubias en el cine han sido siempre más vulnerables que las morenas. El deporte favorito de Alfred Hitchcock era asustar rubias, y asustarnos a través de ellas. Por castigo o venganza tal vez, ya que para él no había ser sobre la tierra tan desconfiable y fatal como una rubia, las preferidas por los caballeros en las comedias y por los malvados en las películas de terror.

Una rubia asustada ya lleva en el rostro el destino de víctima; de una morena se espera, en cambio, que su fortaleza interior, o su temperamento más decidido, termine salvándola. Y contra ese prejuicio fantástico no hay liga antidiscriminatoria que valga.

De acuerdo con él, el director español Alejandro Amenábar, hitchcockiano confeso, hace de «Los otros» una sinfonía de horror para rubia aterrorizada. Nicole Kidman, dueña absoluta de su cámara enamorada y sádica, recupera ese lugar sólo reservado, en otros tiempos, a la princesa Grace Kelly. Con aire victoriano, frágil y severo al mismo tiempo, Kidman, que también se llama Grace en esta película, se desplaza como estrella, habla como estrella, y sus miedos son mucho más profundos que los de los humanos. Son miedos de otro mundo. Miedos de una estrella asustada.

Cuando los tres nuevos criados llegan a su mansión, aislada en la niebla británica de los años 40 y con los rumores frescos de la guerra en el aire, Grace sabe de inmediato que algo extraño está ocurriendo. Ella pidió ese personal, pero el aviso aún no llegó a publicarse en el diario y ellos, en consecuencia, no pudieron haberlo leído. ¿Quién los mandó?

Los criados también tienen sus razones para preocuparse. Grace no parece una persona en sus cabales: sufre pesadillas con cuentos infantiles y exige cosas curiosas, como que nunca se abra una puerta sin que se cierre otra, para evitar que la luz penetre a pleno en el ambiente. También, intempestivamente, dice que tiene dos hijos, que habitan en una de las habitaciones superiores.

Si los criados no le creen, Grace se los va a mostrar: son chicos hermosos, rubios como ella y como su marido, que marchó a la guerra y a quien todavía espera volver a encontrar; chicos despiertos y encantadores, no como Víctor, ese fantasma a quien nunca vio pero al que sus hijos afirman haber sorprendido en la casa más de una vez.

De
«Los otros» no puede contarse mucho más sin estro-pear su misterio. Tampoco establecer la inevitable comparación con otra película que los espectadores no tardarán en descubrir, y que el director atribuye al simple azar. Sin embargo, la naturaleza fantástica del film de Amenábar no está apoyada en un sólo detalle, ni el desenlace concentra la totalidad del interés (aunque, desde luego, sin la existencia de esa otra película su originalidad se vería fortalecida).

«Los otros», una obra que reafirma la indeclinable sugestión del relato gótico, con mansión embrujada y objetos que se mueven sin lógica aparente aunque con riguroso sentido (el cine fantástico también tiene leyes que ningún artista puede violar sin que su obra se vea afectada), posee ese antiguo encanto que tanto desea, y extraña, el espectador amante del género.

Amenábar, a través de una puesta en escena que da con el punto justo entre lo soñado y lo real, extremadamente climática, maneja los tiempos y las muchas sugerencias con precisión calculada y delicadeza. En «Los otros» no hay desbordes, y la tensión permanente apenas se quiebra por una escena de sobresalto. Sólo una.

No hay nada más alejado de la intención de la película que distanciar al espectador con truculencias: el fin es atraparlo en ese mundo fantasmal, entrevisto a través de los sentidos y los temores de Grace, y que no lo abandone hasta el final. No era otra cosa lo que buscaba
Hitchcock: lo siniestro en un rayo de sol. Aunque aquí el sol sea mezquino, y sólo se filtre entre la niebla y las rendijas de las puertas. Los «otros» no necesitan más luz que esa para cumplir su misión.

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