«La mirada de Clara» (Argentina, 2007, habl. en español). Guión y dir.: P. Torre. Int.: G. Feldman, N. Segre, T. Garateguy, E. Soto, P. Audivert, N. Briski, B. Thibaudin, M. Jimeno.
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Esta película nos cuenta dos historias paralelas, que finalmente convergen casi de sorpresa aunque estén separadas en el tiempo, y nos niega una tercera historia, que hubiera sido lindo ver reflejada en nuestro cine.
Una transcurre en el presente. Un hombre es invitado, más bien intimado, a contarle la vida amorosa de sus abuelos a una desconocida que dice estar escribiendo un libro, pero solo de 5 a 7. Esa desconocida es joven, anda con peluca, y más que escritora parece una estudiante que considera sagrado y primordial el timbre de salida. Es que lleva una doble vida, como sabremos a mitad del relato, gracias a una breve y refrescante aparición de Norman Briski.
También la abuela llevaba una doble vida, cuando joven. Provista de una belleza personal, pero extremadamente miope, al casarse por correo prefirió «vivir en la neblina» antes que presentarse a su marido con unos anteojos ridículamente gruesos. Así estuvo, hasta que alguien la descubrió para el cine, con lo que empezó una segunda doble vida. El problema es que el marido, un amargado fotógrafo de plaza, empezó a vivir de ella, sin quererla. Y ya se sabe cómo siguen estas cosas.
Por suerte Pablo Torre, el autor (sobre su propia novela, «La ensoñación del biógrafo»), logra darle una vuelta de tuerca, y las cosas siguen, entonces, de un modo especial. También su película resulta especial, no sólo por el tipo de producción, bastante apretada pero capaz de buenas imágenes, sino porque sigue muy bien el espíritu de su padre, Torre Nilsson, en la visión sórdida de amores mezquinos, casonas decadentes, morbosidades de seres comunes, que dan lástima y asco a la vez, y, entre medio de todo eso, un alma inocente (por lo menos hasta cierto punto). Hay, además, un símil autobiográfico, varios guiños, y una semioculta propuesta de lectura alegórica, oblicua, que los torrenilssianos sabrán apreciar. A ellos, de algún modo, y a Torre Nilsson y su esposa (la madre de Pablo y Javier), está dedicada la película.
Lástima que en la elaboración de esta historia deje caer injustas sospechas sobre su abuelo, el poeta Leopoldo Torres Ríos, autor de «La vuelta al nido», «Pelota de trapo», «Aquello que amamos», y tantas otras bellezas, y de su abuela, Mia Nilsson, una hija de ingleses, fundadora de escuelas en San Isidro y Mar del Plata. Ambos, el autodidacta soñador y la mujer realista y compresiva, merecerían por lo menos un documental que los honre (el libro ya existe, «Leopoldo Torres Rìos: el cine del sentimiento», de Jorge Miguel Couselo, pero está agotado).
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