Robert Louis Stevenson, «Memoria para el olvido» (México, FECSiruela, 2008, 339 págs.)
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Al escocés Stevenson, más allá de los reiterados panegíricos de Borges, se lo tiene por autor de dos memorables libros que han sido descuidadamente catalogados «para adolescentes»: «La isla del tesoro» y «El extraño caso del Dr. Jeckyll y el Sr. Hyde», y una vida peregrina, que buscó acercarse a lo exótico más que a lo aventurero.
A los 28 años, Stevenson se desentiende de la abogacía para dedicarse a escribir. Su primera obra es un libro de viajes, pero ya allí está «ese estilo preciso, elegante y sobrio» que le dará fama. A partir de allí buscará abarcar, como buen escritor británico del siglo XIX, la narrativa (la novela de aventuras y de carácter fantástico) y el ensayo (del cual esta antología es un breve pero sustancioso ejemplo), que le permite mostrarse como hombre de pensamiento. Sigue la forma del ensayo establecida por Montaigne: parte de un elemento para divagar en torno a él, y sorprender con sus apreciaciones. Parte de recuerdos de la infancia para comentar que «la capacidad de disfrutar de Shakespeare bien puede compensar la perdida aptitud para jugar a los soldaditos» y concluir rogando que los adultos dejen tranquilos a los chicos, que ya bastante tendrán que sufrir. Da una clase de divagación al hacer la «Apología de la pereza»; practica el humor comentando «La personalidad de los perros»; induce a observar con un poco de atención los paisajes carentes de atractivo; confiesa cómo fue al encuentro del que considera su primer libro («La isla del tesoro») y se sirve de las recomendaciones a un escritor principiante para hacer escarnio del mundillo literario. A cada instante, partiendo de reflexiones de una incuestionablesensatez, Stevenson desliza apreciables aforismos sentenciosos. Hablando del corazón blindado que debe tener el viajero llega al tema del fin de la vida, él que vivió permanentemente enfermo y murió de un ataque cerebral a los 42 años, escribe: «no cabe duda de que, sea cual sea la edad a la que sorprende a un hombre, siempre se muere joven».
Resulta curioso el título que le dio a este conjunto el antólogo Alberto Manguel. «Memoria para el olvido», suena más a un tema gracioso de Boris Vian que para el autor de «El dinamitero» y «Cuentos de los mares del sur». Confiesa Manguel, que fue el contumaz epígono de Borges que fue Adolfo Bioy Casares quien le hizo leer los ensayos de Stevenson, empezando por los de «Estudios familiares de hombres y libros», y que con Borges «no entendían cómo Stevenson no era más leído hoy en día».
Manguel deja fuera de su selección algunos de los ensayos habitualmente más elogiados de Stevenson (como « Virginiebus» y «Publis et Umbria») pero bien vale este conjunto como un postergado encuentro con un fabulador que sabía hacer pensar.
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