30 de noviembre 2006 - 00:00

"Un buen año"

Russell Croweparecedivertirse conla aventurafrancesa de«Un buenaño», perodifícilmentelosespectadoresles pasemismo conestaconvencionalcomedia de unRidley Scottdesconocido.
Russell Crowe parece divertirse con la aventura francesa de «Un buen año», pero difícilmente los espectadores les pase mismo con esta convencional comedia de un Ridley Scott desconocido.
«Un buen año» (A Good Year, EE.UU., 2006, habl. en inglés y francés). Dir.: R. Scott. Guión: M. Klein sobre novela de P. Maley. Int.: R. Crowe, A. Finney, N. Cotillard, A. Cornish, F. Duflot, I. Candelier.

La humanización del voraz agente de bolsa londinense, que interpreta Russell Crowe, es tan difícil de creer como que Ridley Scott haya dirigido esta mezcla de enredos de gracia esquiva, romance almibarado, postales turísticas y toques de slapstick (no hay tortazos en la cara, pero el protagonista se revuelca en el barro que se acumuló durante años en el fondo de una piscina, por ejemplo). No es que toda la cinematografía de Scott sea «Blade Runner», pero esto es, sin duda, lo más impersonal que se le haya visto. Amén de convencional, ciento por ciento.

Scott inicia su film, basado en un best seller de Peter Mayle (viejo colega suyo en el cine publicitario), con un flashback módicamente esperanzador. Allí se ve a Max -el personaje de Crowe- de niño, recibiendo verborrágicas lecciones de vino y de vida de su tío Albert Finney, con el cautivante paisaje de la Provence alrededor. Pronto se sabrá que Max pasaba allí las vacaciones en su infancia. Con sólo verlo de grande, haciendo subir y bajar acciones mediante métodos non sanctos desde sus oficinas de Londres se comprende que, podrá saber de vinos, pero se olvidó de los consejos sobre la virtud de las pequeñas cosas.

Tras perpetrar una de esas transacciones, Max recibe desde Francia la noticia de la muerte de su tío, y allá va con la intención de cambiar rápidamente la propiedad heredada por dinero en efectivo. Los «enredos» empiezan ya en el viaje de ida, siguen con sus curiosos esfuerzos por poner en condiciones el lugar con sus propias manos (recuérdese que se trata de un hombre rico), la tenaz resistencia a la venta del viejo viñatero que se encargó siempre de la marca familiar, y la aparición de otra posible heredera llegada de Estados Unidos. El romance, sin embargo (o mejor dicho desde luego) será con una belleza nativa ( Marion Cotillard) que, según le dicen a Max, tiene razones para «no dejar que ningún hombre se acerque a su corazón». También se habla mucho, desde las diversas calidades de vinos hasta serias reflexiones sobre un cuadro de Van Gogh. Mezclado el cóctel, el resultado es siempre pura previsibilidad.

Además del improbable acento «british» al que está obligado (cuando no chapurrea en francés, pero eso tiene más lógica), Russell Crowe parece divertirse con esta aventura, igual que el resto del elenco y acaso también el director. No se puede asegurar que al espectador le pase lo mismo ni durante ni después de las dos horas de película.

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