«Venus» (G. Bretaña, 2006, habl. en inglés). Dir.: R. Michell. Guión: H. Kureishi, Int.: P. O'Toole, J. Whittaker, L. Phillips, V. Redgrave, P. Fox.
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Sin la capacidad de Hanif Kureishi para construir personajes ni su estupendo elenco, «Venus» sería apenas la variante british (vale decir más irónica y sombría) de los films sobre cantos del cisne que tanto le gustan a Hollywood.
Formalmente es también más televisiva, en el sentido de que, habiendo conseguido a O'Toole, se ve que la producción no juzgó indispensable gastar en otras cosas y que el director Roger Michell renunció a cualquier otro esfuerzo creativo que no fuera el de dirigir bien a esos actores. Lo que no deja de ser un mérito, desde luego. Además de «Un lugar llamado Notting Hill», su mayor acierto hasta el momento, Michell adaptó antes obras de Kureishi y también, aplanándola sin remedio, la novela de Ewan McEwan «Amor perdurable, en un film que se puede ver cada tanto por cable como «El intruso».
En este caso, Kureishi le escribió un guión que hace lucirse a Peter O'Toole como Maurice, un ex actor de talento y belleza legendarias hoy en franca decadencia en ambos aspectos, que sobrelleva con cierto humor, amén de generosos tragos, sus dolencias de viejo y a su atrabiliario amigo Ian (Leslie Phillips), a fin de cuentas su única compañía además del fantasma de la muerte. Ian también fue actor, pero a diferencia del otro, no está dispuesto a tener que hacer «de cadáver» en producciones de mala muerte, justamente.
Cuando le diagnostican un posible tumor de próstata (una de las escenas en las que se ilustra sin eufemismos la naturalidad con que se humilla a los viejos) y Maurice termina de darse cuenta de que, como solía decir el Bioy Casares crepuscular, se ha convertido en un viejo transparente para las mujeres, aparece un nuevo vértigo en su vida en fuga. Ahí cambia él y la película se desliza al melodrama en el mal sentido de la palabra. El vértigo es Jessie, la vulgar sobrina nieta cuasi adolescente que viene a instalársele a Ian en la casa, y de la que Maurice lisa y llanamente se enamora con los patetismos del caso. Si bien toda esta parte pudo haber sido menos manipuladora, previsible, etc., sirve para descubrir a una actriz (Jodie Whittaker) y, fundamentalmente, para ver a un gran actor encarnando la vejez («ese horror») y sugiriendo con todo el cuerpo la presencia de la muerte. Al respecto, así como ratifica su arte, su actuación tiene un problema. Al espectador le resulta muy difícil no identificar al intérprete con el personaje, cosa que termina de hacerse imposible cuando se ve una foto de Maurice -es decir de Peter O'Toole- joven. Por eso, aún cuando su trabajo es memorable (fue nominado una vez más al Oscar por este trabajo y perdió, una vez más, a manos del Idi Amin de Forest Whitaker), Vanessa Redgrave como la ex mujer de Maurice y, sobre todo, ese Leslie Phillips tan inglés y tan shakespeareano, casi llegan a hacerle sombra. Si no lo hacen es porque las escenas que comparte con ellos, sean tristes o graciosas, son las mejores de la película.
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