21 de octubre 2022 - 13:53

Cerebro: cómo afecta vivir en la gran ciudad

Los estudios científicos coinciden en que vivir en la gran ciudad termina afectando al cerebro. Los efectos que provoca habitar una gran urbe.

Cerebro y gran ciudad. 

Cerebro y gran ciudad. 

Magnet-Xataca

Vivir en una bulliciosa urbe o en un pequeño pueblo no solo repercute en cuán limpio es el aire que respiran tus pulmones: la neurociencia demostró que el cerebro es afectado en líneas generales para bien y, por el contrario, basta pasar unos pocos minutos en el ajetreo de la calle de una gran ciudad para que pierda capacidad de autocontrol y atención.

La urbanización es un proceso imparable. Ni siquiera la pandemia, que en apariencia debía favorecer el flujo de la población hacia las zonas rurales, consiguió ponerle freno. La población mundial residente en áreas urbanas prácticamente se duplicó entre 1950 y 2020: de un 29,6% a un 56,2%3. Incluso, en Europa, América del Norte, Australia y Japón, ocho de cada diez habitantes en 2020 residían en ciudades.

Ante cifras tan apabullantes, una duda natural que surge es si nuestro organismo se resiente según vivamos en el campo (una minoría) o en la ciudad (la mayoría).

Las conclusiones de la Universidad de Heidelberg

Donde vivimos condiciona tanto la estructura como el funcionamiento de nuestro órgano pensante. Uno de los investigadores que más empeño ha puesto en demostrarlo ha sido Andreas Meyer-Lindenberg, de la universidad alemana de Heidelberg.

Meyer y su equipo se dedicaron a escanear el cerebro de decenas voluntarios procedentes de entornos rurales y urbanos en situaciones estresantes.

En su experimento, los sentaban a resolver problemas aritméticos complejos a la vez que les reprobaban por su mal desempeño, les hacían ver que sus resultados eran inferiores a la media o refunfuñaban instándoles a darse más prisa. Pues bien, trabajando bajo tanta presión, los urbanitas se estresaban claramente más.

Los investigadores descubrieron que la amígdala, un área clave en el procesado de las emociones en general, y del miedo en particular, entró en acción exclusivamente en quienes habían crecido en ciudades. "El sensor de peligro está hiperactivado en el entorno urbano", concluía Meyer con los resultados en la mano.

No hace falta residir habitualmente en una gran ciudad para que el cerebro se resienta. Un estudio de la Universidad de Michigan (Estados Unidos) de hace una década concluía que basta pasar unos pocos minutos en una calle ajetreada de una gran ciudad –con tráfico intenso, luces de neón, sirenas y aceras abarrotadas de peatones– para que nuestro cerebro pierda capacidad de autocontrol y atención.

La buena noticia es que con la naturaleza pasa igual: un corto paseo por la naturaleza es suficiente para espantar los trastornos psiquiátricos.

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