2 de noviembre 2019 - 00:01

Los fríos (e insuficientes) números de la economía

Los países de la región atraviesan dificultades. Hay pobreza y desigualdad.

inequidad pobreza.jpg
Foto: Pixabay

Sudamérica – y América Latina en general -, ha crujido. La desigualdad y la pobreza, atemperados por la coerción y el control comunicacional que denota la historia de nuestra región, suelen encontrar su punto de eclosión cuando se conjugan con otras variables menos economicistas, menos palpables para la macro, pero potentes en términos cualitativos. La pasión, las ganas de vivir mejor, la necesidad de cambiar un presente de carencias. Las últimas semanas han sido una clara muestra de ello.

El falso “milagro económico chileno” desnudó para al resto de la sociedad lo que los economistas sabemos desde el primer día que ingresamos a la Universidad. Crecimiento no es igual a desarrollo, y el efecto derrame no solo no es una relación estrictamente proporcional entre acumulación de capital y propagación pro-positiva del mercado interno, sino que además es claramente insuficiente para terminar con las desigualdades.

Los números hablan por sí solos. Mientras el 1% más adinerado del país acumuló el año pasado el 26,5% de la riqueza, el 50% de los hogares de menores ingresos accedió solo al 2,1%; a ello se le adiciona que el 50% de la población activa percibe un salario de u$s550 al mes (el sueldo mínimo actual de subsistencia es de u$s414), bajo un escenario donde los medicamentos no genéricos y la educación privada, solo para citar algunos ejemplos, son los más caros de la región.

Sin embargo, este contexto no es suficiente para explicar el millón de personas que se unieron para reclamar frente al Palacio de la Moneda; para ello, se deben comprender los arraigados factores culturales que mellan en la estructura social chilena.

La capacidad de desarrollo de la ciudadanía se encuentra limitada por el apellido que se tiene, por el lugar donde se vive, por el colegio que se puede pagar para sus hijos. Por ende, el hartazgo no es puntual de un aumento del boleto del metro. Es acumulativo y suele tener un detonante. En este caso, ha sido la burla de altos funcionarios del gobierno de Sebastián Piñera que le pedían, a la enorme mayoría de jóvenes y trabajadores que apenas llegan a fin de mes, que se levanten más temprano pero evitar tener que realizar ‘ese esfuerzo económico’. Aquel que las élites, de las cuales ellos son parte, no realizan. Ni siquiera lo perciben.

Lo mismo ocurrió en Ecuador. Con enorme liviandad, el gobierno de Lenin Moreno le pedía a la ciudadanía hidalguía para soportar el incremento exponencial del precio del combustible, tras la quita de subsidios que permitirían ahorrar 1.000 millones de dólares. Mientras que, al mismo tiempo, los medios de comunicación no ocultaban, con total desparpajo, exenciones impositivas por 4.600 millones de dólares para los grupos económicos concentrados amigos del poder político. Como consecuencia, una gran parte de la ciudadanía salió a las calles. Sobre todo los indígenas, con sus mujeres al frente, quienes han sido hasta el día de hoy las más vulnerables: por su género, por ser indígenas, por ser pobres. El estricto cumplimiento financiero bajo las directrices del FMI provocaron el despertar de aquellas violentadas en su ser. Evidentemente, el honor no entiende de medidas obsecuentes para con la estabilidad macroeconómica.

Las elecciones en Bolivia y Uruguay han dado otra muestra de desgaste gubernamental; por más efectivos que hayan sido en defender sus valores progresistas, ambos gobiernos han percibido el descontento existente en un núcleo blando del electorado que busca alternativas superadoras. En este sentido, el ser humano quiere vivir mejor, tener una mejor calidad de representación institucional, poder satisfacer con felicidad sus propios deseos. Pero también los gobiernos han perdido su eficacia y se han enlodado en la ineficiencia y la corrupción, desarrollando un frecuente estatus-quo de poder que se balancea entre la oligarquía, la plutocracia y el nepotismo; lo que potencia, bajo un discurso de mayor eficiencia y democracia, aún más el drenaje de un electorado pragmáticamente desleal.

No es ilógico entonces que más allá del sostenido crecimiento económico boliviano durante casi todo el gobierno de Evo Morales, los actuales bloqueos abrevan en las medidas de fuerza que realizaban en los '70, '80 y '90, los mineros, indígenas y cocaleros, en una Bolivia hundida en la miseria y el saqueo. Otros actores, medios similares, el mismo objetivo de cambio. Tampoco para con la estabilidad macroeconómica que ha conseguido el Frente Amplio, que con 14 años de crecimiento ininterrumpido y un PBI per cápita que se ha incrementado en un 73% desde que asumió Tabaré Vázquez por primera vez (17.278 dólares anuales en 2018), encuentra difícil remontar el escenario adverso de balotaje. El electorado de centro le reclama el incumplimiento para frenar las altas tasas de homicidios, o la falla en la trasformación productiva hacia energías renovables, entre otros. Simplemente exigen salir – aunque sea parcialmente - de los datos duros de la macroeconomía, y acercarse a los requerimientos tangibles y cotidianos del pueblo.

Por su parte, la continuidad del periodo chavista inaugurado hace 20 años, conlleva una clara impronta geopolítica – por no decir militar – de apoyo Chino-Ruso-Cubano, que le permite a Nicolás Maduro mantenerse en el poder, a pesar de padecer una inflación anual que supera los 4 dígitos. Un ejemplo es la elección de Venezuela para ocupar un asiento en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, a pesar de las incontables denuncias sobre una clara estrategia gubernamental para neutralizar, reprimir y criminalizar a la oposición política. Igualmente, Maduro no solo no se hace problemas, sino que relativiza cualquier argumento que le puedan adjudicar. Más aún si en el Consejo también se encuentran Filipinas y Arabia Saudita, entre otros países enormemente cuestionados por su praxis coercitiva.

Mientras la mala gestión de la política económica doméstica ha sido la norma durante años, el poner el foco en el contexto global le brindó un respiro al gobierno bolivariano: el real (y agresivo) bloqueo económico estadounidense, se contrapone con el apoyo de las potencias orientales que ya se encuentran insertas y quieren incrementar su influencia en la región: tanto en términos diplomáticos, como para con la realización de ingentes inversiones, o la obtención de recursos naturales.

En este sentido, el caos económico y la hiperinflación poco le importan a Rusia, China y otros Estados europeos, mientras obtengan sus objetivos estratégicos (petróleo, zinc, etc.). La que si sufre, más allá de su nivel de ideologización, es la mayoría de la población venezolana. Que, para citar un ejemplo, busca desesperadamente obtener ingresos en dólares (alrededor del 40% ya percibe la divisa estadounidense, sobre todo vía remesas) para poder adquirir bienes y servicios básicos (medicamentos, alimentos, etc.). La brusca aceleración de la dolarización en Venezuela tiene como objetivo el defenderse de la hiperinflación, proteger el patrimonio y simplificar las ya tumultuosas operaciones económicas. Medidas económicas necesarias, pero que no cierran la ‘brecha política’ ni mitigan la violencia social.

En un escenario más benévolo pero igualmente preocupante, nuestro país también vive una migración al dólar. El desprecio hacia nuestra moneda y la creciente dinámica inflacionaria afectan enormemente a una sociedad con un nivel de pobreza que supera largamente las 16 millones de personas - cuyos ingresos no alcanzan para cubrir los servicios básicos -, y a 5 millones de conciudadanos que se encuentran desocupados o sub-ocupados. Sin embargo, lo que más se ha resaltado luego de las elecciones del último domingo ha sido la nueva ‘brecha socio-productiva’: entre los que ‘producen y trabajan’ y los que ‘viven del Estado’ – en todas sus modalidades -.

Lo que queda para racionalizar entonces sería por qué la inmoralidad de los números, le ceden el lugar de análisis primario al ‘bienestar relativo’. Todos estamos mal, pero otros se encuentran mejor o peor. Es claro que uno siempre quiere estar en el grupo ganador. O mejor dicho, ¿no deberíamos estar todos mejor, y dejar de lado la lucha del pobre contra el pobre? ¿O será que el miedo a descender en la pirámide social prevalece sobre la lógica de un mínimo contrato social?

En este sentido, es interesante destacar que durante el último debate presidencial argentino, un candidato propuso, con enorme liviandad, equilibrar el déficit fiscal despidiendo un millón de empleados públicos, además de exponer con cierta lógica racional el ‘vivir con lo nuestro’ a través de la eliminación de cuajo de la coparticipación federal. Lo preocupante es que no solo no se ha referido, bajo una estricta lógica economicista, a lo que ocurriría en el corto plazo con un hundido mercado interno por la falta de consumo; sino que ni siquiera ha mencionado como podría lidiar con un contexto socio-económico insostenible. Una angustia familiar que no se podría describir con palabras, pero que, evidentemente, no entraba dentro de su espectro de análisis. Un desapego que es la norma en una no depreciable cantidad de políticos de nuestro país, que parece que olvidan que su objetivo central cuando asumen es el bien común; pero sobre todo el mejorar la calidad de vida de los que menos tienen.

Lo expuesto denota varios puntos interesantes: por un lado, la alternancia de ciclos progresistas y conservadores, donde los diferentes gobiernos no pueden desarrollar una lectura pragmática y oportuna del mix que representan los cambios en el escenario internacional – siempre dinámico -, el descreimiento generalizado de su propia casta política, y especialmente la falta de políticas abarcativas y superadoras que ellos mismos no pueden o quieren proveer. Por otro lado, el continuo pensamiento que las soluciones economicistas homogéneas son validas para cualquier lugar y momento histórico, es un error que suele acarrear enormes consecuencias socio-económicas negativas. Una Latinoamérica repleta de inequidades requiere políticas redistributivas y sociales que promueven sociedades más justas; y la única forma de proveerlas es comprender la especificidad de cada historia, cada cultura, cada forma de vivir.

En este sentido, la puja de intereses intra-nacional es una permanente en todas las naciones, pero no es una cuestión exclusiva de la disputa por la riqueza. Hoy en día se ponen a consideración otras variables que se conjugan y complementan entre sí, lo que dificulta la acción simplista de la vieja política focalizada en ideales concentrados. Temáticas como el aborto, la protección del medio ambiente, o la inserción social de grupos minoritarios se entremezclan en la agenda económica de todos los partidos y requieren un trabajo quirúrgico para delinear un programa de Estado. Solo con una enorme claridad conceptual, altruismo moral y capacidad técnica, se podrá suavizar la virulencia (política, social y económica) en el intercalar de gobiernos de izquierda y derecha (en contraposición a lo ocurrido en estos tiempos en nuestra región, donde se han observado traspasos de mando con altos niveles de turbulencias).

En definitiva, propongo para concluir el observar los países del mundo con mejores indicadores en su calidad de vida: Suecia, Noruega, Finlandia, Australia o Canadá, por ejemplo. Altos PBI per cápita en sociedades fuertemente igualitarias, han generado una ciudadanía más educada, respetuosa, e igualitaria en tanto la comprensión, tolerancia y aceptación de los derechos de los individuos, que redundan a su vez en un círculo virtuoso en términos de mejoras económicas individuales y colectivas y que, posteriormente, repotencian nuevamente el desarrollo social previamente descripto.

Quizás allí se encuentre la clave para nuestra Latinoamérica: que los fríos números de la economía dejen de ser el objetivo per se, y se tornen una herramienta que primariamente genere altos niveles de educación y formación; ya que de este modo se podrá comenzar resolviendo enormes dilemas morales que luego, como un bumerán positivo, redundarán en la construcción de sociedades más justas y equitativas en términos económicos.

(*) Economista y Doctor en Relaciones Internacionales

Dejá tu comentario

Te puede interesar