2 de abril 2013 - 23:00

Carrera de fondo y pique electoral: las campañas presidenciales que en Brasil y Venezuela conduce Joao Santana

La breve campaña presidencial en Venezuela, apenas diez días, ya está "oficializada". Sin embargo, la maratón del oficialismo proselitista hacia el voto del 14 de abril se largó el 8 de diciembre, el mismo día en que en su última aparición pública Hugo Chávez delegó en Nicolás Maduro la sucesión de Miraflores. Una continuidad o punto y seguido, que se aplica también para el marqueteiro brasileño Joao Santana (artífice de las campañas presidenciales de Lula, Dilma Rousseff, y de la del propio Chávez en 2012), quien de un año a esta parte, divide su tiempo entre Venezuela y Brasil. 

Tanto, que en un alarde de síntesis en recursos marqueteiros, un corto con el mismo Lula diciendo "Maduro presidente, es la Venezuela que Chávez siempre soñó", dio esta semana el puntapié inicial de la campaña venezolana, donde hoy por hoy no hay analista que no vaticine el triunfo del actual presidente encargado, aun siendo copia poco fiel y nada agraciada del finado Comandante. 

En Brasil, sin embargo, a Santana le falta todavía tachar en el almanaque 18 cruces: son los meses de proselitismo hasta las presidenciales de octubre de 2014, donde Dilma va por su reelección. Para reforzar la apuesta, o para asegurarse de que el PT se enfilase detrás de su candidatura, fue también Lula quien hizo de bastonero de la campaña por la "re", cuando a mediados de febrero desde Sao Paulo, bajó la bandera de largada electoral para la actual presidente. Entre los motivos que se adujeron en ese momento para anticipar en más de un año la campaña estaba la pipa de la paz fumada entre Lula y su sucesora: el ex presidente apoyaría la "re" y no se postularía él mismo a un tercer mandato siempre y cuando Dilma levantase el pie del acelerador sobre la mega-causa del "mensalao", el escándalo de corrupción que salpicó a Lula en 2004, y que desde 2012 ha vuelto, revivido, a ocupar los titulares de la prensa. 

Contribuyeron, se supo después, asimismo los números: entre diciembre 2012 y enero 2013, Dilma trepó 9% en aprobación, según midió Ibope. Hoy, no sólo cuenta con 76% en intención de voto sino que ese porcentaje representa tres veces la suma total de sus posibles adversarios políticos. 

Son guarismos que ya le aseguran un triunfo en primera vuelta. De allí que para Carlos Alberto Saraiva, un analista del PT brasileño, ahora Joao Santana esté centrando la campaña de reelección en una "colección de marcas propias" de Dilma, donde se la pueda exhibir "como una madre social y una óptima gestora de gobierno". Todo, bajo el slogan de "el fin de la miseria". 

Los logros de Dilma (cada uno de ellos promocionado por la agencia de Joao Santana) constituyen el pacote (paquete) que la diferencia de su antecesor Lula: son ellos la baja en la tasa de interés, la reducción en las tarifas eléctricas, además del control de los precios en los alimentos y de los índices de empleo. Demás está decir que Dilma tiene que superar un andamiaje de acero instalado en el imaginario colectivo, como es la asociación casi exclusiva que se hace de Lula con los planes "Hambre Cero" y "Bolsa Familia", los más taquilleros de la década petista y que la actual presidente, en el caso del segundo plan, reforzó en 2012. Pero ni ese relanzamiento contribuyó para que Bolsa Familia se "readjudicara" a Dilma. 

No sería todo. El 1 de mayo, Día del Trabajador y fecha especialmente simbólica para el PT, Dilma Rousseff anunciaría otra medida más a agregar a su vitrina con trofeos de gestión: la eximición de impuestos para el transporte público urbano, que no es otra cosa que darle otra vuelta de tuerca, ajustando las tarifas, a la inflación que se le presenta indomesticada. 

En cuanto a la estrategia a definir frente al adversario político, tanto en Brasil como en Venezuela el mago del marketing Joao Santana viene mal acostumbrado: sus candidatos arrancan con demasiada ventaja frente a sus contrincantes. En el caso de Brasil, Dilma cuenta con el compromiso de "no innovar" de Lula (eso, por ahora: el brillante analista Raymundo Costa, dijo ayer en Valor Economico que no habría que descartar una reaparición de Da Silva en el escenario electoral si se diera la eventualidad de tormentas financieras o tsunamis inflacionarios). Pelé podrá haber sido " o Rei", pero si hay alguien indiscutiblemente imbatible en Brasil, ése es Lula. 

El horizonte opositor brasileño, por su parte, hoy está prolijamente delineado: el PSDB (social-democrátas, el partido de Fernando Henrique Cardoso) con Aécio Neves, y el Rede (izquierda ecologista) con Marina Silva, se reparten lo que hoy no son sino migajas electorales. El tercero es Eduardo Campos, gobernador de Pernambuco y líder del PSB (socialismo), que si bien es la promesa "joven" en el espectro político del país vecino, todavía juega a las escondidas con el oficialismo (el PSB es uno de los 17 partidos que conforman la "base aliada" del PT en el gobierno). El motivo es simple: cuatro gobernadores nordestinos (de los estados Amapá, Espírito Santo, Piauí y Paraíba) del mismo partido de Campos buscan la reelección en 2014. De cruzarse Campos de trinchera pondría en jaque no sólo el futuro político de ellos sino la supervivencia del partido, que el mismo gobernador de Pernambuco necesita para confrontar al petismo "por izquierda". 

Resta en este escenario una sola incertidumbre: la evolución de la Acción Penal 470, nombre técnico para el caso del mensalao. Ya recibieron condena los políticos José Dirceu, José Genoino y Delúbio Soares; los publicistas Marcos Valério, Ramon Hollerbach, Simone Vasconcelos y Cristiano Paz; y los financistas Kátia Rabello, José Roberto Salgado y Vinícius Samarane. Mas allá de que exista ese acuerdo entre Dilma y Lula para no avivar el fuego del mensalao, en 70 días el juicio será retomado por una Suprema Corte que acaba de ser renovada.

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