Nepal, el nuevo paraíso del tráfico de órganos
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El campesino Indra Bahadur muestra la cicatriz que le quedó de la ablación de riñón a la que se acaba de someter por 600 euros.
Una cruenta guerra civil entre el ejército y la guerrilla maoísta, la fuerte división social en castas y el aislamiento geográfico han convertido el reino del Himalaya en uno de los lugares más desesperadamente pobres del mundo. El campo no da suficiente para subsistir y a los vecinos de los pueblos del valle de Hokse, en el distrito de Kavre, no les queda nada de valor que ofrecer. Nada, salvo una parte de sí mismos.
Los primeros traficantes llamaron a las puertas de las familias más desesperadas de la región en 1995. El lugar era ideal. Lo suficientemente remoto y pobre para que pudieran operar sin temor a ser descubiertos; lo suficientemente cercano a la capital -a dos horas en coche de Katmandú- para convertirlo en centro internacional de compraventa de órganos.
• Subsistencia
La mayor tragedia del tráfico de órganos de Nepal está en lo poco que han cambiado las cosas para los que accedieron a vender. La mayoría son campesinos analfabetos que jamás habían visto 50.000 rupias juntas en su vida y que se gastaron el dinero en juego y bebida. Otros lograron pagar algunas deudas, comprar fertilizante para mejorar una o dos cosechas y medicinas para sus hijos. La vida, en casi todos los casos, ha seguido siendo tan dura como antes, pero con un riñón menos.
La venta de riñones se ha convertido en una forma de subsistencia más, a veces la única. Los pueblos del valle de los órganos son golpeados cada cierto tiempo por la contradicción de que, cuando alguno de sus vecinos sufre una enfermedad renal, su único futuro sea la muerte.
El tráfico de órganos no está entre las prioridades de una policía que tiene suficiente con defenderse de los ataques constantes de la guerrilla maoísta que lucha desde hace 11 años por crear una república comunista en el reino del Himalaya. La ley sólo permite la donación voluntaria de un órgano a un familiar y supuestamente castiga con cinco años de cárcel su comercio. La realidad es que lo único que ha disuadido a algunos vecinos a negarse a vender un riñón es la comprobación de que el sacrificio no ha servido para cumplir los sueños de quienes aceptaron operarse.
Los traficantes, conscientes de que el dinero que ofrecen no tiene el poder de seducción de antaño, acompañan sus últimas ofertas con increíbles promesas de propiedades, sueldos para toda la vida y ayudas en las cosechas. Udda Bagagin, de 22 años, decidió operarse después de recibir la garantía de que la receptora, una señora adinerada de Katmandú, le cedería un pedazo de tierra en la capital nepalí para que empezara una nueva y mejor vida. «Me mostraron un certificado de propiedad cuando estaba en el quirófano», dice este campesino, casado y con un hijo.
La operación se llevó a cabo, pero Bagagin nunca recibió la tierra prometida y se gastó todo el dinero que le dieron en tres meses de borracheras con sus amigos. Hace cuatro meses se presentó en la mansión de la señora de Katmandú que recibió su riñón para reclamar el cumplimiento del trato. Lo echaron a patadas y lo amenazaron con la cárcel si volvía a aparecer por allí.
El engaño constante de las mafias está lejos de poner en peligro un negocio en el que los traficantes se llevan con cada operación beneficios tres veces superiores de lo que pagan por un riñón. Al menos 30 intermediarios trabajan en la captación de nuevos donantes en los pueblos que rodean Hokse y los grandes capos, que jamás intervienen directamente en el proceso, han empezado a extender sus operaciones a otras zonas del país.
Nepal es, según Naciones Unidas, uno de los diez países más pobres del mundo, y las perspectivas de que deje de serlo son mínimas a corto o medio plazo. Según el grupo sanguíneo y la edad, los traficantes ofrecen entre 50.000 y 80.000 rupias -de 600 a 1.000 euros-, el sueldo de un campesino de la región de Kavre durante todo un año. El suministro de órganos, pues, está garantizado.
«Cuando me recupere, desenterraré el dinero para comprar un pedazo de tierra más grande, quizá lo suficientemente grande para alimentar a toda la familia», asegura Bahadur oteando el valle de Hokse, donde los vecinos esperan ansiosos que las lluvias de junio lleguen puntuales para regar sus campos y evitar la hambruna.




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