Las peleas del futuro no se distinguen de las del pasado ni las del presente. La lucha por la acumulación de capital físico (con su devenir financiero, aunque se hayan invertido los roles en el orden de prioridades) en base a la apropiación de recursos naturales estratégicos que permitan generar amplias cadenas de valor en industrias de alta tecnología permiten, a través de la lógica del comercio global, continuar incrementando el flujo y stock de bienes y servicios de los Estados; pero también – y por sobre todo – son utilizados como medio para potenciar el círculo virtuoso del poder duro (el aparato militar, la cyber-defensa, el control del espacio).
¿Por qué es importante ser ciudadano de un país que construye poder?
La importancia de vivir en un Estado 'poderoso' en términos geopolíticos y geoeconómicos es, principalmente, por la capacidad de redistribuir la riqueza que poseen.
¿En que radica la importancia de vivir en un Estado ‘poderoso’ en términos geopolíticos y geoeconómicos? Principalmente, por la capacidad de redistribuir la riqueza que poseen. Pero no en términos altruistas, sino simplemente para hacer cumplir los deseos de los paladines de la ‘pax social’: más recursos implican mayores ‘dádivas’ para contener a una ciudadanía cada día más demandante. Así es, mal que les pese a las elites globales, el ser humano quiere vivir mejor; por ende, los pedidos a los gobiernos, pero también a las grandes corporaciones a través de la ‘Responsabilidad Social Empresaria’, o al famoso ‘1% más rico’ bajo el halo de la filantropía coercitiva, tienen una tendencia creciente en cada rincón del planeta. De no recibir respuestas positivas, la expansión de las miserias y desigualdades solo implicará mayores tensiones sociales con consecuentes futuros impredecibles.
A ello se le adiciona otro dilema. La globalización tecnológica de las últimas décadas conllevó a un derrame de información variada y nutrida a aquellos lugares de la tierra que hasta finales del siglo pasado eran considerados remotos. En este sentido, una enorme cantidad de seres humanos tienen acceso a ver con sus propios ojos la pobreza, las injusticias, los peligros, o los debates que se llevan a cabo en torno a sus vidas y los temas de interés internacional. Ello ha enriquecido la capacidad de elaboración de ideas a través del cuestionamiento. Y contrarresta la famosa frase que dice que hay dos formas de poner de rodillas a un pueblo: ‘por las armas, o a través de la ignorancia’.
El otro punto a destacar es que la expansión de medios a nivel global, conlleva una contraparte económica. Los procesos de globalización de la producción se realizan a través de tercerizaciones hacia mercados ‘más económicos’, destruyendo el salario de la clase media del mundo desarrollado para homogeneizar un escenario socio-productivo que perpetua una gigantesca marea de clase media-baja, los cuales se han transformado en variables fundamentales que ayudan a la supervivencia de las Pymes dependientes de las grandes corporaciones, como así también a las erogaciones gubernamentales discrecionales – léase el tan mentado ‘gasto social’ de los poderes de turno. Todo ‘pendiente de un hilo’, contrario a los objetivos de sustentabilidad y desarrollo de la calidad de vida de la ciudadanía trasnacional.
Como se ha descripto, sostener los avatares de las mayoritarias clases empobrecidas y pauperizadas del mundo no es tarea sencilla para los que rigen los destinos del planeta. Sin embargo, no es imposible.
Por un lado, la vital información como ‘herramienta educadora’, es susceptiblemente dominada por los poderes político-económicos. Para una gran parte de la población no especializada en las denominadas Ciencias Sociales (Ciencias Políticas, Economía, Sociología), la manipulación de lo que se dice suele ser moneda corriente. Nadie espera que las mismas sean objetivas; pero deberían mostrar, al menos, los dos lados del mostrador – aunque sabemos que en muchas ocasiones el abanico de grises es amplio -, para que el ciudadano medio pueda tratar de analizar la realidad a través de diferentes prismas ópticos.
La otra temática relevante a destacar es la utilización de la grieta entre clases sociales inter-estatales similares, como elemento disuasivo de aquellos que quieren derribar el estatus-quo. Ya Arghiri Emmanuel, el economista marxista griego que tuvo una enorme relevancia a mediados del siglo pasado, sostenía que mientras las elites de los países desarrollados y sub-desarrollados se beneficiaban de los intercambios comerciales y financieros (los primeros en mayor medida, en base al deterioro en los términos de intercambio de los segundos), existía además algún tipo de beneficio relativo para con las amplias ‘clases medias’ del primer mundo, a través de mercados internos virtuosos. Pero el punto en cuestión es que los perdedores, las mayorías pobres de los países del ‘tercer mundo’, no solo reciben migajas del plusvalor de sus clases dominantes, sino que, y por sobre todo, se encuentran ‘desconectados’ con sus pares trabajadores - o mismo pequeños emprendedores desclasados -, de las otrora potencias Europeas, Estados Unidos, o Japón.
Finalmente los poderes dominantes tienen, como último recurso, el aparato represivo del Estado. Si, ya saben que desde la creación de las Naciones Unidas y todas sus declamaciones, no se encuentra bien visto la utilización de la fuerza para reprimir a una sociedad civil que declama mejoras urgentes y, peor aún, generalmente ‘demasiado racionales’. Pero los reclamos son cada vez más fuertes y poderosos, de sociedades que exigen un verdadero cambio y hacen tambalear a los poderes de turno. Ello es inadmisible. Por ello la validación y el llevar a la praxis – después se verá cómo se justifica -, los secuestros, la represión, las ejecuciones y la violencia psíquica, son una práctica lamentablemente ‘normalizada’ de aquellos que se encuentran justamente para cuidarlos y hacer valer/respetar sus derechos.
Para concluir, podemos afirmar que en la última década hemos vivido un poco de todo lo mencionado: desde los ‘indignados’ pasando por la primavera árabe; guerras comerciales y disminución de costos a como sea; conflictos intrínsecos ideológicos que abarcan desde la posición ante la inmigración o el cómo se controlan epidemias como el Coronavirus, o la violencia paraestatal como son el caso del Chile de Piñera o la Venezuela de Maduro, para ir muy lejos de nuestro entorno.
Dentro de este torbellino de situaciones, donde todas las variables son válidas y la puja de intereses contrapuestos es permanente, siempre termina prevaleciendo la fuerza o el dinero que ella puede comprar. O viceversa, ya que el orden de los factores no altera el producto: poder y riqueza se intercalan y se potencian mutuamente. Y en este sentido, sea cual sea la posición en la cual nos encontremos en cada entramado social nacional – aunque a muchos les pese y lo discutan, el sistema internacional se sigue rigiendo bajo el eje rector de los actores estatales – en el fragor de la batalla, mejor es estar bajo el ala de los ganadores.
Porque de lo contrario, las problemáticas se potencian negativamente y, como nos suele ocurrir a los argentinos, continuaremos descendiendo aún más a escenarios de rispideces políticas intra-nacionales cada vez más agresivas por la escases de recursos económicos/financieros y la falta de capacidades de poder para mantener o conquistar activos estratégicos; que si lo adicionamos a la ya crónica injusta redistribución de la riqueza generada, solo redundará en una mayor violencia y caos social donde ya nadie se salva: ni los que menos tienen que ya no saben como sobrevivir; lo que queda de la clase media que cada vez obtiene menos con un mayor esfuerzo; ni las clases más acomodadas, donde su seguridad corre peligro permanentemente. Como ocurre en ciertos países y regiones del mundo, donde jamás hubiéramos soñado estar. No, no estoy describiendo un escenario distópico. Es nuestra realidad actual.
(*) Economista y Doctor en Relaciones Internacionales. Autor del
Libro “La Sociedad Anestesiada. El sistema económico global bajo la óptica
ciudadana.”
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