El desconfinamiento se está proponiendo de manera progresiva, tanto en nuestro país como en muchos otros. La vida cotidiana, sin embargo, no tendrá sus características habituales antes de la pandemia sino dentro de un tiempo imposible a determinar, pero es factible que el riesgo de contagiarse perdure. Esto supone una adaptación a nuevas formas de vida, más restringidas y dolorosas por el distanciamiento social, incluidos nuestros afectos cercanos.
Los temores y precauciones al desconfinamiento progresivo
Las reacciones al levantamiento del aislamiento son siempre individuales en función de los mecanismos de defensas de cada uno. Cómo enfrentarlas.
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El virus no respeta fronteras geográficas ni tampoco las fronteras simbólicas de clase social. El desconfinamiento plantea incertidumbres.
¿Quién no anhela abrazar a su pareja, a sus hijos a sus nietos, a sus padres y amigos?
El abrazo, algo que nos parecía tan natural, se ha convertido en una esperanza. Si bien por un lado esta medida podrá aliviar económicamente a una gran parte de la población, pueden existir reacciones contrarias frente al riesgo de contagio siempre presentes.
Por un lado, aquellos que tienen temor y toman precauciones útiles, aquellos que tienen temor pero banalizan y aquellos omnipotentes que desestiman al virus negando la realidad del riesgo de contagio. Así vemos las playas llenas de gente en Miami, o un grupo perteneciente a la asociación del rifle en Estados Unidos, que se rebela contra el confinamiento.
Las reacciones son siempre individuales en función de los mecanismos de defensas de cada uno. Aquí es donde interviene el Estado para regular el riesgo social. Se calcula que cada persona infectada puede contagiar a 2,5 personas más en promedio.
Por eso es importante insistir que las precauciones deberán seguir existiendo y que si bien es importante no entrar en pánico, es sin embargo eficaz tener un temor prudente al riesgo real de infección.
Frente a lo disruptivo del virus en el cuerpo pero también en el psiquismo, se puede producir una reacción de pánico que paraliza y es estéril, o un temor lúcido ante una realidad inquietante que nos hace prudentes y eficaces, permitiendo evitar la diseminación del virus y simultáneamente protegerse.
Albert Camus, en La Peste, decía que las epidemias despiertan lo mejor y lo peor de las personas. Llama la atención la reacción de mucha gente ante el personal de sanidad, por un lado se los aplaude todas las noches en agradecimiento al riesgo que corren por infección o agotamiento, pero por otro lado de manera irracional se los quiere expulsar de los consorcios como si vehicularan la peste. En el mejor de los casos, este período de confinamiento habrá servido para reflexionar sobre la jerarquía que cada uno quiere dar de aquí en más a sus afectos y a sus verdaderos valores.
Xavier de Maistre, obligado a permanecer cuarenta y dos días en su habitación, escribió un libro que se llama “Viaje a alrededor de mi habitación”, en el cual propone un vagabundeo de ensueños creativos. Ojalá habremos aprendido de nuestros temores y ensueños que no somos sin el otro, que estamos todos en el mismo crucero, y que nadie puede resolver sus problemas de manera individual sino en interacción con el otro.
El virus no respeta fronteras geográficas ni tampoco las fronteras simbólicas de clase social. Es un virus democrático. Lo que es menos democrático es cómo cada uno puede confrontarse con las consecuencias económicas del confinamiento. Algunos seres humanos creyeron en la omnisciencia de la palabra "mercado", como si fuera el paradigma que debería regir nuestras vidas, en vez de privilegiar la condición de viviente y el entorno social que lo influencia.
El ser humano no puede existir sin el respeto a las leyes de la naturaleza y del ecosistema. Angustia la incertidumbre en cuanto al futuro del planeta, nuestra casa. Nada será igual que antes de la pandemia. Queda por saber si como sociedades seremos mejores o peores que antes de la misma.
(*) Médico psiquiatra, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
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