Dos frases pueden ayudarnos a cerrar el círculo de responsabilidades, y van más allá de una supuesta mala praxis. Una es reciente, la otra no tanto.
Herencia que no era pesada
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En un caso se dice: “si bien la herencia macroeconómica recibida por el Gobierno no fue ideal, no se la puede culpar por los resultados”. Figura en un documento reciente que elaboró Federico Sturzenegger, ex presidente del BCRA.
La segunda data de mediados de 2016: “la administración anterior nos dejó una bendición, un nivel de deuda bajísimo, de los más bajos del mundo”. La frase salió de la boca de Nicolás Dujovne, bastante antes de transformarse en ministro de Hacienda.
Dos sentencias que no deben pasarse por alto. Por un lado, porque destierran el mito de la “pesada herencia” con la que habría comenzado la actual gestión. Por el otro, porque ponen en primer plano el fracaso de sus políticas.
Los números de la actual gestión son contundentes. Enfocando sólo las finanzas públicas, y no el resto de las herencias que dejará (desempleo, desindustrialización, pobreza, etc.), la deuda pública con el sector privado pasó del 16,5% del PIB a fines de 2015, al 40% en marzo de 2019 (+23,5 puntos porcentuales). Lo que se le debe a los organismos pasó de 6,4% del PIB al 15,7% (+9,3 puntos). Estos ítems explican el aumento del endeudamiento, cuyo stock del primer trimestre culminó con una deuda de 88,5% (+34,9 puntos), guarismo que sin dudas seguirá empeorando en los tres trimestres siguientes, dadas la devaluación, la recesión y los nuevos desembolsos del FMI. Significa que en menos de cuatro años, la gestión actual revirtió una situación heredada que otorgaba al país autonomía para la toma de decisiones soberanas. Se rubricó una hipoteca, no sólo costosa sino innecesaria, tanto con la decisión de acudir al FMI, como con la de permitir la elevada fuga de capitales.
Aquellos que justifican la toma de deuda se basan en la idea de que no había más remedio en función del déficit heredado. Desde esa lógica, la postura del gobierno hasta habría sido amable con la ciudadanía, ya que no se quiso convalidar una estrategia de shock. Desde mi punto de vista, es un enfoque desacertado.
Por un lado, en los dos primeros años el déficit primario no se redujo; e incluso mostró aumentos. Pero vincular el tema de la deuda exclusivamente a la dinámica fiscal no revela la historia completa. ¿Cómo considerar si no los cerca de cuatro puntos del producto que se les reconoció a los fondos buitre, una magnitud mayor, incluso, que el déficit fiscal de todo el año 2016?
El incremento del endeudamiento de estos años terminará siendo muy superior a las necesidades del fisco. Además, al elegir un esquema de flotación cambiaria pura con total libertad para el movimiento de capitales, las devaluaciones tienen un alto impacto en el ratio de deuda, mayor cuanto más alto es el porcentaje en moneda extranjera. Durante el gobierno macrista, la mayor parte de la nueva deuda fue emitida en dólares, y una gran parte a cortísimo plazo: debilidades que han sido reconocidas por los analistas internacionales.
Como es sabido, los esquemas liberalizadores son frágiles y terminan sometiendo al país a una fuerte dosis de vulnerabilidad externa. De hecho, el puntapié inicial de la crisis cambiaria de 2018 tuvo que ver con el cambio de contexto internacional, en gran medida cuando la FED comenzó a modificar su postura de política monetaria. Decisión que había sido anunciada con más de un año de anticipación, por lo que no constituyó novedad alguna. Esto responsabiliza más aún a esta gestión, que eligió como parte de su modelo a todo un conjunto de políticas de apertura y liberalización financiera, muy sensible a los “vuelos a la calidad” de los capitales especulativos globales.
El problema entonces no es el gradualismo o el shock, pues tal como fueron aplicados, ambos significaron un fuerte ajuste. Lo que resultó inconsistente es el modelo, tal es así que se lo está apuntalando con medidas de regulación “no deseadas” pero esenciales para aquietar la volatilidad cambiaria.
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