9 de enero 2020 - 10:04

Pobreza UCA vs. Todesca: ningún inocente

Durante el segundo gobierno de CFK, los datos de pobreza de la UCA se alejaron tanto de la realidad como los del "INDEC de Moreno". Bajo la conducción de Todesca, en 2016 el INDEC realizó un cambio metodológico que no fue debidamente comunicado, y que generó, hasta hoy, confusiones en la lectura de los datos sobre pobreza.

Jorge Todesca y Agustín Salvia.

Jorge Todesca y Agustín Salvia.

NA

En los últimos días se generó una fuerte controversia respecto a los datos de pobreza, con Jorge Todesca, extitular del INDEC durante la gestión Cambiemos, acusando al Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) de la UCA de actuar con “intencionalidad política”, luego de que este diera a conocer el 40,8% de pobreza que arrojaron sus estimaciones para el tercer trimestre de 2019. Curiosamente, Todesca acusó al ODSA de presentar sus resultados en el mismo momento en que Macri realizaba por cadena nacional un “balance” de su gestión, desconociendo, o pretendiendo desconocer, que el ODSA había programado la actividad para ese momento bastante tiempo antes de que el expresidente decidiera hacer su descargo público.

Ahora bien, ¿cuál es el trasfondo de todo esto? Se trata de un tema en el que, lamentablemente, política y metodología se cruzan permanentemente, y en el cual cada uno lleva agua para su molino según la coyuntura, agregando mayor confusión al debate público.

Para entender lo que pasó es preciso retroceder en el tiempo y analizar la manera en que los distintos actores fueron “reperfilando” sus discursos y acciones. Inevitablemente, esto implica transitar por algunos de los engorrosos vericuetos de la metodología de medición de la pobreza.

Pecado de origen: los datos del ODSA/UCA hasta 2015

En primer lugar, cabe destacar que toda esta controversia es una consecuencia más de la nefasta intervención del INDEC entre 2007 y 2015 (quizás el mayor error del kirchnerismo, en términos de los costos económicos y políticos que debió afrontar). La alteración de los índices de precios llevó, crecientemente, a valores irrisorios la línea de pobreza y, por tanto, al porcentaje de la población que se encontraba debajo de la misma.

En este escenario, distintos actores procuraron realizar estimaciones de la pobreza en cada momento, recurriendo a diferentes alternativas metodológicas. Todos ellos, lógicamente, utilizaron fuentes alternativas de precios (índices de precios de provincias o de consultoras privadas fuera de cualquier sospecha de manipulación) para valorizar la línea de la pobreza.

Por otra parte, la mayoría de las mediciones alternativas siguió empleando los datos de INDEC, provenientes de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), referidos a los ingresos de los hogares. Sin embargo, la particularidad del ODSA fue que, en lugar de utilizar la EPH, contaba con una encuesta a hogares propia con información sobre los ingresos de los hogares.

De ese modo “saltaba” la impugnación que algunos referentes del arco técnico-académico vertían sobre la calidad de la EPH. Este detalle, pero especialmente la fuerte repercusión que sus datos tuvieron en los grandes medios de comunicación y entre la dirigencia política de quienes en aquel momento se encontraban en la oposición, posicionaron por esos días al ODSA como la institución con mayor grado de legitimidad al momento de buscar referencias “creíbles” sobre pobreza.

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Sin embargo, más allá de la reputación obtenida, los datos proporcionados por el ODSA no fueron ni más transparentes ni más precisos que los obtenidos a partir de la EPH y utilizando valores de fuentes alternativas para la línea de pobreza. El ODSA fue escasamente exhaustivo al momento de explicitar los criterios adoptados. Por un lado, nunca hubo claridad sobre las decisiones relativas a la valorización de la línea de pobreza utilizada (esto es, a qué fuentes de precios recurrió en cada período), lo cual le otorgaba gran discrecionalidad para fijar dicho umbral, cuyo impacto sobre el resultado es directo (a mayor valor de la línea de pobreza, mayor porcentaje de personas pobres). Por otro lado, con excepción de los datos de 2010, el ODSA no hizo públicas sus bases de datos. Esto impidió (e impide actualmente) hacer una “validación externa” de sus resultados. A la vez, le ha permitido al ODSA modificar casi esquizofrénicamente los resultados de un mismo período en sus distintos informes.

Si uno se toma el arduo trabajo de revisar las publicaciones del ODSA, encontrará que sus datos van a contramano de la evolución de los múltiples indicadores de cantidad de perceptores de ingresos y de poder adquisitivo de las distintas fuentes de ingreso de los hogares (mercado de trabajo, prestaciones de la seguridad y la protección social), de las estimaciones independientes basadas en la EPH o de los datos de la Dirección de Estadística de la Ciudad de Buenos Aires (en ese entonces, bajo el mando de Macri). Por ejemplo, para el ODSA entre 2011 y 2015 la pobreza había crecido 5 puntos (quedando también por encima del dato de 2010), con subas interanuales en todos los periodos, incluso entre 2014 (año de inflación en torno a 40% y caída del PBI) y 2015 (de fuerte recuperación económica enmarcada en la lógica de “año electoral” y desaceleración de la inflación).

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Jorge Todesca, titular del INDEC.

Jorge Todesca, titular del INDEC.

Esta inconsistente pero constante suba de la pobreza informada por el ODSA entre 2011 y 2015 llevó a que su estimación de pobreza se ubicara en 2015 en niveles astronómicos: 29,7% de la población. El último dato fiable del INDEC, con la misma metodología, había sido de 26,9% para la segunda mitad de 2006.

Claro que, al no tratarse de la misma fuente, ambos datos no resultaban linealmente comparables. Sin embargo, ciertos artilugios comunicacionales hicieron que, en la práctica, fuesen comparados, llevando a muchos a la absurda conclusión que la pobreza en 2015 era mayor que en 2006. Para el caso, desde el ODSA, durante los años de la intervención, se encargaron de minimizar las diferencias metodológicas entre la encuesta propia y la EPH (universo cubierto, forma de registro de los ingresos, etc.), pese a los cuestionamientos que muchos especialistas realizaban, fortaleciendo la idea de “comparabilidad” entre ambos datos (pero, claro, cuidándose de decirlo explícitamente). Del mismo modo, desde la publicación del dato de 2012, omitieron presentar sus propias estimaciones para los años 2006-2009.

Mientras duró la intervención del INDEC, no existían elementos certeros para evaluar las distintas estimaciones de pobreza, lo que habilitaba a que cada quién pudiera decir lo que quisiera. Con la “normalización” a partir del cambio de gobierno a fines de 2015, los datos del INDEC fueron brindando mayores elementos para analizar lo que realmente había pasado con la pobreza y la pertinencia de los distintos ejercicios que habían procurado estimarla. Sin embargo, decisiones tomadas por el propio Instituto volvieron a embarrar la cancha.

El año de la “coincidencia” entre el INDEC de Todesca y el ODSA/UCA (2016)

En septiembre de 2016 el INDEC anunció la “recuperación” de la medición oficial de pobreza, informando que para el segundo trimestre había alcanzado el 32,2% (la publicación del dato trimestral fue una excepción, ya que la estimación oficial, por razones estacionales, es semestral).

El tercer trimestre de 2016 es el primer período para el cual podemos confrontar directamente los datos del ODSA con los del INDEC. A fines de ese año, el ODSA informó que su estimación de pobreza era de 32,9% mientras que para el INDEC llegó al 30,7% (promediando 30,3% en el segundo semestre).

La interpretación prácticamente generalizada alrededor de los primeros datos de pobreza del INDEC, especialmente entre la dirigencia oficialista y el mainstream mediático, fue que los datos oficiales no solo mostraban el desastre de la “herencia K” (y convertía en certeza la hipótesis de que la manipulación de los datos del INDEC hasta 2015 fue para ocultar el deterioro social) sino que también confirmaban que “la UCA tenía razón”.

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Sin embargo, contrariamente, si algo permiten deducir los datos publicados por el INDEC en 2016 es que la estimación del ODSA estaba más lejos de la realidad que, incluso, el último dato publicado por el “INDEC de Moreno” (4,5% en el segundo semestre de 2013).

Y es que detrás de esta aparente similitud entre las mediciones del INDEC y el ODSA se esconde una pequeña gran diferencia: mientras que el 32,9% del ODSA correspondía a una línea de pobreza de $9.283 (para un hogar tipo del GBA), el 30,7% del INDEC correspondía a la línea de pobreza resultante de la nueva metodología del INDEC, cuyo valor ($12.530) resultaba un 35% más alto que el utilizado por la UCA. En otras palabras, si la UCA hubiera medido la pobreza en su propia encuesta con la nueva línea de pobreza usada por el INDEC, la tasa de pobreza le hubiera dado alrededor de 45%.

En definitiva, para que los resultados de INDEC y UCA se parecieran tanto fue necesario que la canasta básica total, cuyo precio define la línea de pobreza, incorporara productos de modo tal que resultara mucho más cara. ¿Cómo ocurrió eso?

El INDEC mide oficialmente la pobreza por ingresos desde 1988. En aquel momento, las canastas se construyeron en base a la encuesta de gastos de los hogares (EGH) 1985/1986. En los años siguientes la canasta no se modificó, presumiblemente por presiones políticas, a pesar de tener parámetros más actualizados de las EGH posteriores (1996/1997 y 2004/2005). Sobre la base de esa metodología histórica, el último dato indiscutido de pobreza (previo a la intervención del INDEC) fue el 26,9% correspondiente al segundo semestre de 2006.

Desde ese entonces y hasta mediados de 2016, todas las estimaciones alternativas de pobreza (incluso la del ODSA) se realizaron considerando esa misma metodología histórica.

Pero en 2016 el INDEC, en lugar de calcular la pobreza de acuerdo con la metodología histórica, decidió realizar una “actualización” metodológica (recurriendo a las ENGH 1996/1997 y 2004/2005) que tuvo como resultado una línea de pobreza alrededor de 33% más cara que la anterior, cuyo impacto en la tasa pobreza es de un incremento de alrededor de 12 puntos porcentuales (variando entre 10 y 14 puntos en distintos periodos).

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Si el INDEC hubiera presentado el cálculo de pobreza con su metodología histórica, el dato del segundo trimestre de 2016 se habría ubicado en el orden del 20% (y no 32,2%), a la vez que, producto de la pérdida de poder adquisitivo que siguió a la devaluación tras la salida del “cepo” y a los “tarifazos” de inicios de 2016 (además de que, por razones estacionales, el segundo trimestre arroja el valor de pobreza más alto del año), hubiera sido sencillo deducir que a fines de 2015 la pobreza se ubicaba en torno al 15%, valor que representaba apenas la mitad del dato informado por la UCA en aquel momento para 2015 (29,0%).

No se trata de que fuera incorrecto o ilegítimo modificar la metodología. Los problemas son de otro orden. Por un lado, el sentido de la oportunidad: si en el imaginario de todos los actores (académicos, periodismo, dirigentes, opinión pública) estaban los datos de la metodología histórica y el INDEC venía de atravesar un período nefasto, ¿no hubiese sido mucho más razonable publicar el dato con esa metodología, en lugar de innovar (más aún cuando era sabido que pocos años después se estaría en condiciones de avanzar en una nueva metodología, basada en la EGH 2018)?

Por otro lado, aun cuando pueda argumentarse sobre la necesidad de actualización, lo que de ninguna manera resulta aceptable fue la casi nula comunicación del cambio metodológico: recién dos meses después de dar a conocer ese dato, el INDEC publicó un informe en el que reconoció su enorme impacto: para la segunda mitad de 2006, con esa nueva metodología la estimación de pobreza trepaba al 40%, frente al 26,9% de la metodología anterior

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Con esta información, quedaba en evidencia que, durante los años que duró la intervención del INDEC, la pobreza no subió, sino que bajó considerablemente. Claro que este documento no ha tenido, ni por asomo, la repercusión que genera la publicación de los datos.

Peor aún, el mismo día en que se publicó el dato de pobreza del segundo trimestre de 2016, el propio Todesca declaró ante los medios que "no tenemos ningún punto de comparación hacia atrás, que no sea esta cifra de 2006 [26,9%] o la cifra más absurda de 2013 [4,5%]." Sí, el mismísimo “San Martín de las estadísticas públicas” mezclando peras con manzanas. Puede incluso que no se haya enterado de la “actualización metodológica” o de su impacto en los resultados, pero, en cualquier caso, por acción u omisión, Todesca es el principal responsable institucional de los enredos posteriores en la discusión sobre los datos de la pobreza.

En definitiva, si el INDEC hubiera dado a conocer en primer lugar el dato de pobreza del segundo trimestre de 2016 calculado con la metodología histórica (o incluso, en conjunto con el dato resultante del cambio metodológico), no solo habría aportado elementos al debate público mucho más aprensibles e intuitivos para los distintos actores, sino que habría dejado al descubierto lo disparatado de los resultados del ODSA.

La “grieta” entre los datos del ODSA/UCA y el INDEC (2017-2019)

La publicación de los datos del ODSA desde 2017 a 2019 estuvo signada por un surrealismo absoluto. En cada informe que se presentaban nuevos datos, se reestimaban permanentemente (a partir misteriosos coeficientes de empalme que vendrían a garantizar la comparabilidad, neutralizando cambios “técnicos”) las tasas de pobreza de los años anteriores, tanto de los valores correspondientes a la metodología histórica como a la actual (en el Apéndice, al final de la nota, pueden encontrarse algunos detalles).

El informe reciente en el que se presentó la tasa de pobreza de 2019, no trajo aparejados más cambios en la serie histórica, aunque incluyó el nuevo dato que irritó a Todesca (40,8% de pobres en el tercer trimestre). Ahora bien, tomando como válidos los resultados del último informe, ¿qué mostraron los datos de la ODSA en relación con los del INDEC desde 2016 a 2019?

En primer lugar, entre puntas, se observa un crecimiento de la pobreza. En segundo lugar, el sentido de las variaciones interanuales es el mismo en ambas fuentes: entre 2016 y 2017 la pobreza disminuye, en 2018 aumenta y lo mismo se observa en 2019. Esto parece poco y evidente, pero recordando lo publicado por el ODSA para el periodo 2010-2015 y su falta de correlación con la realidad, ya debería ser motivo de celebración.

Las diferencias en estos años tienen que ver con la intensidad de las variaciones: mientras que la baja de 2017 frente a 2016 fue más suave para el ODSA que para el INDEC, las subas posteriores fueron mayores para el ODSA. Como resultado, mientras que la distancia entre ambas mediciones en el tercer trimestre de 2016 era de 2,1 puntos más para el ODSA, en el mismo periodo de 2019 la brecha se estiró hasta unos 8 puntos (estimando, en base al informe de distribución del ingreso, que para el INDEC se ubicará en torno al 33%). Pero a no preocuparse, probablemente, el año que viene un nuevo ajuste, coeficiente o empalme por parte del ODSA podría volver a acercar ambas mediciones…

Epílogo

A partir de los insumos parciales que nos brindan las diferentes fuentes públicas y fiables de estadística social, podemos afirmar sin demasiado margen de duda que la pobreza (considerando la metodología actual) pasó de casi el 70% a fines de 2002 e inicios de 2003 a 40% a fines de 2006, y que luego continuó descendiendo, a un ritmo más moderado, hasta 2011.

Entre ese año y hasta inicios de 2018, con las excepciones de los picos post devaluación de 2014 y 2016, este indicador osciló en torno al 24%-27%. Desde fines de 2018, la pobreza dio un salto inédito desde la crisis de la Convertibilidad, ubicándose en torno al 35%. Con bastante probabilidad, el dato del segundo semestre de 2019 que el INDEC informará en marzo se ubicará en torno al 36% (lo que implica que el gobierno de Macri habrá dejado unos cinco millones más de pobres de los que había al iniciar su gestión).

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En definitiva, los resultados del ODSA nunca reflejaron fielmente la evolución del indicador de pobreza por ingresos, más allá de todas las argucias técnicas que puedan esgrimirse. Pero si hubo un período en el que esto ocurrió con mayor intensidad fue durante los gobiernos de CFK, especialmente en su segundo mandato, contribuyendo a instalar en la opinión pública un clima de retroceso en las condiciones materiales de vida que no se condecía con la realidad.

Lo que llama la atención es que los mismos actores que, premeditadamente, por ignorancia o por omisión, legitimaron en aquel entonces a esta institución, sean hoy quienes se rasgan las vestiduras cuando la coyuntura cambia. A esta altura, todos deberían saber que, en la delicada arena de la producción y comunicación de la estadística social, también aplica la fábula del escorpión y la rana.

Apéndice: El show de los “empalmes” (2017-2019)

Como mencionamos, una particularidad del ODSA es que continuamente presenta números diferentes para sus series, tanto en lo relativo a la tasa de pobreza como a los precios de la línea de pobreza. La explicación de esos cambios, cuando la hubo, contuvo apenas argumentos vagos y de imposible verificación.

Pero, a partir de esta estrategia y sin levantar demasiado ruido, logró lo que parecía imposible: presentar una nueva serie, basada en la nueva metodología de valorización de la línea de pobreza del INDEC, cuyas tasas de pobreza se ubicaran en sintonía con los del organismo oficial, e incluso por debajo de sus estimaciones previas en base a la metodología histórica (para la cual recordemos una vez más, la línea de pobreza era sustancialmente más baja y arrojaba alrededor de 12 puntos porcentuales menos de incidencia de la pobreza).

Al dar a conocer los resultados de 2017, el ODSA presentó la serie basada en la metodología histórica desde 2010 a 2017, pero para este último año, mostró también el resultado con la nueva metodología. En el primer caso, el dato de 2017 fue 28,6% (con una línea de pobreza de $11.139), en el segundo caso, de 31,4% (con una línea de $15.240). Así, lo que el INDEC oficialmente reconoció como una brecha de más de 12 puntos entre ambas metodologías, para el ODSA/UCA fue de menos de 3 puntos.

¿Cuál fue el argumento? En 2017 el ODSA lanzó una nueva versión de la encuesta, con marco muestral basado en el censo 2010 en reemplazo del anterior basado en el censo 2001: si bien se trata de una práctica habitual y genera disrupciones en las series, el efecto sobre el indicador de pobreza puede variar entre no más de algunas décimas y a lo sumo dos puntos porcentuales; sin embargo, en el mágico mundo del ODSA este pequeño ajuste implicó un aumento de 22% en el ingreso per cápita familiar y, con ello, una caída de alrededor de 10 puntos de la tasa de pobreza en la serie en la que se aplica la nueva metodología.

pobreza

Más aún, con la presentación del dato de 2018 el ODSA decidió recalcular para atrás toda la serie desde 2010 en base a la nueva metodología del INDEC (las variaciones interanuales del valor de la nueva línea de pobreza, inexplicablemente, no guardan ninguna relación con lo que se observa con la línea de pobreza histórica que habían utilizado), recurriendo a misteriosos pero efectivos “empalmes”. Y, en un abrir y cerrar de ojos, los datos de pobreza con la nueva metodología quedaron, para todos los años, por debajo de los que nos informaban con la metodología histórica. Incluso el 31,4% informado en 2017 (año para el cual no resultaba necesario ningún ajuste, pues el marco muestral y el cuestionario aplicado eran idénticos a 2018) se transforma en un más conservador (y cercano al dato del INDEC) 28,2%.

Como si fuera poco, a mediados de 2019, el ODSA publica un documento de “revisión y actualización metodológica” en el que recalcula las series 2010-2018 tanto con la metodología histórica (y marco muestral del censo 2001) como con la nueva metodología (y marco muestral del censo 2010). Allí solo se informan valores (corregidos a la baja desde 2013 en adelante) de la línea de pobreza para la metodología histórica hasta 2017 (no para 2018, cuyo valor resulta un misterio), y solo se presentan los montos de las líneas de la nueva metodología para 2017 y 2018, que obviamente coinciden con los del INDEC, con lo que no queda más que suponer que para el resto de los años continúan siendo válidos los informados al presentarse originalmente el dato de 2018.

La novedad de esta revisión estuvo dada por la corrección de los ingresos a partir de la nueva forma de relevarlos desde 2017 (por perceptor y fuente, y no el ingreso total del hogar, como relevaba el ODSA hasta 2016) y por modificaciones en la imputación de los valores faltantes. Normalmente, cuando se aplica este tipo de correcciones suelen tener un efecto más o menos parejo en los distintos años; pues bien, esta regla tampoco aplica para el ODSA: mientras que en algunos años la tasa de pobreza permanece idéntica a lo publicado en los informes previos, en otros casos los saltos llegan hasta 4 puntos porcentuales.

Entre otras novedades, mientras que desde inicios de 2016 y hasta mediados de 2019 el ODSA nos dijo que, con ambas metodologías, la pobreza en 2015 resultaba mayor que en 2010, partir de este nuevo informe nos dice, por fin, que en 2010 había más pobreza que en 2015. Del mismo modo, entre 2011 y 2012 tampoco habría habido una suba de la pobreza.

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