14 de junio 2020 - 00:00

Para leer y reflexionar: ¿existe un marxismo de derecha?

Suponer la raíz conflictiva o violenta de la sociedad únicamente en la existencia de una cosmovisión materialista, marxista o colectivista, reduce y empobrece un debate urgente que debiéramos darnos no solo a nivel de nuestro país.

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Lestermind

Texto en co-autoría con Brian Frojmowicz, autor de "Liberalismo Dialógico" (en proceso de impresión).

En las últimas horas, se produjo una discusión en redes sociales de enorme riqueza, pero al mismo tiempo, plagada de confusiones. Este es nuestro intento de aportar claridad al debate que aún permanece en curso.

En primer lugar, consideramos imperativo señalar la enorme peligrosidad del estiramiento conceptual, al momento del análisis científico de los fenómenos sociales, tal como supo advertir Giovanni Sartori (1970). Cuando se estira un concepto, para que abarque más de lo que debiera, éste extravía su significado y, lejos de allanar el análisis, lo tergiversa u oscurece. En tal sentido, los enunciados de la filosofía marxista están cargados de definiciones ontológicas profundas, con lo cual la extensión de los mismos en la práctica, es cuando menos acotado. O, dicho de otro modo, no deberían usarse en un ámbito académico o informativo responsable, de cualquier modo y para cualquier cosa.

Por otra parte, es incorrecto considerar que las posiciones políticas de derecha tienen como característica central, en todo tiempo y lugar, el rechazo a las ideas de Carlos Marx. Esta afirmación no contempla que, tal como señala entre otros, Norberto Bobbio (1995), el origen de la distinción se remonta a los tiempos de la Revolución Francesa de 1789, donde, nuevamente, sería forzado hablar de marxismo, puesto que habrá que esperar hasta 1818 para el nacimiento del fundador de esta doctrina. Sí podrían advertirse posiciones materialmente igualitaristas, inspiradas tal vez en tradiciones ya para entonces milenarias como las de Platón, o más contemporáneas como las de Tomás Moro, o J. J. Rousseau. Pero en términos conceptuales, decir que la derecha nace en oposición al comunismo y/o al socialismo, nuevamente incurre un estiramiento conceptual casi extemporáneo, porque ambas corrientes de pensamiento contemplan una ontología profunda que no debiera, como decíamos anteriormente, ser esquematizada de forma ligera.

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Por el contrario, la definición aceptada de derecha, se orienta a describir posiciones políticas en las que prevalece el valor de la libertad, la tradición y lo natural, en contraposición con lo que el mismo Bobbio llama artificialismo de izquierda; un intento político e ideológico, en donde prevalece el valor de la igualdad, por sobre la libertad, la tradición o algunas desigualdades naturales. Paradójicamente, este rechazo por las tradiciones y las desigualdades naturales, habilitaría al mismo tiempo a hablar en algunos casos de liberalismo marxista, si admitiésemos como regla aceptable el estiramiento conceptual del que advertíamos en un principio.

Por otra parte, si quisiéramos dirigirnos ahora hacia la mirada dicotómica que G. Burrel & G. Morgan (1979) distinguieron como la diada Orden vs. Conflicto, englobando dentro de la primera categoría visiones de la sociedad en donde priman la cohesión, la solidaridad, el compromiso, el consenso y la reciprocidad, en contraposición con una perspectiva en donde lo que resaltan son visiones de coerción, división, hostilidad, disenso y conflicto, nuevamente, no podríamos decir que esta cosmovisión es únicamente marxista.

Ejemplificando, existe cierto auge liberal en los últimos tiempos, en los que predomina la lectura de la filósofa de origen ruso Ayn Rand, la que, sin ir más lejos, destaca un conflicto estructural basado en, por un lado, los saqueadores, definidos estos como la clase política y los místicos vs. los no saqueadores¸ siendo estos los productores y emprendedores de todo tiempo y lugar. Sin adherir a esta cosmovisión social, la citamos para señalar que endilgarle al marxismo la exclusividad de una visión conflictiva e irreconcialiable de la sociedad, es otro error conceptual. Sin embargo en el debate público de las últimas horas, se omite extrañamente la mención de esta autora. Nuevamente, ¿deberíamos decir que Ayn Rand ha sido una autora marxista? Extraño sería, máxime considerando que toda su obra se inspira en su trágica historia familiar en los tiempos de la Unión Soviética.

En el mismo sentido y volviendo al debate que motiva esta nota, consideramos que a pesar de que H. Hoppe utilice un lenguaje propio de las teorías del conflicto y hable de “clases” no quiere decir que sea un análisis marxista en cuanto tal. No hay rasgo alguno de un análisis histórico que tome en cuenta la evolución de las relaciones materiales de existencia; formas y relaciones de producción, rasgos ontológicos ineludibles del marxismo. Marx (1859) bien señalaba que: “No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia”. De ahí la noción de materialismo histórico.

Para ir concluyendo, queremos señalar que a nuestro entender existe también en el último tiempo, una primacía de visiones que a los efectos de esta réplica consideraremos liberalismo naive que pareciera negarse a admitir la existencia de conflictos y desigualdades, o a anclarlos pura y exclusivamente en la supuesta primacía de visiones marxistas de la sociedad.

En tal sentido, se resaltan sistemáticamente los aspectos dinamizadores que el capitalismo liberal contiene, sin lugar a dudas, pero se desconocen desigualdades que pensadores incluso liberales como J. Rawls (1971), supieron describir con profunda certeza. O dicho de otro modo: se confunde la “foto” con la “película”, o lo que es peor, se desconoce dicha “foto”. Del mismo modo, desde el intento acrítico de antagonizar con un marxismo que las más de las veces es reducido a una caricatura de sí mismo, se desconoce una tradición histórica que podría remontarse incluso a las reformas de Clístenes y Solón, que en los Siglos V y VI a.c. avanzaron en profundos cambios sociales para lograr sistemas políticos y económicos más justos, sin ser posible por ello, considerar a ambos como marxistas.

Consideramos así que, la visión economicista predominante en el liberalismo naive, que deifica al mercado como ente regulador de la praxis humana yerra en comprender que las leyes de la oferta y la demanda no rigen la psicología social de los sujetos. No intentamos justificar el resentimiento del que tiene menos hacia el que tiene más, pero si es comprensible que ante la desidia institucionalizada en un país como Argentina los sujetos que no llegan a fin de mes o que no pueden llevar el pan a su casa desarrollen sentimientos negativos por aquellos que disfrutan de las comodidades del éxito. Máxime cuando quedan presas de dos extremos: uno que explica su condición fomentando dicho resentimiento y llenando de culpa a los ricos, y otro que con un dogmatismo casi mesiánico, intenta desconocer qué condiciones estructurales de pobreza e indigencia extrema, terminan afectando profundamente incluso hasta las capacidades cognitivas de los individuos, e impidiendo que una dinámica de movilidad social en base a la competencia de virtudes realmente se materialice.

O incluso se desconoce que, como manifestamos anteriormente en otras ediciones de esta columna, una red de contactos, en un mercado empobrecido y cerrado como el argentino, termina imperando por sobre el mérito y el esfuerzo personal, tanto en el mundo público como en el privado.

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En resumen, por un lado, consideramos que suponer la raíz conflictiva o violenta de la sociedad únicamente en la existencia de una cosmovisión materialista, marxista o colectivista, reduce y empobrece un debate urgente que debiéramos darnos no solo a nivel de nuestro país, sino de un mundo que parece cada día más interpelado por la violencia social.

Por el otro, consideramos que no se puede hablar de “marxismo de derecha” obviando los fundamentos no solamente económicos sino filosóficos del marxismo. Si bien es cierto que, siguiendo las nociones de Husserl (1936) y Gadamer (1960), se pueden fusionar sentidos y horizontes, no es válido forzar una Intentio lectoris que resulta casi aberrante. O citando nuevamente a Bobbio, “sólo en el reino del Gran Hermano las palabras tienen el significado opuesto al común, pero el fin de este desbarajuste es el de engañar a los destinatarios del mensaje y por tanto imposibilitar la comprensión de lo que ocurre realmente y la comunicación recíproca entre los súbditos”.

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