27 de diciembre 2006 - 00:00

Arslanian: la misma cuerda floja del 99

León Arslanian
León Arslanian
La candidatura provincial de Daniel Scioli y el lanzamiento de su campaña electoral deben provocar en León Arslanian, sin duda, una sensación de «dèja vu». La escena tiene demasiadas similitudes con otra que se verificó siete años atrás. En aquel momento, el candidato a ocupar la primera magistratura bonaerense también era, como Scioli, un porteño de pasable éxito en los medios de comunicación. Carlos Ruckauf, claro. Como el candidato de estas horas, se trataba, además, del vicepresidente de la Nación. Si hubiera que buscar una diferencia entre ambos casos sería la desconfianza que le inspiraba Ruckauf a Carlos Menem. Una característica muy distinta de la que signa el vínculo entre Scioli y Néstor Kirchner ¿verdad?: el vice actual se cansa de repetir en estas horas que «nunca se vio que después de cuatro años de mandato, un presidente confíe tanto en su segundo como para confiarle 45% del PBI del país y el distrito electoral más populoso». Parecería estar haciendo una broma si no fuera porque Scioli carece de sentido del humor.

  • Semejanza

  • Si este juego de las siete diferencias inquieta a Arslanian no es por ninguna de las coincidencias expuestas hasta aquí. Hay otra semejanza que lo tiene como víctima. Ya existen varios indicios de que, de nuevo, el ministro de Seguridad podría ser víctima de las ambiciones de un vicepresidente por llegar a la sede del poder provincial. La primera de esas señales se emitió el 18 de diciembre pasado, día en que Scioli visitó a Felipe Solá para iniciar una larga conversación sobre la transición que el vice está seguro de protagonizar desde ahora. A la mesa se sentaron los más diversos colaboradores de ambos. Estaba hasta el contador personal del candidato, el imprescindible Rafael Perelmiter. Pero faltaba Arslanian. Llamativo: si hay un problema en discusión en la provincia que debe recorrer Scioli es el de la inseguridad.

    En esa oportunidad, con su presunto sucesor a la derecha, Solá hizo una promesa inusual: «No va a haber nuevas purgas en la Policía Bonaerense». Fue más detallista: «Ya hemos hecho muchísimas purgas en la Policía y no vamos a hacer absolutamente ninguna otra purga policial. En relación con el caso Ianonne lo que hubo es una interrupción momentánea de la estabilidad en la fuerza de dos personas que estaban siendo cuestionadas por los dichos de un pariente, que finalmente parecen haber sido desestimados por el fiscal». Lucía seguro Solá, parecía el dueño de la situación. Además, la inmediatez entre esta promesa y la reunión con Scioli dejaba imaginar que el fin de las exoneraciones había sido un compromiso asumido ante el candidato de su partido. Tal vez un pedido de éste. El episodio, además, era simultáneo de otro dato: un rumor bastante verosímil había llegado horas antes al despacho de Scioli. Afirmaba que, de manera oficiosa, en algunas dependencias de la Bonaerense se había comenzado a investigar al entorno del vicepresidente. También sus movimientos personales.

  • Testimonio

    Si Solá intentó tranquilizar a su huésped con esa declaración, su empeño duró apenas unas horas.
    Arslanian se cobró el desaire de que no lo convidaran al encuentro. Acaso también quiso hacer saber otra vez que él maneja la seguridad sin consultar con el gobernador ni el más mínimo detalle. Sólo «Ticki», su compañero de todas las horas, podría dar testimonio de la furia que ganó a este abogado penalista. El miércoles 20 por la noche, es decir 72 horas después de la promesa del gobernador, el ministro de Seguridad expulsó de la Policía a 116 efectivos, de los cuales sólo seis habían estado involucrados en la investigación del caso Ianonne. Solá, estupefacto, sólo atinó a decir al día siguiente: «Ha habido una decisión de cambio».

    Cualquier distraído podría pensar que el mandoble de «el Armenio» fue consecuencia del despecho. O de la carencia de comunicación con Solá y, sobre todo, con Scioli. Faltan datos en esta lectura. Uno de ellos, central: desde que llegó por segunda vez al Ministerio de Seguridad en La Plata, Arslanian se hizo acompañar por el contador José Horacio Amarfil, quien se desempeña como su subsecretario administrativo. Pieza clave de un área sensible, la de las contrataciones y compras, Amarfil tuvo con Scioli la peor experiencia de su vida de empleado público. Era secretario administrativo del Senado cuando el candidato a gobernador comenzó a presidir esa cámara. Salió de allí expulsado por Scioli, quien insinuó la existencia de algunos desmanejos en la gestión de Amarfil para retirarlo. En su lugar, desde entonces, figura Juan Carlos Machiarolli, un recomendado de Perelmiter que permanece en ese cargo decisivo a pesar de varias embestidas en su contra (algunas provenientes de la propia familia Scioli, con argumentos similares a los empleados con Amarfil en su momento).

    Amarfil asimiló mal su desalojo en 2003 y recordó en voz alta los servicios que había prestado en el Senado para duhaldistas encumbrados, como los Rodríguez (Oscar y su esposa, Mabel Müller). Todavía poderosos, estos marqueses del conurbano ubicaron al funcionario a la sombra de Arslanian. Allí Amarfil se mostró solícito, ordenado y hasta resolvió algunos problemas que parecían excederlo, como aquel contrato de Megatrends, la empresa de seguimiento satelital de los patrulleros de la provincia. Arslanian lo felicitó después del arreglo.

    Hay que mirar hacia la oficina de este subsecretario administrativo del Ministerio de Seguridad, frontera secreta entre Arslanian y Scioli, para comprender qué es lo que comenzó con la purga de la semana pasada. Y hay que recordar la campaña de 1999 para entender esa sensación de estar viviendo dos veces la misma escena que ganó a Arslanian. Aquel año, el otro vicepresidente porteño con aspiraciones de gobernador, lo convirtió en blanco de su campaña. «Meta bala a los delincuentes», gritaba Ruckauf en los reportajes de «Radio 10», amplificadora principal de su proselitismo. Duhalde bajaba la vista y, al final, sacrificó a Arslanian, a pesar de que había sido el hombre sin el cual su persecución contra Alfredo Yabrán hubiera seguido de fracaso en fracaso (para la historia: al entonces secretario de Seguridad se le atribuyó haber llevado en mano hasta Dolores el escritoen el que se dictaba la captura del empresario, que el juez José Luis Macchi hizo suyo). Nada de eso pesó tanto como la necesidad de mejorar la imagen de la seguridad ante un público que ubicó siempre a este abogado mucho más a la izquierda de lo que realmente se encuentra.

    Es imposible saber si los hechos se irán a configurar de la misma manera siete años más tarde. Pero la rivalidad entre Arslanian y Scioli ya tiene alimento suficiente como para expresarse en público. Y Juan Carlos Blumberg, merodeando la arena electoral, puede volver todavía más conveniente la embestida del vicepresidente. Faltaría un instante de debilidad de Solá para que la cabeza de «el Armenio» vuelva a rodar desde el mismo pedestal.
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