14 de julio 2006 - 00:00

Avatares en el Senado

  • Para un director teatral, Cristina Fernández de Kirchner ganó ampliamente el duelo escénico con Ernesto Sanz. Primero, por la intensidad gestual, el crescendo dramático, los cambios de tono, más riqueza ante un radical con menos recursos, inclusive en desventaja frente a la dama que a cada rato acomodaba su cabello mientras él, como es público, no tiene nada por acomodar.

  • Sí desacomodó Sanz al oficialismo con fundadas observaciones sobre el proyecto, algunas que mostraban la puerilidad de la intención gubernamental, pero como suele ocurrir la reacción más violenta a sus palabras se produjo por opiniones concretas sobre el matrimonio presidencial: dijo que era arbitrario, discrecional, intolerante y descalificador (cada uno de estos juicios fue apoyado por una explicación). También, que él no le cree cuando afirman que son « profundamente democráticos». Arrancó sonrisas cuando habló del encuestador oficial Artemio López y cuando, al referirse al peronismo que acompaña todas las iniciativas oficiales sin nada que preguntarse, sostuvo que casi siempre se tapan la nariz para votar. Y, por supuesto, hizo el gesto casi incorporándose de la butaca.

  • Otra vez, con apelaciones a distintos artículos publicados en años diversos, la senadora criticó con dureza y pesquisa policial a dos periodistas de «La Nación», también con menos energía a otro de «Clarín» (admitió que lo conocía y lo había tratado con cierta habitualidad). Parecían más conflictos personales (de ella, su esposo o algún otro funcionario) que institucionales, aunque como vienen de arrastre parecen inscribirse en un marco político. Que se confirmó al aludir, mordaz y con alguna gracia, una declaración de ADEPA, entidad que reúne a medios periodísticos, que planteó una cuestión como « indiscutible» según lo escrito. «¿Acaso en la Argentina ADEPA puede imponer lo que se discute o no?», se preguntó la senadora. Y, luego, más lacerante, se burló de una comparación entre una orquesta y un diario que había formulado ADEPA.

  • Pero a «La Nación» le reserva, como se sabe, sus más dedicados esfuerzos, al extremo de que para revolver a Bartolomé Mitre en su entierro, la confesada peronista halagó en varias oportunidades -y lo citó, también-a Juan Bautista Alberdi, numen de la Constitución argentina, y a quien el diario -por diferencias de su fundadordurante décadas ni siquiera mencionó, hasta se le imputan gestiones para impedir que hubiera un monumento al tucumano hasta casi culminando el siglo pasado. O sea, contra el Pasado y el presente.

  • Al incurrir en la Historia, la Kirchner no pudo con su genio y pronunció un juicio deshonroso sobre Bernardino Rivadavia, casi para iniciar una polémica sobre las cualidades personales del prócer. Nadie sabe si se abrirá o no ese debate -en rigor, alguien debería contestarle-, pero ella cautelosa afirmó que su propósito no era generar una discusión a tanta distancia de los años. Más bien, hubiera deseado confrontar con Carlos Menem -quien entregó un discurso y se fue, rechazando el proyecto oficial-, algo que molestó a la senadora, quien calificó la actitud como «lo único que faltaba en este surrealismo».
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