Cristina Fernández de Kirchner y el juez español Baltasar
Garzón dieron una cátedra sobre derechos humanos en la
Universidad de Nueva York.
Nueva York - Cristina de Kirchner dio por lo menos una noticia anoche aquí. Dijo que tiene la convicción personal de que en algún lugar hay listas y detalles de los miles de desaparecidos durante la represión clandestina de las guerrillas en la Argentina. Viniendo de una legisladora con casi 20 años de banca, esposa de un presidente que ha gobernado sin restricciones durante cuatro años y que además pretende reemplazarlo en el próximo mandato, es bastante. Como para que la cite algún juez a que explique esas convicciones y, como proclamó a su lado el juez español Baltasar Garzón -con quien ella compartió un panel sobre derechos humanos en la New York University- no se ampare en fueros. Garzón no lo dijo refiriéndose a ella sino al general Augusto Pinochet. Al relatar detalles de la extradición que pidió a Londres del ex dictador dijo que de haberlo llevado a España hubiera sido juzgado porque allí no tenía los fueros que lo ampararon en Chile hasta su muerte.
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Ese fue el aporte de la senadoracandidata en un desigual torneo verbal que mantuvo en la Escuela de Leyes de la NYU con Garzón, en el cual éste le sacó varios kilómetros. Este juez polémico es una estrella del derecho, ingenioso, profundo y leído, aunque poco simpático -lo debe ser todo juez, ¿no?- y el lucimiento que alcanzó la puso a la senadora en rol de espectadora. Ella se limitó a rutinas conocidas como la sucesión casi surreal de adverbios terminados con «mente» («seguramente», «probablemente», « tristemente»). Debería tomar alguna pastilla que la inhibiera de esos latiguillos y de frases comunes como «es algo por lo que merece luchar», «siempre digo yo» o absurdos como «esto hay que ponerlo blanco sobre negro» (cuando es al revés, esta expresión es una metáfora de escribirsobre papel blanco) y atribuirse el descubrimiento de la doble moral.
La modestia de su discurso, en realidad respuestas a preguntas que le hizo el moderador de la mesa redonda sobre «Derechos humanos en la transición», el experto Juan Méndez, que coordina un centro sobre Justicia Transicional en la NYU, fue largamente compensada por los apuntes de Garzón.
Seguramente la experiencia le hará revisar a la senadora estos formatos de presentación en los cuales se la exalta como una figura excepcional (le dieron una «Medalla Presidencial» de la universidad, antes de ser presidenta) pero se muestra junto a expertos ante los que no tiene nada que decir. Pudo contar su descubrimiento de la causa de los derechos humanos en 2003, o su convivencia con peronistas y radicales desde 1983 acompañando lo que ahora denuesta, leyes de punto final, indultos, etcétera.
Quizás la inhibió la mirada fiera de sus propios acompañantes, los senadores Miguel Picheto, y José Pampuro, los diputados José María Díaz Bancalari y Alberto Balestrini, testigos de la singular relación de los Kirchner con esta causa que abrazaron, como otras, ya en la madurez de sus carreras políticas. Ni qué decir de la mirada de un invitado sorpresa que se le sentó enfrente, Antonio Cafiero, que apareció en la NYU con aire de turista y fue recibido por los de su gremio con un énfasis que no le mostraron a ella.
Elogios
Tampoco la ayudó el marco de elogios al cónsul Héctor Timerman, a quien Juan Méndez y Garzón exaltaron como la estrella del encuentro. «Acepté estar acá -bromeó Garzón- porque me lo pidió Héctor. Y yo, como en la canción dije: 'Me dices ven, y dejo todo y voy'. También por la senadora y por la casa en donde he sido profesor durante dieciocho meses».
Alguna vez alguien, con más perspectiva histórica, mostrará las razones por las cuales personajes como la senadora se prestan a estos «eventos» que producen verdaderos avances en la lucha por derechos humanos -como es empujar para que se conozca la verdad y se sancione a los criminales de cualquier lado- desde la óptica del derecho penal universal, pero omitiendo casos presentes y vigentes como son Cuba y Guantánamo. Lo más que se permitió Garzón fue mencionar que Estados Unidos no ha firmado, como la Argentina y España, el Tratado de Roma que crea el Tribunal Penal Internacional. Se dice esto con ironía pero para descartar cómo la razón de Estado que han querido proteger los violadores de los derechos humanos parecen asustar también a quienes tienen la oportunidad, por el poder que ostentan, de analizar los fenómenos que están a la vista y que quiebran garantías de hoy y de aquí.
Cristina de Kirchner se presentó como representante de un «espacio político», rescató los juicios a los comandantes como un aporte histórico que había quedado anulado por las Leyes de Punto Final y los indultos. Mencionó que desde 2003 habían tratado desde el gobierno de impulsar un giro en el tratamiento de las causas que, dice, llegarán a juicio pese a la lentitud de la Justicia. No hacía falta venir a Nueva York para decir esto.
En este punto el moderador Méndez -un marplatense que sufrió detención y torturas en 1976- le preguntó si creía que alguna vez se conocerían los lugares donde están los restos de desaparecidos como la hija de Eduardo Fermín Mignone- cuyo nombre se le impuso aquí al seminario sobre Justicia Transicional de esta universidad. «Tengo la convicción personal, pero ojo, personal, de que en algún lugar, alguien, tiene datos, listas y detalles de lo que pasó. Es una asignatura pendiente», remató con el irresistible lugar común.
Garzón aportó mucho más. Por ejemplo una revelación: contó que en 2005, cuando vino al país, visitó a Néstor Kirchner, quien le dijo: «Si los militares no son juzgados aquí, se los meto en un avión y se los mando para que los juzgue en España».
La sesión universitaria pareció por momentos una peña en Buenos Aires por la cantidad de argentinos que había, casi un tercio del total de 500 invitados al Tisch Hall de la Escuela de Leyes.
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