5 de septiembre 2001 - 00:00

Documentos con pedidos lógicos e intención aviesa

Merece un comentario la simultaneidad de documentos públicos partidarios del radicalismo y del justicialismo. En el primero no están los radicales moderados que siguen a De la Rúa y en el PJ tampoco está el pensamiento de Menem. Igual necesitan ser analizados.

Llamar «deuda externa» a la «deuda pública» es un eufemismo argentino. La izquierda criolla, que sigue añorando el comunismo de la ex URSS (y algunos van más atrás, a Trotsky), lo usa porque al resultar doloroso pagarla piensa que «externa» crea rencor antinorteamericano, su eterno complejo.

También para reivindicar algunas, al menos, de las altas cumbres derrumbadas del marxismo mundial como la obra de Lenin «El imperialismo, etapa superior del capitalismo». Esto cuando el político soviético erraba, al igual que Carlos Marx, en que la producción industrial, dentro del capitalismo en las grandes naciones, se haría explotando más y más al obrero pero alimentándolo, a sus máquinas y a sus estómagos, con materias primas baratas provenientes de los países chicos periféricos, precisamente imperializados. La realidad es que, ni imaginando ambos el avance tecnológico y el biotecnológico, que permite hoy sembrar con goteo y transgénicos hasta en el desierto, los alimentos de los países subdesarrollados no son queridos, ni admitidos en los grandes por vallas de subsidios proteccionistas en favor de la producción propia protegida que, inclusive, la exportan en competencia con los periféricos, como el maíz norteamericano frente al argentino, entre decenas de ejemplos.

La historia sagrada argentina grabó la heroicidad de Lisandro de la Torre en los años '30. Pero si viviera hoy se suicidaría, dolorido, porque, al contrario de lo que supuso Lenin, ni Inglaterra ni Estados Unidos y casi nadie en el mundo nos explota imperializándonos y llevándose nuestras carnes al precio vil que sea, pero importándolas a sus tierras.

Los políticos y sindicalistas nuestros, simplones y demagógicos, que suelen hacer marxismo a la antigua sin saberlo -por caso cuando hablan de «cambiar el modelo» o «la tercera vía» (de la cual ya renegó hasta su principal mentor, el premier inglés, Tony Blair)-, prefieren llamar a la pública también «deuda externa», porque tienden a ocultar lo que intuyen: que alrededor de 60% de esa deuda del Estado es con las AFJP, que la tienen en resguardo de sus legítimos dueños, población media que ahorra para una jubilación futura digna. O sea, la misma clientela de los políticos. Otra parte de esa deuda es de resguardo de fondos bancarios también en buena parte del hombre medio argentino. Algo queda para inversores «externos» en momentos en que el capital internacional poco se arriesga con nosotros y nuestros títulos. ¿No notaron esos críticos que el comité de bancos acreedores no existe más? La deuda está, entonces, en poder de ahorristas.

Hombres como Raúl Alfonsín quieren los votos de las clases medias reprogramándoles sus ahorros. ¿Lo sabrán unos y otros?

Es uso de eufemismos o disfraces, cuando nuestros políticos dicen
«reprogramar o reestructurar» los pagos de la deuda pública (o «externa») y aclaremos que no debe considerarse mal pedirlo. Pero, en realidad, en terminología exacta, es decir «perdonen parte de los intereses de nuestra deuda pública». Y tampoco está mal pedirlo. ¿A qué deudor se le puede criticar que pida pagar lo que debe pero con menor interés?

Hoy se le exige al político modernidad y formación más allá de la
labia o el discurseo de barricada que tenga para destacarse sobre todo cuando están en extinción los actos públicos multitudinarios que suelen enardecerlos. Nuestros políticos clásicos vienen del comité que requiere artesanía personal, de la herencia en menor grado y de apoyos de «aparatos» lamentablemente sustentados siempre en los presupuestos públicos (nombramientos, «ñoquis», contratados, ascensos o uso de obras sociales si son sindicalistas). Formación para un político es saber que pedir «reprogramar o reestructurar» es equivalente a decir condonar en parte y que será tal quita sobre dinero de mucha gente común del país.

No nos engañemos con que
condonarán los extranjeros, con la mentira de que la deuda es «externa» y por lo tanto se joroban los de afuera.

¿Vale la pena aclararle al argentino medio que vamos a meternos, en realidad, con parte considerable de su dinero en aportes jubilatorios o fondos en bancos? Es una duda. El error político del efímero ministro Ricardo López Murphy no fue lo que expuso sino
cómo lo hizo, con crudeza y realismo.

En esta época difícil todo capital que se invierte en la Argentina, en lo que sea y aun a costo alto, por su audacia debe ser bienvenido. Pero cambian muchas circunstancias.

Por caso, hay una
Ley de Déficit Cero que no deja de ser admirable que se haya podido sancionar en la Argentina. Es ley, estamos obligados a cumplirla. Y tendremos que cumplirla porque la alternativa en que nos hemos metido y nos han encuadrado los organismos internacionales es drástica, de vida o muerte: se cumple la ley o vamos al default porque esta vez, si fallamos, nos dejarán caer como nueva estrategia de opciones de ayuda internacional para países emergentes.

Si se cumple la ley, el país cambia, sin duda. Si cambia, lo que se paga hoy por el capital de inversión -30% o 35% por el bajo valor de adquirir los títulos- se puede justificar por la crisis y el riesgo pero no mañana, porque sería usura y carga excesiva para un país que cambió o está intentándolo bien y por tanto un país que se encaminó a ser serio. Ahí se justificará la
«reprogramación o reestructuración» de que hablan radicales y justicialistas en sus documentos.

Y tampoco debe dudarse de que los tenedores de deuda, frente a otro panorama de país, con seguridad aceptarán reducir esos exorbitantes intereses sobre sus capitales con que se refinanciaron, en la plenitud de la crisis, los vencimientos de la deuda a partir del año 2005.

Pero hay que hablar de cómo es la deuda, que es
pública, nuestra y minoritariamente externa y que reprogramar es un ruego de condonar en parte. El político argentino es mañoso, vividor del erario público. No está dispuesto a bajar los costos de la política, por ejemplo, que mayoritariamente reclama la población como pudo hacerlo Córdoba. Ni a suprimir las listas sábana para llenar los asientos legislativos con hombres públicos capaces, ni le gustará dejar de encarecer los presupuestos del Estado cesando en la administración pública a los sustentadores de sus «aparatos partidarios». Nuestros políticos se empecinan contra eso porque si se eleva el nivel político y sus procedimientos, ellos pierden espacio. Hoy un político mediocre pero con «aparato partidario» fuerte y pago mes a mes en forma de empleo o contrataciones públicas por el Estado desplaza totalmente al inteligente que lo quiera enfrentar.

A su vez, si permiten esos recortes en el gasto del Estado no es necesario que pidan
condonaciones de parte de la deuda pública y que lo hagan en documentos partidarios que resultan teóricos. Vendrán mejores condiciones si cumplimos. Y si lo hacemos tendremos derecho a pedirlas. La Ley de Déficit Cero, en cambio, si la política no evoluciona no se podrá cumplir. Entonces no habrá condonación ni ayuda internacional e iremos al default, o sea al desastre nacional.

La política tiene que entender que la Argentina entró en la alternativa de cambio o autodestrucción, así de simple. El político moderno tiene que suprimir frases torpes como
«más que déficit cero necesitamos hambre cero». Sin lo uno no vendrá ni cercanamente lo otro.


Acceda a los documentos partidarios del PJ y la UCR en Elecciones 2001

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