7 de noviembre 2006 - 00:00

Lo que se esconde detrás de la onda cívico-religiosa

Joaquín Piña
Joaquín Piña
Ya parece algo más que un encadenamiento de casualidades. El factor religioso ha comenzado a convertirse en un motor importante de la vida pública en estos días. No faltará el sociólogo que lo indague o el teólogo que lo interprete como parte de un plan divino. Por no recurrir a la versión «canónica» de «el opio de los pueblos». Antes de cualquiera de esos empeños, ajenos a esta crónica, conviene enumerar los hechos. Los conocidos y algunos menos divulgados, pero acaso más sorprendentes, todos indicios de una especie de reverdecer de la espiritualidad o, en una versión menos idílica, de apelación a vínculos trascendentales como último nexo de una sociedad que ya desarticuló otras formas convencionales de coexistencia (conviene darle aquí a la palabra « convencional» su sentido etimológico).

Las incursiones de Jorge Bergoglio, el arzobispo metropolitano, en la vida pública, son un dato conocido desde antaño para quienes se asomaron a la vida del prelado. No tanto por aquella brumosa participación juvenil en la agrupación peronista Guardia de Hierro, nunca desmentida ni confirmada del todo. Hay recuerdos más recientes de esa vocación del cardenal por los movimientos profanos del poder. Sus largas entrevistas con políticos -en general, para escuchar y resolver cualquier interrogante con palabras ambiguas o convencionales-, sus homilías tan severas en sus conceptos como ambiguas en sus destinatarios, la dedicación al tejido de redes de militantes sociales o laicos dedicados a la oración; todos estos antecedentes hacían presumir desde hace tiempo que Bergoglio emergería como una figura cívica, más allá de su gravitación como pastor («debemos oler a oveja», le dijo la vez pasada a sus colegas obispos, para espanto de algunos de ellos que no comparten la pasable demagogia verbal del purpurado). Aun así, es posible que el compromiso de Bergoglio con la política profana esté exagerado por quienes lo presumen un adversario. Por más que su vocero, el sacerdote Guillermo Marcó, suele ser clarísimo en muchas de sus reflexiones sobre la esfera profana, mucho más que su mandante.

Lo cierto es que hoy la vida política argentina tiene a un cardenal como una de sus principales referencias. Sea por la acción del propio arzobispo o por la construcción imaginaria que sus adversarios han hecho de su figura. El primero, Néstor Kirchner, quien suspendió un tedeum en Buenos Aires para escuchar las palabras más comprensivas del entonces obispo de Santiago del Estero, Juan Carlos Maccarone, hoy recluido en un convento para expiar sus conductas contrarias a la moral católica.

  • Degradación

  • No se trata de ignorar este desarrollo de la tarea de Bergoglio. Ni de menospreciar el esfuerzo del oficialismo por convertirlo en un contradictor. Pero para comprender el cauce religioso en el que parece incursa la política argentina, habría que recordar que quien «encendió la luz» del modo más contundente para describir algunos síntomas de degradación de la vida cívica no fue un líder católico, sino uno judío, el rabino Sergio Bergman. Fue durante la manifestación convocada por Juan Carlos Blumberg en la Plaza de Mayo, ocasión en que Bergman señaló el intento de convertir la Constitución en un mamarracho. Para confirmar la labilidad institucional de la sociedad argentina en estos tiempos, las autoridades orgánicas de la comunidad judía -Jorge Kirszenbaum y Luis Grynwald- se apresuraron a resaltar que el rabino había hablado sólo a título personal. Nadie había dicho lo contrario.

    Sobre la imagen de Bergman se superpuso la del obispo Joaquín Piña, nudo principal de una red de religiosos, católicos y protestantes, que le dio forma al enfrentamiento a la pretensión de Carlos Rovira de reformar la Constitución para conseguir la reelección indefinida. Esta ola parece haberse detenido en Misiones. Por más que en Jujuy ya existían expectativas sobre la intervención del presbítero Jesús Olmedo, párroco de La Quiaca, y también del obispo de San Salvador, Marcelo Palentini.

    Bergman, además, ya tenía previsto un viaje al Noroeste para intervenir en contra de las ambiciones reformistas de Eduardo Fellner en compañía de Blumberg.

    Hasta aquí, el inventario obligaría a una conclusión bastante obvia. En un momento de crisis prolongada en la representatividad, como la que se verifica en la Argentina desde antes del colapso de 2001, la dirigencia religiosa se ha convertido en un sustituto de emergencia de la clase política. Es una imagen cierta, pero incompleta.

    Existen hoy otros fenómenos más curiosos, además de la exposición de dirigentes confesionales a la arena política. Por ejemplo, la creación de grupos litúrgicos integrados por dirigentes de distintos partidos. Algunos de ellos, muy conocidos. La semana pasada, sin ir más lejos, el «roof garden» del Hotel Alvear albergó a más de un centenar de funcionarios y legisladores de distintos niveles para un «desayuno de oración».

  • Lecturas

    El ritual de esa mañana contempló que Jorge Telerman leyera un pasaje del Antiguo Testamento, Francisco de Narváez recitara el Padrenuestro y Guillermo Oliveri, el secretario de Culto, se encargara de la lectura de unos párrafos del Nuevo Testamento. Ricardo López Murphy leyó esa mañana un salmo referido al amor al enemigo. Y comentó: «Las mañanas en que me levanto con mucha bronca repaso este salmo con mi mente y comienzo el día de otro modo». Lo escuchaba un lote variadísimo de políticos, reunidos por un empresario del sector farmacéutico como Juan Tonelli. Estaban Gabriela Michetti, Eugenio Burzaco, Andrea de Arza (esposa de Rafael Bielsa), Adalberto Rodríguez Giavarini, Eduardo Valdés, la diplomática Cinthya Hutton (hija del pastor evangélico que compitió por la vicegobernación en 2003 por Recrear), Roberto Reale (estrecho colaborador de Daniel Scioli en el Senado), el empresario Santiago del Sel (presidente de ACDE y del grupo Zurich), Diego Santilli y Miguel de Godoy, entre otros. También llegó la cantante Amelita Baltar para brindar entre lágrimas un testimonio sobre su conversión del catolicismo al culto evangélico.

    Lo que sorprende de este encuentro no es su dimensión, sino su carácter rutinario. Estos políticos se reúnen una vez por semana en distintas oficinas del centro de Buenos Aires, en general al mediodía, para rezar y discutir cuestiones públicas, al mismo tiempo. La aparición de estas experiencias, como la del congreso sobre vida religiosa y política que presidió Bergoglio durante el fin de semanapasado en la Universidad Católica de Buenos Aires con la participación de más de 2.000 jóvenes, no parece expresar sólo el agotamiento de la dirigencia tradicional y su sustitución, por lo menos subsidiaria, por una colección de líderes religiosos.

    Da la impresión de que una parte de la sociedad argentina, en la que se incluyen algunos políticos, confía al nexo religioso lo que antes depositaba en otro tipo de lazos: la defensa de intereses empresariales (el espectáculo patético de IDEA, que se suma a la suspensión de seminarios por parte de la UIA y AEA a pedido del gobierno, son testimonios de la desaparición de esta dimensión de la vida colectiva), la reivindicación sindical (sustituida la militancia gremial por las barras bravas que se vieron en San Vicente), las afinidades partidarias o la comunión ideológica.

    El propio Bergoglio afirmó en su momento que «la religión es aquello que re-liga a las personas, lo que las une y otorga un sentido trascendente a su existencia. Y es el dirigente político en su práctica cotidiana el instrumento que debe formularse este mismo objetivo de revincular lo disgregado a través de la construcción de una concepción común que permita recrear un orden justo y solidario». Habrá que pensar mucho antes de determinar si se está ante la concreción de este modelo auspiciado por el obispo o si, en cambio, se ha producido un riesgoso desplazamiento de lo profano a lo sagrado. O por lo menos discernir, antes de cualquier festejo, si esta apelación al sentido religioso entraña un renacimiento de la sociabilidad argentina o si se trata de la última frontera de su inconsistencia política.
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