Lo que se esconde detrás de la onda cívico-religiosa
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Sobre la imagen de Bergman se superpuso la del obispo Joaquín Piña, nudo principal de una red de religiosos, católicos y protestantes, que le dio forma al enfrentamiento a la pretensión de Carlos Rovira de reformar la Constitución para conseguir la reelección indefinida. Esta ola parece haberse detenido en Misiones. Por más que en Jujuy ya existían expectativas sobre la intervención del presbítero Jesús Olmedo, párroco de La Quiaca, y también del obispo de San Salvador, Marcelo Palentini.
Bergman, además, ya tenía previsto un viaje al Noroeste para intervenir en contra de las ambiciones reformistas de Eduardo Fellner en compañía de Blumberg.
Hasta aquí, el inventario obligaría a una conclusión bastante obvia. En un momento de crisis prolongada en la representatividad, como la que se verifica en la Argentina desde antes del colapso de 2001, la dirigencia religiosa se ha convertido en un sustituto de emergencia de la clase política. Es una imagen cierta, pero incompleta.
Existen hoy otros fenómenos más curiosos, además de la exposición de dirigentes confesionales a la arena política. Por ejemplo, la creación de grupos litúrgicos integrados por dirigentes de distintos partidos. Algunos de ellos, muy conocidos. La semana pasada, sin ir más lejos, el «roof garden» del Hotel Alvear albergó a más de un centenar de funcionarios y legisladores de distintos niveles para un «desayuno de oración».
El ritual de esa mañana contempló que Jorge Telerman leyera un pasaje del Antiguo Testamento, Francisco de Narváez recitara el Padrenuestro y Guillermo Oliveri, el secretario de Culto, se encargara de la lectura de unos párrafos del Nuevo Testamento. Ricardo López Murphy leyó esa mañana un salmo referido al amor al enemigo. Y comentó: «Las mañanas en que me levanto con mucha bronca repaso este salmo con mi mente y comienzo el día de otro modo». Lo escuchaba un lote variadísimo de políticos, reunidos por un empresario del sector farmacéutico como Juan Tonelli. Estaban Gabriela Michetti, Eugenio Burzaco, Andrea de Arza (esposa de Rafael Bielsa), Adalberto Rodríguez Giavarini, Eduardo Valdés, la diplomática Cinthya Hutton (hija del pastor evangélico que compitió por la vicegobernación en 2003 por Recrear), Roberto Reale (estrecho colaborador de Daniel Scioli en el Senado), el empresario Santiago del Sel (presidente de ACDE y del grupo Zurich), Diego Santilli y Miguel de Godoy, entre otros. También llegó la cantante Amelita Baltar para brindar entre lágrimas un testimonio sobre su conversión del catolicismo al culto evangélico.
Lo que sorprende de este encuentro no es su dimensión, sino su carácter rutinario. Estos políticos se reúnen una vez por semana en distintas oficinas del centro de Buenos Aires, en general al mediodía, para rezar y discutir cuestiones públicas, al mismo tiempo. La aparición de estas experiencias, como la del congreso sobre vida religiosa y política que presidió Bergoglio durante el fin de semanapasado en la Universidad Católica de Buenos Aires con la participación de más de 2.000 jóvenes, no parece expresar sólo el agotamiento de la dirigencia tradicional y su sustitución, por lo menos subsidiaria, por una colección de líderes religiosos.
Da la impresión de que una parte de la sociedad argentina, en la que se incluyen algunos políticos, confía al nexo religioso lo que antes depositaba en otro tipo de lazos: la defensa de intereses empresariales (el espectáculo patético de IDEA, que se suma a la suspensión de seminarios por parte de la UIA y AEA a pedido del gobierno, son testimonios de la desaparición de esta dimensión de la vida colectiva), la reivindicación sindical (sustituida la militancia gremial por las barras bravas que se vieron en San Vicente), las afinidades partidarias o la comunión ideológica.
El propio Bergoglio afirmó en su momento que «la religión es aquello que re-liga a las personas, lo que las une y otorga un sentido trascendente a su existencia. Y es el dirigente político en su práctica cotidiana el instrumento que debe formularse este mismo objetivo de revincular lo disgregado a través de la construcción de una concepción común que permita recrear un orden justo y solidario». Habrá que pensar mucho antes de determinar si se está ante la concreción de este modelo auspiciado por el obispo o si, en cambio, se ha producido un riesgoso desplazamiento de lo profano a lo sagrado. O por lo menos discernir, antes de cualquier festejo, si esta apelación al sentido religioso entraña un renacimiento de la sociabilidad argentina o si se trata de la última frontera de su inconsistencia política.
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