Está cerrando un año bien atípico. El Covid-19 hizo estragos a escala global, pero hay matices no tan accesibles entre una y otra geografía a la hora de medir el verdadero impacto de la pandemia en el entramado social y económico de cada país. La Argentina, con la coordinación de Nación-provincias y con la concurrencia de la sociedad, hizo muy bien los deberes al comienzo, tomando medidas preventivas necesarias para robustecer el sistema de salud y cuidar a los ciudadanos. El diario del lunes nos dice que seguramente nos excedimos en los tiempos del confinamiento estricto al no ponderar una mirada integral del desafío del retorno a cierta normalidad en la anormalidad para evitar agravar la situación del empleo, de la actividad económica y de la sustentabilidad fiscal, especialmente cuando el acatamiento de la población se tornó casi una utopía. Pero, ciertamente, el Covid-19, con sus rebrotes, sigue siendo una amenaza con muchas incógnitas al menos hasta que no se verifique la eficacia de las vacunas en curso de lanzamiento. De hecho, la pandemia alteró la vida de cada uno, tanto en el plano personal como en nuestra condición de actores económicos.
Desafíos pospandemia: empleo, actividad y sustentabilidad fiscal
El Covid-19, con sus rebrotes, sigue siendo una amenaza con muchas incógnitas al menos hasta que no se verifique la eficacia de las vacunas en curso de lanzamiento.
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En el caso de nuestra industria, la automotriz, iniciamos el año con una proyección de mercado de 400 mil unidades; se hundió a 200 mil unidades al momento de la cuarentena, y en los últimos meses giró a una velocidad que hará que cerremos 2020 con más de 300 mil unidades patentadas, en un mercado demandante y oferta claramente acotada por la falta dólares. Fueron saltos bruscos que no son fáciles gestionar para un sector que es una compleja y extensa cadena de valor con ramificaciones y complementaciones al menos a nivel regional, y para el que la incertidumbre sobre variables relevantes y el flujo de provisión es un gran riesgo que, objetivamente no favorece la toma de decisiones estratégicas. Y ahí me preocupa esa falta de norte de la Argentina. En lo personal, porque tengo hijos y nietos que quiero que tengan un gran futuro, pero también porque no tenemos por qué fracasar como sociedad: el sueño de la movilidad social ascendente, que sedujo a las corrientes migratorias que vinieron a forjarse un futuro, no tiene por qué desaparecer.
Volviendo a nuestro sector, por la necesidad de escalas productivas y especialización, la industria automotriz argentina necesariamente tiene que fortalecer su perfil exportador en pos de más sustentabilidad. En rigor, exportar, particularmente bienes y servicios con mayor valor agregado, es un desafío para toda la Argentina. Hay suficiente consenso sobre esta urgencia argentina.
Sabemos que es un norte y una necesidad reconocida, pero la estabilidad de las reglas que contribuyan a sostener e incrementar las exportaciones no existe porque somos presas de la emergencia fiscal casi permanente. Inversiones destinadas a sostener programas de exportación para madurar en el tiempo pierden consistencia por las desesperadas mutaciones de las reglas de juego. Eternizar las retenciones -un gravamen casi inexistente urbi et orbi- y la persistencia en exportar impuestos al saldarse muy parcialmente con reintegros agravan los problemas de competitividad. Pero la competitividad argentina no sólo está complicada por la penalización de hecho a las exportaciones, sino que se suman toda una madeja de impuestos distorsivos: impuesto al cheque, ingresos brutos, dobles imposiciones, impuestos disfrazados de tasas, costos laborales extra salariales, a lo que se agregan falencias de infraestructura que aumentan cuando no hay reglas para sostener las inversiones necesarias. En esencia, una catarata de tributos distorsivos que sólo inducen a ampliar los niveles de informalidad, con lo que la base del sostenimiento del Estado sigue a la baja al mismo tiempo que se restan condiciones para la generación de riqueza, empleo de calidad y capacidad contributiva a partir de la inversión y el riesgo del sector privado. El camino de continuar recargando al Estado con la responsabilidad de sostener a universos más amplios de la población, vía subsidios o aumento del empleo público, no es sostenible.
El gran desafío de bajar el preocupante nivel de pobreza y de vulnerabilidad no se soluciona estructuralmente con el Estado como empleador. Es un recurso puntual y limitado en la emergencia, pero acotado en el tiempo. Obviamente es esencial el rol de los profesionales del Estado en los sistemas de salud, de seguridad, de educación y la ciencia y en el staff técnico, pero el grueso del empleo de calidad solo lo puede generar la actividad privada, que para arriesgar en inversiones nuevas o ampliación de las existentes tiene que confiar en el norte que nos guiará como país. Sin duda, es una agenda que puede tener matices, que puede tener alternancias, pero debe contener políticas de Estado consensuadas que excedan las administraciones de uno u otro color, por ejemplo con el objetivo de bajar la inflación y apuntar al equilibrio de las cuentas públicas, una reforma tributaria que elimine progresivamente los impuestos distorsivos -como planteaba el último compromiso fiscal- y no aliente la informalidad; políticas que estimulen el empleo formal y los consensos para actualizar los regímenes laborales a las nuevas modalidades de trabajo en la industria y los servicios, la integración inteligente al mundo con políticas exportadoras activas, en fin, una agenda que sirva para que el país vuelva a ser un espacio que premie el esfuerzo, genere valor, estimule la movilidad social ascendente, la convivencia, un lugar en que uno quiera que nuestros hijos y nietos puedan crecer y desarrollarse.
(*) Presidente de FCA Automobiles Argentina SA.
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