La clausura de 2025 dejó una certeza: La Libertad Avanza (LLA) ya no es solo un experimento disruptivo que entró en la política tradicional. Es un partido nacional con estructura territorial, códigos propios y un liderazgo que empieza a abrirse paso más allá de la identidad del Presidente. Ese tránsito, sin embargo, está lejos de ser lineal. El título de esta edición aniversario -“¿Todo marcha acorde al plan?”- funciona más como advertencia que como festejo.
Comienza el segundo tiempo para La Libertad Avanza: ¿puede el partido construido alrededor de los Milei sobrevivir sin ellos?
La “segunda etapa” impulsada por la hermana del Presidente avanza sobre el territorio, disciplina a la dirigencia y reconfigura alianzas. En paralelo, empiezan a surgir interrogantes sobre si el partido puede convertirse en una fuerza estable o si su ADN personalista lo condena a un camino mucho más frágil.
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La protagonista de este viraje es Karina Milei. Después de dos años de trabajo silencioso, desembarcó en la nueva etapa con un rol mucho más visible. Su tarea: convertir a LLA en un partido que pueda sostenerse en el tiempo, incluso cuando la intensidad de la figura de Javier Milei disminuya o el clima político exija otros liderazgos.
La victoria legislativa de octubre fue el punto de inflexión. El crecimiento de las bancas libertarias daba margen para ampliar la agenda de Gobierno, pero también dejaba expuesta la fragilidad interna. Ese “triunfo de afuera hacia adentro” obligó a la conducción libertaria a un ejercicio que parecía incompatible con su historia reciente: ordenarse.
La hermana del Presidente asumió la misión de disciplinar lo que hasta entonces había sido un conglomerado de voluntades sueltas. En la práctica eso significó auditar territorios, intervenir provincias donde la conducción local se alejaba del libreto y poner límites más duros a las alianzas que surgían sin coordinación nacional. La autonomía que muchos dirigentes habían disfrutado durante la campaña empezó a recortarse con precisión quirúrgica.
La pulseada no fue sencilla. Durante buena parte del año, el esfuerzo por consolidar la marca partidaria convivió con tensiones dentro del círculo íntimo del Presidente. Las señales de desgaste en el “Triángulo de Hierro” no pasaron inadvertidas. Viejos equilibrios se desarmaron y otros emergieron en su lugar. La nueva gravitación de Karina Milei respondía menos a cuestiones familiares y más a una lógica de poder: alguien debía garantizar que el proyecto sobreviviera a la volatilidad de su propio creador.
Una de las decisiones más comentadas fue el inicio de la llamada “gira de gratitud”, que recorrió provincias y municipios en busca de afiliados, referentes y espacios de expansión. A diferencia de otras épocas, el objetivo no era ampliar el votante sino construir militancia, un concepto que hasta hacía poco sonaba ajeno a la identidad libertaria. Allí se empezó a ver el germen de una fuerza que quiere dejar de ser un dispositivo electoral para convertirse en un partido.
Ese movimiento inquietó a gobernadores, intendentes y dirigentes locales que habían encontrado en LLA una estructura flexible para su propio crecimiento. La nueva etapa ya no tolera atajos. La lógica verticalista se impone sobre el entusiasmo inicial, y muchos territorios que antes funcionaban como laboratorios improvisados hoy deben alinearse con la estrategia central.
La contradicción es evidente: el partido que irrumpió prometiendo dinamitar la vieja política ahora recurre a herramientas clásicas para estabilizarse. El paso inevitable de la rebelión a la institucionalización obliga a preguntarse qué queda del espíritu original cuando el movimiento empieza a parecerse, al menos en su funcionamiento interno, a aquello que criticó.
Ese proceso también impacta en el rol del Presidente. Javier Milei sigue siendo una de las figuras más influyente del país, pero su presencia como ordenador absoluto empieza a ser revisada. Hay quienes en la conducción libertaria creen que la supervivencia del proyecto requiere reducir el personalismo y ensayar una identidad partidaria autónoma. Otros consideran que el carisma del mandatario es irremplazable y que cualquier intento de emancipación sería prematuro.
Entre esos dos polos aparece la pregunta más incómoda del ciclo político: ¿es posible imaginar a LLA sin Milei? O, llevada al extremo, ¿puede el partido perdurar sin la centralidad de los Milei?
Podría pensarse que el crecimiento institucional, la expansión territorial y la consolidación de una dirigencia que no depende de un único líder abren la puerta a un futuro menos personalizado. Pero en términos simbólicos, el interrogante es más profundo. La narrativa libertaria se construyó alrededor de la épica del outsider y su lucha contra la “casta”. Sin ese relato, la identidad partidaria corre el riesgo de diluirse en una versión burocrática que contradice sus orígenes. La necesidad de bajar al territorio al Presidente en la campaña de cara a los comicios legislativos, así lo demuestra.
El contraste entre la devoción inicial y la etapa actual es nítido. Mientras algunos sectores celebran la profesionalización del partido, otros temen que el proceso derive en una fuerza despojada de su atractivo original. El desafío es encontrar un equilibrio entre la institucionalización y la identidad que llevó a LLA al poder.
Para 2026, el escenario obliga a respuestas concretas. La gobernabilidad exige pragmatismo; la supervivencia partidaria, organización; la proyección hacia 2027, un liderazgo capaz de sostener ambos planos. Karina Milei intenta encarnar esa síntesis. La pregunta es si el resto de la estructura está dispuesta a acompañarla o si el partido seguirá dependiendo del magnetismo del Presidente.
Mientras tanto, el oficialismo avanza en su intento de fijar reglas, ordenar cuadros, resolver internas y garantizar un sello propio. Es un proceso tenso y, a veces, contradictorio. Pero también es el punto en el que muchos partidos argentinos encontraron su verdadera identidad: cuando debieron decidir si eran proyectos personales o estructuras políticas duraderas.
Lo que viene no está escrito. Lo que sí está claro es que La Libertad Avanza entra en su fase más desafiante desde su creación. La historia muestra que la institucionalización suele ser el momento en que los movimientos disruptivos enfrentan su prueba decisiva. Si LLA logra superar esa frontera, podría convertirse en una fuerza de largo aliento.
En ese cruce de caminos, la pregunta de este anuario funciona casi como un espejo: ¿todo marcha acorde al plan? En realidad, la política argentina rara vez se acomoda a los planes. Lo que sí se define en 2026 es si el partido que llegó para romperlo todo está dispuesto, ahora, a sostenerse como algo más que una irrupción histórica. Y si puede hacerlo, incluso, sin los Milei.





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