La muerte del artista colombiano Fernando Botero en Montecarlo, resonó en el mundo que había conquistado con sus personajes voluminosos. Y en la Argentina también. Tenía 91 años y trabajó hasta que los problemas respiratorios se lo impidieron. Con su producción fecunda, dejó sus esculturas dispersas por las grandes ciudades y cuando su obra llegó a Buenos Aires, regaló a los porteños el estupendo torso que se exhibe en Parque Thays. Botero llegó con una gran exposición al Museo Nacional de Bellas Artes, de la mano de Teresa Anchorena. En su papel de curadora, Anchorena destacó la virtud que, vuelve casi única su obra y consolidó su fama. “Es muy gratificante para el espectador el hecho de ver una vez un Botero y poder reconocer siempre su imagen”.
Botero: “Yo me anticipé al mundo de García Márquez”
Evocación del gran artista colombiano que murió el pasado viernes a los 91 años y dejó un sello personal inconfundible en la totalidad de su obra.
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El diálogo de este diario con Botero comenzó en Nueva York, en el piso sobre Park Avenue que albergaba sus obras y una rica colección de expresionistas alemanes. Como si estuviera esperando un argentino, anunció que tenía algo simpático para contar. “Medellín era apenas una provincia en los años 40 y había una información limitadísima sobre el arte. Quiero decir que la primera vez que yo supe sobre el arte moderno, fue en un pequeño libro de un crítico argentino que se llamaba Julio Payró. Esa fue la primera vez que leí y me quedaron grabadas, las palabras sobre Picasso, Matisse, Dalí. Yo tenía apenas 14 años y me parecía increíble el mundo que descubrí. Nunca había oído mencionar a estos artistas”.
Así comenzó a describir su visión sobre un arte contemporáneo capaz de tocar la sensibilidad, destinado a establecer una relación afectiva con el hombre de su propio tiempo. “Esto es lo que hace que un pueblo se exprese a través de un artista”, observó.
Al hablar sobre la época y la desmesura que compartió con García Marquez, aclaró: “Conozco a García Márquez desde hace muchos años. Él se descubrió a sí mismo y su estilo con ‘Cien años de soledad’, publicada en 1967. Pero, si uno se toma la molestia de mirar mi trabajo, yo tenía ese mundo desmesurado desde hacía ya diez años”.
Fue un Italia donde encontró el volumen. “En los años 50 estaba en Florencia cuando descubrí que la pintura de Masaccio, Piero de la Francesca y el Giotto, es volumétrica. Comencé a entrenarme en ciertas medidas del volumen y cuando hice un pequeño dibujo de una mandolina, en el momento de ponerle el hueco central del sonido, lo hice muy pequeño. Y de pronto, esa mandolina adquirió una dimensión extraordinaria”. Así, advirtió Botero el potencial del volumen. “Obviamente ahora todo parece fácil. Pero cuando yo realizaba estas figuras tan deformes, la reacción era adversa, completamente negativa. La gente pensaba que se trataba de algo horrendo”, señaló.
Consultado sobre los prostíbulos que frecuentaba cuando tenía apenas trece años, tema reiterado en sus pinturas que no son de ningún modo lascivas, responde: “Convengamos que yo me he criado en un mundo muy bondadoso. Medellín no era la ciudad convulsionada por la droga que se conoce ahora. Era una ciudad conservadora, donde la religión tenía una importancia extraordinaria y donde existía ese otro aspecto: el de la prostitución, el barrio de las putas. Todo eso era algo amable. La gente no iba allí necesariamente a buscar una aventura. Era un sitio de reunión, como los grandes bares y había ambiente de fiesta todas las noches”.
El arte de Botero, sedujo al director de “Cultura”, Patricio Lóizaga, que le dedicó una revista con un análisis exhaustivo de la vida y la obra del artista. Allí figuran los criterios del director de la cátedra de arte de la Universidad de Nueva York, Edward Sullivan, y del actual Premio Nobel, Mario Vargas Llosa. La entrevista con Botero prosiguió entonces a través de una llamada telefónica que respondió desde París.
Recordó entonces su relación con la crítica de arte argentina Marta Traba. “Ella marcó una época en todo el espectro cultural. Tenía una gran exigencia de tipo estético y no llegó para aceptar la escala de valores que ya estaba establecida, llegó con un plan de análisis y produjo un gran revuelo en Colombia. Sobrevinieron grandes odios y grandes amores. Había una serie de pintores semi-académicos que dominaban todo el ambiente. Yo fui afortunado. Tenía mucho poder y desde un principio impuso mi obra en Colombia. Y no sólo se dedicó a valorar mi obra, sino también la de muchos otros pintores. Explicó y mostró otro estilo de arte que consideraba importante y creó una escala de valores diferentes”. Así, con recuerdos de la crítica argentina, culminó la entrevista. Hoy, el legado del artista se encuentra mayormente en Bogotá, en el gran Museo Botero que donó a los colombianos, pero trasciende las fronteras y continúa cautivando a los amantes del arte.
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