Kirchner con todos los frentes abiertos
Néstor Kirchner viajó anoche al Sur con la sensación de que habría suturado todos los frentes que abrió en los últimos días. Lamentablemente, no es así. La autocalma que el Presidente busca sigue la línea habitual después de sus iracundias: recurre a un columnista que le responda, generalmente de «Clarín», y admite algunas culpas como esta vez que hayan derivado de sus palabras los atentados de los piqueteros deliistas, adictos al gobierno, contra la empresa Shell. «La pelea política, por dura que sea, nunca debe atentar contra las libertades públicas», dijo el Presidente vía un vocero del diario oficialista «Clarín». Como frase es una maravilla. Pero no haber esperado una solución compartida para relevar con la Iglesia al deplorable vicario castrense Antonio Baseotto le ha dejado secuelas que no se borran con la placidez de la visión de los deshielos parciales en el lago Perito Moreno. Otra frase de los voceros de Kirchner de fin de semana es también muy grave al expresar en sus palabras textuales para salvar la responsabilidad del periodista: «Los que opinan así son los que creen que enfriando la economía se frena la inflación. Creo que hay que seguir incentivando el consumo porque sólo la expansión asegurará las inversiones». Es opuesto a lo que opina el ministro Lavagna, a quien se suponía el keynesiano del gobierno. Si el Presidente aplica este concepto, la inflación será muy grave en la Argentina. De ninguna manera distribuir fondos públicos y subsidios -cuando todo empresario sabe que eso tiene vida corta- atrae inversiones. Iglesia, inflación, ataque injustificado a la SIP, y no cerrado caso de Ezeiza son demasiados frentes, algunos de ellos, aunque no todos, innecesarios.
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«La Nación»
«La Nación»
VAN DER KOOY, EDUARDO
«Clarín»
PRESCINDIBLE. Desde hace varios domingos los panoramas políticos del fin de semana del diario «La Nación» y del monopolio «Clarín» están dominados por un solo tema: Kirchner, su conducta, sus potencialidades y peligros. Como si la escena del país estuviera dominada por un solo personaje y la vida pública resuelta en torno a un solo factor, las pulsiones presidenciales. A cualquier observador poco acostumbrado tal vez le resulte muy primitiva o arcaica esta manera de explicar el devenir de la Nación. Lo cierto es que Van der Kooy vuelve hoy al mismo tema. Pero en vez de ofrecer una imagen propia de lo que sucede, presta su pluma a que hable la voz de Kirchner. No es la primera vez que el gobierno, espantado por sus propios exabruptos, convoca a este periodista al despacho presidencial para hablarle «off the record» y conseguir, el domingo, una figura más estilizada para el poder. Ya sucedió cuando Kirchner pronunció el discurso de la ESMA e hizo bajar los cuadros de ex presidentes militares del Colegio Militar: Van der Kooy le cedió la columna del domingo siguiente para que diera señales de moderación. Casi una autocrítica con seudónimo, el del periodista. Esta vez Kirchner se arrepiente, por boca del columnista del monopolio, del acoso a las estaciones de servicio de Shell. Dice que no fue idea suya. Después Van der Kooy habla de las encuestas que lee el Presidente y que le aconsejarían hacer el acto de contrición para el que sirve su nota dominical. Llega a tener rasgos de humor el periodista: para poder decir que la violencia inducida desde el oficialismo fue rechazada, aclara que «hubo un aval amplio para la propuesta presidencial de no comprarles a aquellos que venden más caro». ¿Cabe que suceda lo contrario? ¿Es posible que la gente diga a los encuestadores que prefieren comprar donde venden más caro? Así como Morales Solá suele sacar de las brasas a Lavagna, Van der Kooy tiene una sistemática reverencia hacia Rafael Bielsa, con quien escribe libros y ofrece reportajes conjuntos para hablar de fútbol. Bielsa le manda a decir a Kirchner a través de su amigo Van der Kooy que fue injusto el reproche que le dirigió cuando lo levantó en peso (lo informa el columnista y es valioso en esto) por haber hecho una crítica al gobierno por el caso Southern Winds. Bielsa le explica a Kirchner que gracias a su reproche el radicalismo votó en el Senado la rebaja impositiva para la importación de gasoil (¿por qué hubiera votado al revés?). Van der Kooy les ofreció a sus lectores un reportaje este fin de semana. Pero como el trato con el Presidente fue «todo off», se contenta en dar indicios de que estuvo hablando con Kirchner. De la charla surgen otras afirmaciones, como que el santacruceño no quiere enfrentar la inflación por la vía monetaria ni fiscal: «Los que opinan así son los que creen que enfriando la economía se frena la inflación. Creo que hay que seguir incentivando el consumo porque sólo la expansión asegurará inversiones». Keynesianismo de manual. Después el periodista se sube a la liana en la que también se balanceó Morales Solá este domingo y llega en ella al final de su nota. Dice Van der Kooy: «Se pisa los talones el gobierno» (debería abandonar las metáforas, que lo hacen caer en el surrealismo de este tipo de frases, como cuando dijo «la providencia metió la cola»; mejor dejar la poesía para Morales Solá). Y explica cómo logra «pisarse los talones»: le reprocha al Presidente una lista farragosa y conocida de berrinches y escándalos que retraen a los inversores. Tiene razón Van der Kooy y también Morales Solá. Pero se equivocan en algo central: el diseño del programa económico, la tozudez en la no negociación con los acreedores, la decisión de abrir las audiencias públicas de discusión de tarifas sin un acuerdo previo con las empresas, son decisiones de Lavagna y hacen más por desalentar la inversión que los berrinches, desatinados, del Presidente. Finalmente, el periodista concentra su ejemplificación en el caso Baseotto y suelta un dato fidedigno: la situación del obispo ya estaba resuelta en negociaciones con la Nunciatura hasta que Kirchner decidió redoblar la apuesta de la agresividad y pedir su exoneración.
HORACIO VERBITSKY
«Página/12»
PRESCINDIBLE. Este cronista-asesor gubernamental va encontrando (al decir de Borges sobre Laprida) su destino estalinista. Bucea en los expedientes y prontuarios que duermen en los archivos del Estado y usa sus hallazgos para ponerlos a la luz pública y construir historias de su conveniencia. Casi el Gran Hermano de Orwell («1984»).
Esta vez lo hace con los miembros del vicariato castrense, empezando por Antonio Baseotto, a quien el gobierno eligió para animar la división en la opinión pública en una semana crítica: es Semana Santa y abundan las homilías de gran resonancia, coincide además con el 24 de marzo, fecha que la izquierda va a usar para reflotar la querella sobre la ESMA, encima viene hoy Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de George Bush a quien el gobierno le sigue haciendo concesiones en material internacional que seguramente van a quedar tapadas por el humo que surge de esta polémica.
El cronista repasa los cabildeos entre el gobierno y la Iglesia con el tema Baseotto y transmite la amenaza de que si el obispo habla en público criticando al gobierno, Néstor Kirchner va a suprimir directamente el Vicariato castrense. Algo así como quemar la casa para asar un lechón. Trivial amenaza para la Iglesia, que es ducha en estas pujas; ha enfrentado a regímenes como los de Hitler, Stalin, Fidel Castro o Pinochet -antes a reyes y emperadores- sin retroceder una baldosa.
También transmite el cronista una charla del Presidente donde se lamenta que lo crean un hombre irreligioso cuando su abuelo rezaba todo el día y su hermana puso una virgencita en el Ministerio de Bienestar Social. Podría aplicársele la boutade del antisemita que intenta desmarcar diciendo que tiene un amigo judío. (De paso ¿para cuándo la nota de Verbitsky sobre la concesión de una línea al grupo que conduce el presidente del partido Renovación Nacional en Chile? El no se lo hubiera dejado pasar a un Menem, por caso.)
Menos interés tiene su apunte historiográfico recordando los casos de Roca, Perón y Alvear cuando se pelearon con obispos. A estos los justifica por el espíritu de su época (el filósofo Benedetto Croce decía que «la historia no juzga nada, lo justifica todo»); a Kirchner, en cambio, lo exalta como dueño de la verdad ante unos obispos equivocados, oportunistas y timoratos, sólo por osar criticarlo.
La crónica es además un rosario de nombres e imputaciones salidas de ficheros oficiales; por caso, critica que el segundo de Baseotto sea un cura que antes de serlo fue militar carapintada y rebelde (San Agustín, debería saber, se ufanaba de ser un pecador antes de convertirse en obispo de Hipona), y que, como si fuera una lacra ominosa, tiene dos hermanos más en el Ejército. A otro cura, el secretario del Vicariato presbítero Zanchetta, Verbitsky lo anula citando los recuerdos de la ESMA del ya célebre Adolfo Scilingo, quien brega en un juzgado español para que le crean que nunca vio nada en la ESMA y que él mismo es un personaje de un libro de Verbitsky. Sale mal parado esta semana el columnista, sobre todo por la feroz nota que le dedica Vilma Ibarra en respuesta al editorial del domingo anterior.
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