21 de marzo 2005 - 00:00

Kirchner con todos los frentes abiertos

Néstor Kirchner viajó anoche al Sur con la sensación de que habría suturado todos los frentes que abrió en los últimos días. Lamentablemente, no es así. La autocalma que el Presidente busca sigue la línea habitual después de sus iracundias: recurre a un columnista que le responda, generalmente de «Clarín», y admite algunas culpas como esta vez que hayan derivado de sus palabras los atentados de los piqueteros deliistas, adictos al gobierno, contra la empresa Shell. «La pelea política, por dura que sea, nunca debe atentar contra las libertades públicas», dijo el Presidente vía un vocero del diario oficialista «Clarín». Como frase es una maravilla. Pero no haber esperado una solución compartida para relevar con la Iglesia al deplorable vicario castrense Antonio Baseotto le ha dejado secuelas que no se borran con la placidez de la visión de los deshielos parciales en el lago Perito Moreno. Otra frase de los voceros de Kirchner de fin de semana es también muy grave al expresar en sus palabras textuales para salvar la responsabilidad del periodista: «Los que opinan así son los que creen que enfriando la economía se frena la inflación. Creo que hay que seguir incentivando el consumo porque sólo la expansión asegurará las inversiones». Es opuesto a lo que opina el ministro Lavagna, a quien se suponía el keynesiano del gobierno. Si el Presidente aplica este concepto, la inflación será muy grave en la Argentina. De ninguna manera distribuir fondos públicos y subsidios -cuando todo empresario sabe que eso tiene vida corta- atrae inversiones. Iglesia, inflación, ataque injustificado a la SIP, y no cerrado caso de Ezeiza son demasiados frentes, algunos de ellos, aunque no todos, innecesarios.

Néstor Kirchner y Roberto Lavagna
Néstor Kirchner y Roberto Lavagna
(Categorización: Imprescindible, Bueno, Regular, Prescindible)

MORALES SOLA, JOAQUIN
«La Nación»

REGULAR. El título de la columna de ayer fue «Un presidente con demasiados enemigos». Pero el texto de Morales Solá se encarga de desarrollar otra tesis, tácita: la de un presidente autoritario, que lanzó una campaña electoral que estará plagada de conflictos, cuando no persecuciones. Apunta bien el periodista ya que Kirchner abrió una infinidad de frentes de conflicto. El domingo anterior, Morales Solá parecía dudar todavía acerca del verdadero carácter de Kirchner. Una semana después, parece haberse decidido por un pronóstico pesimista. Dice: «Temor. Esta palabra se ha instalado en vastos sectores sociales y no sólo en los sumisos funcionarios» (acaso por ese temor el título de la nota es tan anodino si se lo compara con el contenido). Las razones son 3 para este columnista: «La retórica presidencial, la violencia de los piqueteros y el desorden intelectual de la administración». Sonó más severo con el corazón del poder Morales Solá, esta vez. Pero su argumentación no se reduce a condenar el modo exasperante con que Kirchner ejerce su liderazgo. También le atribuye a ese estilo consecuencias económicas deplorables. Y aquí aparece el Morales Solá de siempre, el que semana a semana intenta recortar a Roberto Lavagna del resto de la administración (una metodología que en los '90 beneficiaba a Eduardo Bauzá o Carlos Corach en detrimento de Carlos Menem y otros funcionarios ligados a él). En efecto, el columnista sostiene que a los problemas que presenta la economía argentina para atraer inversiones hay que buscarles su raíz en el nivel de temor y estrés que le aporta el presidente a la vida pública. Consigna Morales Solá un informe incógnito, que circularía por gobiernos europeos, según el cual la Argentina forma parte de un bloque de países desaconsejables para invertir, junto a Bolivia y Venezuela. En cambio, México, Brasil y Chile forman parte de un trío atractivo. También se refiere a un cálculo de la CEPAL según el cual la Argentina recibió 10% de las inversiones que recibieron México y Brasil, y apenas un tercio de las que recibió Chile. Lavagna tiene poco que ver con estos números. Es, en cambio, una víctima de su jefe. Por ejemplo, en España estarían encantados con el ministro de Economía. Y también con Alberto Fernández (quien en estas notas obtiene un retrato alentador). Pero Morales Solá lamenta que a la hora de las negociaciones Kirchner decida que el interlocutor sea Julio De Vido. Llevados por estas emociones que siempre le arranca Lavagna, el columnista comete más de un error informativo en su nota. Como cuando atribuye a la conducta de Kirchner ser la única responsable por los enojos de Rodrigo de Rato, el titular del FMI. Morales Solá dice que Rato le dio un préstamo de u$s 1.000 millones a la Argentina. Dice que lo hizo «a espaldas de Aznar», lo que constituye un desacierto bastante obvio (podría consultar a los protagonistas de la época para saber que fue al revés: quien dio la orden fue Aznar, contra la opinión de su ministro). Y termina afirmando que «la Argentina envió ese préstamo al default», cuando es sabido que esa decisión la tomó Lavagna y que desde el momento en que lo hizo se ganó la desconfianza e inquina de Rato. Cualquier persona medianamente informada respecto de estos vínculos podría aportarle a Morales Solá un par de detalles para que corrija su versión, a pesar de Lavagna. Finalmente, el columnista levanta la puntería pidiéndole a Kirchner que haga una autocrítica sobre lo que hizo (o no hizo) en tiempos de la dictadura, cuando se enriquecía como abogado de una financiera a la que le hacía recuperar sus créditos prendarios e hipotecarios. Morales Solá no se anima a hacerlo de manera directa, personal, y prefiere reclamar esa conducta a toda la dirigencia política. El columnista dice que sería bueno ese reconocimiento y no solamentela sistemática acusación al periodismo por lo que no hizo en los años del Proceso ( alude, hay que suponer, al caso de José Claudio Escribano, imputado sistemáticamente por Kirchner). En ese afán por universalizar el pecado de los políticos, pierde grandeza Morales Solá. Dice que toda la dirigencia estaba «esperando un llamado de los militares» durante aquel período de facto. Y rescata solamente a Raúl Alfonsín. Le cuesta recordar que Carlos Menem, igual que tantos otros dirigentes políticos, estuvieron presos en aquellos tiempos.

GRONDONA, MARIANO
«La Nación»

PRESCINDIBLE. El ensayista ofrece esta semana una pieza extraña por lo arbitraria. Explica al comienzo, con Pascal, que existen dos espíritus para abordar la realidad: el geométrico y el de finesse, más sensible a las sutilezas y ambigüedades. A Grondona esta semana lo traiciona su espíritu geométrico. Primero porque intentó contar una parábola, con dos niños como protagonistas: Juan Domingo y Julio Argentino. Son hijos de Elisa y Ricardo ( enseguida se advierte que no son López Murphy y Carrió). A uno le adjudica el espíritu de geometría, que consiste en adoptar posiciones lineales y voluntaristas. Al otro, el de finesse, que consiste en tomar rodeos para obtener resultados inaccesibles de la otra manera. Después Grondona se sumerge en lo peor de su ensayo: intenta clasificar todos los períodos de la historia argentina con estos dos modelos, lo que supone una explicación caprichosa, forzada. Cartesiano, este profesor no suele tener éxito cuando recurre a la ficción o a la parábola para darse a entender. Después de todo, Juan Perón sintetizó lo que quiso decir Grondona de manera muy eficiente diciendo que «las revoluciones ahorran tiempo pero derrochan sangre» y que, por eso, es mejor confiar en el evolucionismo. Es de esperar que la semana que viene este pensador vuelva a sus niveles de calidad habitual.

VAN DER KOOY, EDUARDO
«Clarín»

PRESCINDIBLE.
Desde hace varios domingos los panoramas políticos del fin de semana del diario «La Nación» y del monopolio «Clarín» están dominados por un solo tema: Kirchner, su conducta, sus potencialidades y peligros. Como si la escena del país estuviera dominada por un solo personaje y la vida pública resuelta en torno a un solo factor, las pulsiones presidenciales. A cualquier observador poco acostumbrado tal vez le resulte muy primitiva o arcaica esta manera de explicar el devenir de la Nación. Lo cierto es que Van der Kooy vuelve hoy al mismo tema. Pero en vez de ofrecer una imagen propia de lo que sucede, presta su pluma a que hable la voz de Kirchner. No es la primera vez que el gobierno, espantado por sus propios exabruptos, convoca a este periodista al despacho presidencial para hablarle «off the record» y conseguir, el domingo, una figura más estilizada para el poder. Ya sucedió cuando Kirchner pronunció el discurso de la ESMA e hizo bajar los cuadros de ex presidentes militares del Colegio Militar: Van der Kooy le cedió la columna del domingo siguiente para que diera señales de moderación. Casi una autocrítica con seudónimo, el del periodista. Esta vez Kirchner se arrepiente, por boca del columnista del monopolio, del acoso a las estaciones de servicio de Shell. Dice que no fue idea suya. Después Van der Kooy habla de las encuestas que lee el Presidente y que le aconsejarían hacer el acto de contrición para el que sirve su nota dominical. Llega a tener rasgos de humor el periodista: para poder decir que la violencia inducida desde el oficialismo fue rechazada, aclara que «hubo un aval amplio para la propuesta presidencial de no comprarles a aquellos que venden más caro». ¿Cabe que suceda lo contrario? ¿Es posible que la gente diga a los encuestadores que prefieren comprar donde venden más caro? Así como Morales Solá suele sacar de las brasas a Lavagna, Van der Kooy tiene una sistemática reverencia hacia Rafael Bielsa, con quien escribe libros y ofrece reportajes conjuntos para hablar de fútbol. Bielsa le manda a decir a Kirchner a través de su amigo Van der Kooy que fue injusto el reproche que le dirigió cuando lo levantó en peso (lo informa el columnista y es valioso en esto) por haber hecho una crítica al gobierno por el caso Southern Winds. Bielsa le explica a Kirchner que gracias a su reproche el radicalismo votó en el Senado la rebaja impositiva para la importación de gasoil (¿por qué hubiera votado al revés?). Van der Kooy les ofreció a sus lectores un reportaje este fin de semana. Pero como el trato con el Presidente fue «todo off», se contenta en dar indicios de que estuvo hablando con Kirchner. De la charla surgen otras afirmaciones, como que el santacruceño no quiere enfrentar la inflación por la vía monetaria ni fiscal: «Los que opinan así son los que creen que enfriando la economía se frena la inflación. Creo que hay que seguir incentivando el consumo porque sólo la expansión asegurará inversiones». Keynesianismo de manual. Después el periodista se sube a la liana en la que también se balanceó Morales Solá este domingo y llega en ella al final de su nota. Dice Van der Kooy: «Se pisa los talones el gobierno» (debería abandonar las metáforas, que lo hacen caer en el surrealismo de este tipo de frases, como cuando dijo «la providencia metió la cola»; mejor dejar la poesía para Morales Solá). Y explica cómo logra «pisarse los talones»: le reprocha al Presidente una lista farragosa y conocida de berrinches y escándalos que retraen a los inversores. Tiene razón Van der Kooy y también Morales Solá. Pero se equivocan en algo central: el diseño del programa económico, la tozudez en la no negociación con los acreedores, la decisión de abrir las audiencias públicas de discusión de tarifas sin un acuerdo previo con las empresas, son decisiones de Lavagna y hacen más por desalentar la inversión que los berrinches, desatinados, del Presidente. Finalmente, el periodista concentra su ejemplificación en el caso Baseotto y suelta un dato fidedigno: la situación del obispo ya estaba resuelta en negociaciones con la Nunciatura hasta que Kirchner decidió redoblar la apuesta de la agresividad y pedir su exoneración.

HORACIO VERBITSKY
«Página/12»

PRESCINDIBLE.
Este cronista-asesor gubernamental va encontrando (al decir de Borges sobre Laprida) su destino estalinista. Bucea en los expedientes y prontuarios que duermen en los archivos del Estado y usa sus hallazgos para ponerlos a la luz pública y construir historias de su conveniencia. Casi el Gran Hermano de Orwell («1984»).

Esta vez lo hace con los miembros del vicariato castrense, empezando por Antonio Baseotto, a quien el gobierno eligió para animar la división en la opinión pública en una semana crítica: es Semana Santa y abundan las homilías de gran resonancia, coincide además con el 24 de marzo, fecha que la izquierda va a usar para reflotar la querella sobre la ESMA, encima viene hoy Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de George Bush a quien el gobierno le sigue haciendo concesiones en material internacional que seguramente van a quedar tapadas por el humo que surge de esta polémica.

El cronista repasa los cabildeos entre el gobierno y la Iglesia con el tema Baseotto y transmite la amenaza de que si el obispo habla en público criticando al gobierno, Néstor Kirchner va a suprimir directamente el Vicariato castrense. Algo así como quemar la casa para asar un lechón. Trivial amenaza para la Iglesia, que es ducha en estas pujas; ha enfrentado a regímenes como los de Hitler, Stalin, Fidel Castro o Pinochet -antes a reyes y emperadores- sin retroceder una baldosa.

También transmite el cronista una charla del Presidente donde se lamenta que lo crean un hombre irreligioso cuando su abuelo rezaba todo el día y su hermana puso una virgencita en el Ministerio de Bienestar Social. Podría aplicársele la boutade del antisemita que intenta desmarcar diciendo que tiene un amigo judío. (De paso ¿para cuándo la nota de Verbitsky sobre la concesión de una línea al grupo que conduce el presidente del partido Renovación Nacional en Chile? El no se lo hubiera dejado pasar a un Menem, por caso.)

Menos interés tiene su apunte historiográfico recordando los casos de Roca, Perón y Alvear cuando se pelearon con obispos. A estos los justifica por el espíritu de su época (el filósofo Benedetto Croce decía que «la historia no juzga nada, lo justifica todo»); a Kirchner, en cambio, lo exalta como dueño de la verdad ante unos obispos equivocados, oportunistas y timoratos, sólo por osar criticarlo.

La crónica es además un rosario de nombres e imputaciones salidas de ficheros oficiales; por caso, critica que el segundo de Baseotto sea un cura que antes de serlo fue militar carapintada y rebelde (San Agustín, debería saber, se ufanaba de ser un pecador antes de convertirse en obispo de Hipona), y que, como si fuera una lacra ominosa, tiene dos hermanos más en el Ejército. A otro cura, el secretario del Vicariato presbítero Zanchetta, Verbitsky lo anula citando los recuerdos de la ESMA del ya célebre Adolfo Scilingo, quien brega en un juzgado español para que le crean que nunca vio nada en la ESMA y que él mismo es un personaje de un libro de Verbitsky. Sale mal parado esta semana el columnista, sobre todo por la feroz nota que le dedica Vilma Ibarra en respuesta al editorial del domingo anterior.

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