Eduardo Levy Yeyati: "La inteligencia artificial genera tensiones que pueden llevar al populismo outsider"
El economista acaba de publicar un libro que reflexiona sobre los impactos de la inteligencia artificial en la política, la economía y las sociedades.
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El economista Eduardo Levy Yeyati acaba de publicar su último libro “Automatizados”.
Eduardo Levy Yeyati es economista, docente y escritor. En su último libro, “Automatizados”, en coautoría con Darío Judzik, abren el debate sobre el impacto que la inteligencia artificial tendrá para el mundo del trabajo, la economía, la política y la vida cotidiana de las personas.
El economista recibe a Ámbito en su casa. Mientras su gata rondaba la conversación, Yeyati respondió las preguntas sobre las ideas centrales del libro.
Periodista: ¿Cuáles son los principales desafíos que la Inteligencia Artificial le impone al mundo del trabajo?
Levy Yeyati: Lo primero que tenemos que hacernos cargo, por más que haya mucha negación, es que a largo plazo va haber menos empleo. Es como el cambio climático: va a pasar. Podés negarlo, podés tratar argumentar que es más lento de lo que pensabas, pero va a pasar. Y, a diferencia del cambio climático, donde si no mitigás morís, acá mitigar el avance tecnológico es imposible. La concentración tiene que estar en la adaptación, en cómo hacer para que el cambio tecnológico nos lleve una utopía del ocio, a una sociedad mejor, donde compartamos los frutos de la tecnología y no a un estancamiento desigual donde haya muchos ricos que no consumen y muchos pobres que no tienen con qué consumir.
Dentro de eso hay varios aspectos de las tecnologías de Inteligencia Artificial generativa que está saliendo a la luz ahora en los últimos años que que abren preguntas más específicas. Por ejemplo: las nuevas tecnologías reemplazan el conocimiento. Tenemos que pensar si vamos a reformar la educación para adaptarnos a la tecnología o qué es lo que deberíamos transformar de la educación. Competir con la tecnología, con el programa, es una batalla perdida desde el principio.
En términos estrictamente laborales, tenemos que pensar la educación como complementaria a una tecnología que yo creo que es imparable.
En vez de pensar en la programación como la carrera del futuro, que es lo que pensábamos hace 20 años y que de hecho fue la carrera de futuro, tenemos que pensar en las habilidades o competencias más estrictamente humanas que van a complementar o competir, por lo menos con alguna capacidad, contra la tecnología: la empatía, la comprensión, la creatividad.
P.: Si hay menos trabajo, dicen ustedes, hay más tiempo disponible. Y por eso hablan de la “Utopía del Ocio”. ¿Qué es?
L.Y.: Son necesarias dos cosas para la “utopía del ocio”. Primero, repartir los frutos de la tecnología. Si hay menos trabajo, tenemos que pensar en alguna otra forma de distribuir los recursos de manera orgánica, ya sea invirtiendo más en bienes y servicios públicos, o con alguna variante de ingreso universal o ingreso básico, porque tenemos que hacer, como decía Martin Luther King, a todos los ciudadanos sujetos de consumo.
Pero King, en el mismo discurso, decía que al mismo tiempo que a un ciudadano le das el cheque, le tenés que conseguir algo para hacer, porque nosotros en nuestra ética protestante nos hemos organizado alrededor del trabajo. Si sacás a los hombres del trabajo remunerado tenés que enseñarles, o darles tiempo a que aprendan, otras formas de organizar su vida alrededor de algo. Y ese algo va a ser trabajo, pero no el trabajo de la revolución industrial; no va a ser el trabajo con sueldo, sino un trabajo como los trabajos que pensaba Aristóteles cuando escribía la vida activa, trabajos que pueden ser de participación social, de creación, incluso de contemplación. Tareas en las cuales te realizás pero que no tienen nada que ver con lo que es un laburo, con lo productivo y remunerado.
Vamos a tener que desacoplar el trabajo asociado a la remuneración de lo que son las tareas que nosotros hacemos para realizarnos, o integrarnos, o socializar, o pasar el tiempo. Entonces hay dos dimensiones: la distributiva y la cultural o socioecológica, que se tienen que atender en paralelo.
La primera es fundamental, porque si no vas a un sistema muy inequitativo y estancado. La segunda posiblemente nos lleve una o dos generaciones más.
P.: ¿Cómo pensás que quienes toman decisiones ven este tipo de discusiones?
L.Y.: Hay diferencias entre países y generacionales. Los países centrales recién el año pasado empezaron a despabilarse ante la inminencia de este cambio tecnológico, que es cualitativamente distinto. Uno de los aspectos que más les interesa es el tema asociado a la seguridad. La tecnología, aparte de su incidencia sobre nuestras vidas y nuestro ocio, abre puertas a cambios que puede ser potencialmente buenos o potencialmente peligrosos, sobre todo en las diseminación de noticias falsas y en las campañas de desinformación. Los grandes modelos de lenguaje aún regurgitan informaciones que están en la nube y no necesariamente pueden filtrar todo lo que hay ahí. Puede terminar recirculando cualquier cosa.
Pero hay poca discusión entre Estados. En parte porque los políticos, los gobiernos, quienes deciden la política, suelen ser bastante viejos. Tienen cierta inercia en la forma de encarar cosas nuevas.
Lo que estamos viendo acá son tres grandes cambios cualitativos de proceso lento, a los que el mundo le está costando entrarle: la inteligencia artificial, el cambio climático y el cambio demográfico.
Esos tres van a cambiar completamente la economía y las sociedades, la forma en que pensamos las sociedades. A los gobiernos les cuesta mucho salir de la caja con la que vienen pensando y distinguir lo que es movimientos cíclicos de un cambio de tendencia. Estos son grandes tendencias y giros muy importantes. Hacen lo que pueden, pero por ahora el abordaje es bastante epidérmico.
P.: ¿Qué impacto puede tener la inteligencia artificial en los procesos migratorios sur-norte?
L.Y.: De las tres tendencias de cambio lento, claramente la cuestión migratoria tiene que ver con la cuestión demográfica. Si lo pensamos así, vemos que los países desarrollados envejecen y necesitan sangre joven para crecer, pero esa sangre joven tiene otro color de piel y genera cambios políticos. Se vio muy claro en Europa y se ve también en Estados Unidos. Nadie sabe cómo resolver eso.
Cambio de color que va a ser mucho más marcado en el futuro, porque la fuente de sangre joven en los próximos 50 años va a ser África. Entonces vos querrías que esos trabajadores africanos te ayudaran a paliar la caída del ratio de población activa sobre pasiva, que es lo que de alguna forma determina tu producto per cápita.
La inteligencia artificial podría moderar esta demanda de sangre joven, porque reemplaza al trabajador en muchos casos.
Si se analiza la respuesta de China a su envejecimiento, China fue el primer país que tuvo a la automatización como política de Estado. Ellos reemplazaron a los trabajadores chinos, no con inmigrantes sino con robots. De alguna forma promovieron la automatización como una manera de reemplazar la falta de trabajadores.
Uno podría pensar, especulando, que la inteligencia artificial podría morigerar la necesidad de abrir la puerta de migraciones que políticamente son conflictivas, por más que sean buenas para el país que envía a los migrantes, y en ese caso podría estar cooperando con los políticos más nacionalistas que intentan cerrar la frontera. Podría pensarse entonces que la inteligencia artificial, en la medida que reemplace estas necesidades y en particular cuando reemplace trabajos de baja calificación, podría complementar un poco el sesgo que tienen en general los partidos más nacionalistas o más conservadores de cerrar las fronteras y de volcarse una inmigración selectiva.
En ese sentido podría tener alguna incidencia. Todavía no la está teniendo, pero para ponerlo en una línea: puede ser que El Salvador tenga que preocuparse un poco por las remesas que recibe de Estados Unidos si la inteligencia artificial empieza a reemplazar salvadoreños.
P.: ¿Cuál es la relación entre la inteligencia artificial y los procesos políticos?
L.Y.: Ese es un punto interesante, porque la inteligencia artificial tiene más impacto sobre la política, que la política sobre la inteligencia artificial.
Hay muchos economistas que sostienen la necesidad de guiar, orientar, incidir sobre el avance tecnológico con las mismas políticas de desarrollo productivo que han implementado estos países desarrollados durante años a través de subsidios, impuestos, regulaciones.
Nosotros analizamos eso en el libro. Yo descreo de eso, creo que hoy los gobiernos no tienen el tablero de control de las tecnologías. Pueden incidir muy poco sobre las tecnologías. No creo que ese sea el camino, porque ellos lo dicen una forma de generar tecnologías que sean más amigas del trabajo, pero eso es solo demorar tiempo. Y aún en esa estrategia de demorar lo inevitable, creo que es poco lo que van a poder hacer los estados.
Pero, en cambio, la inteligencia artificial sí incide sobre la política porque va a potenciar algo, que ya se está viendo, y es que las grandes compañías tecnológicas son un poder en sí mismo difícilmente gobernable por países específicos, sobre todo en un mundo multipolar en donde hay arbitraje entre países.
Si tuvieras un solo líder mundial o si tuvieras una comunidad mundial, orgánicamente organizada, podrías imponer condiciones como lo hiciste por ejemplo con el minimun global tax.
Pero eso no se da en la práctica con la tecnología. Al contrario, hay una guerra tecnológica entre China y Estados Unidos, y hay diferencias tecnológicas y países en el medio que van a arbitrar. Con lo cual es muy difícil para la política incidir sobre la tecnología. Es mucho más fácil para la tecnología condicionar la política. Lo que en una época se decía del sistema financiero, que tenía incidencia política, se va a decir en 10 o 20 años de las empresas tecnológicas.
P.: Hay otra tensión que plantean en el libro relacionada al impacto de la inteligencia artificial en la macroeconomía. Al haber menos empleo, puede haber menos consumo. ¿Cómo se resuelve esa tensión?
L.Y.: La forma de gestionar esa tensión a través de la política es utilizando las herramientas de redistribución que ya existen. Si vos tenés un sistema tributario basado en los ingresos corporativos y personales, si es progresivo y tenés concentración de ingresos entre los ricos, ese rico va a pagar proporcionalmente más y va a aumentar el ingreso fiscal. Y a eso podés devolver de alguna forma: o en bienes y servicios tratando que la gente tenga más cosas para consumir gratis, o directamente a través de una transferencia. Los países más liberales harán una transferencia y los países más cercanos al Estado de bienestar tendrán mejor educación pública, mejores servicios o vivienda social.
Pero para hacer eso es fundamental saber si la tecnología va a aumentar el tamaño de la torta, porque redistribuir siempre es mejor cuando tenés un extra.
Hay mucha evidencia de que algunas de estas tecnologías ahorran costos, pero no aumentan la productividad. El problema macroeconómico principal está en orientar la tecnología hacia cosas más productivas.
Si se deja esto a merced del mercado es muy fácil generar situaciones parecidas a las que se daban en la Revolución Industrial, nada más que con Estados con instrucciones muy distintas. Se puede generar una masa de desempleados, de pobres, de outsiders, que al principio van a estar fuera del sistema económico, pero finalmente van a estar fuera del sistema social.
P.: Y eso genera problemas políticos.
L.Y.: Genera problemas políticos, genera populismo outsider. Eventualmente, si lo llevas al extremo, como se ve en las ficciones, te genera guerra civil, saqueos. No hay que olvidar que vivimos en un equilibrio muy local: los derechos de propiedad y los contratos valen cuando no hay guerra. Para preservar esta esta organización, que mal o bien tenemos, en la cual por lo menos sabemos qué es lo que podemos hacer y qué no, necesitas controlar el derrame de gente por fuera del sistema. La política tiene que reaccionar antes de que esto sea una realidad.
Lo primero que vas a ver es una caída demanda, pero más a futuro se va a ver una desorganización de la sociedad. Y esa desorganización es irremediable. Definitivamente es algo que hay que evitar y hay que empezar a pensar también desde el punto de vista político.
P.: ¿Por qué frente a todo esto ustedes postulan a la empatía como refugio?
L.Y.: El humano es original. Hay un montón de ocupaciones, que podríamos poner el logo “hecho por humanos”, van a ser muy importante futuro y ahí se refugian muchas ocupaciones o pedazos de ocupaciones. Algunas de las tareas van a ser o ya están siendo reemplazadas, pero algunas no y van a ser o complementarias de la tecnología o algo más artesanal, más humano. Creo que esa es la frontera del trabajo humano de acá 20 años.
P.: ¿Cómo te imaginás vos el fin del trabajo?
L.Y.: Bueno, puede ser una utopía o una distopía. Pero te digo cómo quiero imaginármelo. Querría imaginármelo como una vuelta a lo humano. Nosotros creemos que el trabajo nos dignifica, nos humaniza, pero la mayoría de los trabajos son laburos que odiamos. Creo que el trabajo no te deshumaniza pero te condiciona y si la inteligencia artificial, o en general la tecnología, te permite desacoplar tus actividades del trabajo remunerado, vas a tener más tiempo para volver a buscar qué es lo que son como ser humano.
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