Sin pánico, la Bolsa se derrite. Como si no importara. ¿Es un mercado bear? A simple vista, sí. El viernes a las 13:30 cumplía con todas las formalidades. Pero, por segunda semana consecutiva, falló el tiro del final. Y al cierre, Wall Street, sin ayuda de nada ni de nadie, se subió otra vez del barranco a la cornisa, a balconear desde allí otra semana que comienza. Van siete al hilo en retroceso (ocho para el Dow Jones) y tampoco espera cortar la racha pronto aunque los bonos sanaron la suya y las tasas largas, que empujaron a las acciones al vacío, por fin se estabilizaron en torno a 3%. No está muerto quien pelea pero la Bolsa se rindió y no pelea.
Wall Street en tierra de nadie: los toros huyeron, los osos no se hacen cargo
Sin ayuda de nada ni de nadie, se subió otra vez del barranco a la cornisa, a balconear desde allí otra semana que comienza. Van siete al hilo en retroceso (ocho para el Dow Jones) y tampoco espera cortar la racha pronto.
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Expectativas. Las pantallas en Wall Street, atentas a Powell.
No hay toros en plaza, no discute con la Fed y da lo que le piden: desde las pizarras aporta desinflación, escena de velorio y efecto pobreza (por 5 billones de dólares en 2022). “Claramente tenemos un trabajo que hacer para enfriar la demanda”, bramó Jay Powell, el mandamás de la Fed. Habla de la economía; el apetito por la Bolsa se quebró, nadie la quiere suspendida en el aire, abaratándose deprisa y como a mitad de recorrido. ¿Qué deprime a un mercado bull que supo ser formidable hasta enero? ¿La recesión? Al contrario. Es la expansión tenaz de la economía y el empleo. “Hay más demanda de trabajadores que gente disponible para trabajar por un margen sustancial”, esgrime Powell. Y es verdad. Los desocupados son 5,9 millones y las aperturas de nuevas posiciones laborales suman 11,5 millones. La Fed pretende aplanar toda exuberancia para abatir la inflación. La Bolsa, que hace votos de austeridad, y corrigió excesos de valuación ubicándose debajo de la media de los últimos 5 y 10 años, está atrapada entre dos fuegos. Que la economía se enfríe, y se enfríe Powell, sería hoy su mejor negocio.
La Fed aprieta, pero no ahorca. Lo que ocurre es que la política monetaria opera con rezago. Entiéndase bien: con efectos rezagados en la economía real, pero instantáneos en los mercados financieros, que son una arcilla muy flexible. Y, esta vez, la comunicación anticipó nítidas sus intenciones y los mercados se adelantaron con creces. Está claro: la Fed corre detrás de la inflación. Pero, por eso mismo, la política monetaria aceleró su agresividad como nunca desde Paul Volcker (el modelo no es él sino el Greenspan de 1994-1995).
Las condiciones financieras se tensaron del día a la noche. La Bolsa da cuenta. Pero la Fed no cejará en la suba de tasas hasta que las presiones inflacionarias, no las acciones, se rindan. Y en junio sumará el recorte de balance. Por un lado, es cierto, la política fiscal que encendió los motores del desborde inflacionario ya se apagó (y ahora juega a la inversa). Por otro, la guerra en Ucrania (y las sanciones a Rusia) son un shock negativo de oferta sin solución a la vista con lo peor de dos mundos, menos actividad a precios más altos. La Fed nos va a estrujar, ¿pero cómo sabrá que no ahorca antes que sea muy tarde? En un extremo, Wall Street se entregó. En el otro, la inflación persiste (sobre todo en energía y alimentos). ¿Cuánto deberá limarse la economía? La Fed arrancó con todo porque conoce la solidez del punto de partida. Necesita una desaceleración fuerte del gasto pero sin recesión. Un mercado bear le prenderá una luz amarilla, pero la curva de bonos, que amagó invertirse, mantiene la luz verde de una pendiente positiva y es señal más confiable.
La recesión anida en las expectativas, más ahora que el frío se siente en la calle. Que lo diga el informe Philly Fed que se desplomó sin preaviso y donde más de la mitad de las compañías acusa un frenazo en mayo. Que lo digan los balances del comercio minorista que hablan de un consumidor receloso de pagar de más, y del exceso de inventarios. Que lo digan los CEO como se lo dicen a The Conference Board: el 57% tiene una recesión suave en mente (y menor poder de fijación de precios). Que lo digan pero que sea pronto (y si se puede que el deflactor núcleo estampe otro 0,3% como en febrero y marzo). La recesión y la mera desaceleración son indistinguibles en este tramo, el cash se apila como nunca en los últimos 20 años, y si la tasa larga se estaciona en 3% y los osos no se animan, quizás entonces la Bolsa sea reclamada por sus viejos dueños, hoy en huelga de brazos caídos. La Fed será implacable pero James Bullard, el halcón más agresivo, jura y perjura que no habrá recesión sino un excelente segundo semestre. Un rally no se le niega tampoco a un mercado bear, y su ausencia es de lo más sospechosa.
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