18 de julio 2023 - 00:00

Jeanmaire: una mirada a la violencia de las villas

“La banda de los polaquitos” fusiona el realismo fantástico con elementos de comedia.

Jeanmaire. “La banda de los polacos” es su novela número 25.

Jeanmaire. “La banda de los polacos” es su novela número 25.

Los rubios de una villa, a los que llaman polaquitos, se convierten en una banda cuando aparece la Colo, tan adolescente como ellos, y les propone cambiar el mundo, es el comienzo de “La banda de los polacos” (Anagrama) novela número veinticinco de Federico Jeanmaire; a su regreso de presentar en España esta obra, y en Italia la traducción de “Más liviano que el aire”. Dialogamos con él.

Periodista: “La banda de los polacos”, ¿es una novela de aventuras en el conurbano, una crítica social o una comedia calculadamente provocativa?

Federico Jeanmaire: Nunca sé muy bien qué son mis novelas. Me gusta decir que son como comedias, divertidas y, a la vez, muy serias. En esta quise trabajar básicamente la discriminación racial que hay desde siempre en la Argentina, y que se esconde. Es fácil que el argentino hable de la discriminación de los negros en otras partes, pero acá se discrimina a personas de piel más oscura, que viven en los peores lugares, tienen los peores trabajos y ganan menos dinero. La novela intenta hablar de eso desde el lugar de la comedia. En nuestro país los líderes que intentaron cambiar eso han sido blancos, Rosas que era blanco y rubio como lo eran Eva y Perón.

P.: ¿Por qué eligió como polacos a los blancos y rubios de una villa?

F.J.: Porque así llaman en las villas a los rubios y blancos, son”los diferentes”, aunque eso no sirva para diferenciarlos o excluirlos. Un escritor que vivió cerca de La Cava me contó eso. Por lo general el polaquito o la polaquita es el único hijo o hija con tiene esas características en una familia numerosa. Usé ese dato como base para algo que tenía muchas ganas de escribir, entre muchas otras cosas hacer una crítica de la Iglesia y sus costumbres.

P.: La novela tiene resonancias de hechos actuales, un cura pedófilo, rugbiers y policías violentos hacia los que tratan de negros...

F.J.: La puteada más común en la calle es “negro de mierda”. La puede usar hasta alguien que no es tan blanco, pero que quiere verse como blanco. Ese racismo es una cuestión estructural de nuestro país que se trata de ocultar. Quería decirlo y lo dije de manera literaria, divertida, con una incursión en las lenguas artificiales. Los miembros de la banda no hablan como pibes de la villa sino como chicos que podrían perfectamente estar yendo a la universidad. El único que usa el lunfardo y el dialecto villero es Borges, el quiosquero. Borges es quien a veces adelanta el porvenir de la novela, va avisando cosas que él sabe porque, de algún modo, es quien las está narrando.

P.: El quiosquero Borges se muestra como vidente, teólogo y gnóstico.

F.J.: Es como muchos lo vemos al auténtico Borges. En este sentido la novela más que al género comedia pertenece al realismo fantástico. Hay cosas que hacen que la historia real entre en lo fantástico, esa fue mi ambición.

P.: ¿Por qué la banda de los polacos, “los Wojtyla”, es liderada por Yesi, la Colo?

F.J.: Nuestra cultura política y social, en los últimos treinta años, ha sido liderada por mujeres, que han cambiado la estructura social del país. Si la banda tenía un líder, tenía que ser una líder, una mujer, provocativa en todos los sentidos.

P.: En la novela se cuestiona la existencia de Dios, lo religioso en actos condenables, pero el final está entre la revancha personal y un sincretismo misional.

F.J.: Creo que la novela tiene una resolución cristiana, la idea amaos los unos a los otros que Cristo vino a traer al mundo. Fui monaguillo y eso me dejó una importante educación cristiana, a la vez que aversión a la Iglesia, algo que aparece en muchos de mis libros.

P.: ¿“La banda de los polacos” es un homenaje a “Los siete locos”? En ambas novelas hay seis y un líder y se proponen “cambiar el mundo”.

F.J.: Cuando escribía nunca pensé en la novela de Arlt, después de editada me llegaron comentarios de ese tipo. Me hicieron ver que usaba a dos de los más grandes de nuestras letras. Representan polos de la literatura argentina. En la novela se cita a alguien que no es argentino, pero como si lo fuera, Witold Gombrowicz. Para mí, por varias razones, “La banda de los polacos” es una novela muy argentina, por lo menos es lo que intenté en sentido literario, político, cultural.

P.: Esta es su novela número veinticinco, ¿está trabajando en la veintiséis?

F.J.: Ya la terminé. Se va a llamar “La niña que leía sentada en el piso”. Es la historia de una nena de siete años que aprendió a leer antes que a hablar. Es nuevamente un relato que tiene mucho de ficción fantástica. Me permite desandar temas como qué es la edición, cómo leemos, qué es la convención de la lectura, su extraordinaria historia. Todo eso en doscientas páginas. Surgió pensando en una chica que habla con todas las convenciones de la lectura, tal como las conocemos y usamos. Leemos en los diarios, en los libros, en cualquier escrito, palabras separadas, aisladas, apartadas, y en el habla no. Hay guiones, puntos, comas, paréntesis, cantidad de cosas que no existen en el habla y que fueron una creación, a partir de una necesidad de los editores italianos del siglo XV, que empezaron a imponerlos. Si bien hay quienes remontan los signos ortográficos a la inquietud de un director de la Biblioteca de Alejandría. Antes la escritura era de corrido, sin espacios intermedios. Así escribían los egipcios, los griegos, los romanos. No había ninguno de esos signos, no habían surgido estas convenciones que hoy resultan naturales, obvias. Era un tiempo en el que los que leían eran muy pocos, y muchos eran como cantores, interpretadores del texto. Cuando la edición se hizo popular y había que vender libros, los editores comenzaron a establecer estos signos, esas convenciones que no tienen nada que ver con el habla.

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