Badea: concebir el teatro como si fuera una novela o un film
Autora de "Conexión Europa", su dramaturgia se ocupa de temas como las intimidades de la política global y los cauces entre la guerra y la ciencia.
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Las intimidades de la política global, las variadas tensiones amorosas, los cauces de la ciencia y la guerra y los controles que reducen al individuo son los temas de las obras de teatro que se leen como novelas o películas, por caso “Extremófilo” y “Conexión Europa” (Libros del Zorzal) de Alexandra Badea. Nacida en la Rumania de Ceausescu, Badea se formó en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático; a los 23 años se fue a vivir a París, se hizo ciudadana francesa, y hoy es una de las más destacadas dramaturgas, narradoras y directoras teatrales de Europa. Escribió más de quince obras, entre ellas las aclamadas “Burnout”, “Control de identidad”, “Modo de empleo” y “Yo te vigilo”. En su breve visita a Buenos Aires dialogamos con ella.
Periodista: Cuando se leen sus obras de teatro no se lee teatro; se leen novelas como las de Michel Butor, como las de un renovado Nouveau Roman.
Alexandra Badea: Eso me han dicho en Francia. Me halaga cuando dicen que les parecen novelas porque reivindico el hecho de que mis textos puedan ser leídos. Acaso se debe a que cuando escribo siempre tengo en mente que va a ser leído, y que luego el texto va a ser dicho por un actor en un escenario, entonces el trabajo que hago tiene eso en cuenta. Por eso trabajo con el ritmo, con la musicalidad de las palabras; con palabras mordaces, pensando en lo que el espectador puede recibir en la inmediatez del instante teatral. Si no uso la didascalia [las instrucciones y comentarios para el director y los actores] es porque quiero dejar en libertad al director para que imagine su propia puesta. Soy originalmente directora teatral y uno de los problemas que encontraba cuando buscaba textos era que el autor me encerraba en su visión, y no tenía mucho margen en la interpretación o la creación de su obra. Si bien hoy yo hago las puestas de mis obras, tengo ganas de que otros puedan poner en escena esos textos y que inventen cosas propias. Hoy mis relatos tienen más bien una estructura clásica, en el sentido en que trabajo los diálogos, hay monólogos pero están más reducidos, trabajo más sobre los personajes, he ido evolucionando en el sentido narrativo.
P.: La falta de indicaciones teatrales lleva a preguntarse quién cuenta la historia, ¿un narrador omnisciente, una voz en off o lo que piensa y siente el personaje?
A. B.: Todo eso a la vez. Hace poco trabajé en la puesta de mi obra “Extremófilo”. Los extremófilos son organismos que viven en condiciones extremas, que son diferentes de la mayoría; rompí las convenciones, trabajé con esas cosas a la vez. Al principio tres personas dicen el texto como siguiendo a los personajes que ven en una pantalla, como si esos personajes estuvieran siendo tomados por drones o cámaras de vigilancia. En primer plano estaba el funcionario asesor del Jefe de Gabinete que hablaba con su mujer y a la vez recordaba, actuaba, dialogaba con Ahmat, su pareja homosexual. Lo contado estaba a cargo de la gente que los vigilaba. Todo se veía con pantallas, celulares y computadoras. El escenario estaba en oscuridad y solo se veían cabezas. De pronto se encendían las luces y una persona del coro, que era como el alter ego del protagonista hablaba como si fuera una voz interior, el funcionario lo ignoraba y seguía con Ahmat. Al final el asesor recobraba la palabra y se hablaba a sí mismo, eso me permitía dirigirme al espectador, hacerlo entrar en la acción.
P: Acostumbrados a “Art” de Yasmine Reza, o a “Toc toc” de Laurent Buffie, ¿su obra remite al teatro de vanguardia, a Beckett, a Kantor?
A. B.: Nunca me propuse inventar otra forma teatral; fue algo inconsciente, ganas de tener más libertad. Me inspira más el cine o la novela que el teatro. Una de las películas que me cambió la manera de escribir fue “Las alas del deseo” de Wim Wenders, escrita por Peter Handke. Ese cine modificó mi forma de narrar, estallar los límites de la forma teatral, que a veces me restringía. Hace diez años quise en una obra estar en el desierto de Nevada, en Pakistán, en Francia, estar bajo el mar, ¿cómo podría haberlo hecho desde la forma teatral tradicional?
P.: ¿Cómo surge la película de su obra de teatro?
A. B.: Me las entrega la realidad. Conocí a un científico que trabaja en extremófilos. Me dijo que ahora veo que toda la gente está atraída por los mismos imanes, y yo trato de escapar de ellos. Ese hombre que se dedicaba a la ciencia pura y estaba en armonía no tenía conflicto interior ni se confrontaba con un dilema, no era teatral. Imaginé en qué se hubiera convertido si se hubiera traicionado, si se hubiera vendido a las multinacionales. Leí en el diario de un piloto de drones que desde Nevada bombardea en Pakistan, y se va a su casa. Al político lo conocí, su función era acompañar al Ministro para que tuviera que decir y que no fuera molestado. Me interesó cómo se justificaban para poder cumplir con la misión en la que estaban. Mis obras surgen del enojo y la incomprensión de todo lo que ocurre en derredor. Mi vida estuvo ligada a los mayores acontecimientos políticos de Europa. Nací en Rumania, el comunismo, la dictadura de Ceausescu, luego la posdictadura y gente que se reinventó su identidad para volver al poder. Todo eso afectó mi infancia y mi adolescencia. Y después cuando llegué a mi idealizada Francia en enfrenté a sus problemas, la colonización, las poscolonización, los mercados a nivel mundial, y cómo la política afecta directamente a la gente me impulsa a escribir. La realidad inmediata me invade, me agrede, hace que me cuestione. La escritura es un territorio donde podemos controlar las cosas porque en la vida ya no controlamos más nada.
P.: ¿Qué está escribiendo ahora?
A. B.: Un relato sobre la poscolanización en Francia. Hay gente que me dice: ¿por qué escribir sobre eso si no es tu historia? Ahora está de moda que cada uno cuente su historia. Pero eso es algo que afecta mi vida. Cuando me naturalicé francesa me dijeron: a partir de ahora usted tiene que asumir la historia de este país, glorias y sombras. Es por eso que me siento responsable del lugar donde vivo. Puedo contar la tragedia de la comedia humana, y por tanto lo global y políticamente inmediato.
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