30 de septiembre 2008 - 00:00

Bernhard examina las huellas del nazismo

Pompeyo Audivert en una escenade la obra.
Pompeyo Audivert en una escena de la obra.
Emilio García Wehbi estrenó en la sala Casacuberta del Teatro San Martín «Heldenplatz (Plaza de los Héroes)», última obra del escritor y dramaturgo austríaco Thomas Bernhard, que dio a conocer en 1988 poco antes de su muerte (por ella fue acusado de «Nestbeschmutzer»: «el que ensucia su propio nido»).

«Heldenplatz» fue escrita por encargo del Burgtheater de Viena para conmemorar el centenario de dicha institución. También ese año se cumplía medio siglo de la anexión de Austria a la Alemania nazi y Bernhard aprovechó la ocasión para recordarles a sus compatriotas que en esa «Plaza de los Héroes» Hitler fue aclamado, el 15 de marzo de 1938, por una entusiasta multitud de austríacos.

En su obra vuelve a cuestionar el pasado nazi de su país y su permanente inclinación por el autoritarismo, tomando como punto de partida el suicidio de un profesor judío que, tras cincuenta años de exilio, regresa a Austria sólo para descubrir que el antisemitismo sigue arraigado en la sociedad.

Integran el elenco Rita Cortese, Tina Serrano, Pompeyo Audivert y Maricel Alvarez, entre otros.

Periodista: El de Bernhard es un caso parecido al de Borges, nunca recibió el Nobel...

Emilio García Wehbi: Por lo menos se lo dieron a Elfriede Jelinek que es la Bernhard femenina, en cierta forma. ¿Por qué no le dieron el Nobel a Bernhard? Porque los habría desairado, no como hizo Jelinek que se negó a asistir a la ceremonia. El hubiera ido, pero seguramente habría hecho un discurso en contra de la Academia sueca y en contra de Austria.

P.: Usted ya estrenó una obra muy polémica de Jelinek, «Bambiland», y ahora incursiona con Bernhard, que tiene una visión muy negra de la vida.

E.G.W.: Quien tiene una visión así no escribe más de treinta libros. Bernhard fue un artista que peleó con la enfermedad desde joven, tuvo una infancia difícil y estuvo al borde la muerte, pero siempre se enfrentó a todo con una fuerte energía de vida. A priori, parece un autor oscuro que no desea vivir cuando es todo lo contrario. Estos utopistas negativos son en verdad grandes esperanzados.

P.: Su interés por el teatro ideológico y revulsivo no ha decrecido con el tiempo. Recuerdo el escándalo que armó hace unos años con su puesta de «Los murmullos» de Luis Cano.

E.G.W.: Con «Los murmullos» hubo una jugada clara de mi parte. Yo decidí ponerme en un lugar políticamente incorrecto. Cuando leí la obra y me di cuenta de que era un material peligroso para los que lo hacíamos, eso me sedujo más. No nos importó ser tildados de teatro de derecha, porque la experiencia sirvió para correr el eje de esa mirada unívoca que tenemos los argentinos acerca de nuestros procesos históricos. Obviamente, sin ser un dinosaurio ni un revisionista.

P.: ¿Fuera de Cano no hay otro dramaturgo, escritor o ensayista argentino con el que le interese trabajar?

E.G.W.: Debería ser alguien que pudiera aportar la calidad y la complejidad de los textos de Cano, pero todo lo que se hace para Teatro de la Identidad y ese tipo de experiencias tiene una dramaturgia y un sostén conceptual y filósofico-artístico bastante endebles.

P.: Pero ¿usted lee literatura nacional?

E.G.W.: Leo mucho y entre mis preferidos está Fogwill, precisamente por su espíritu combativo. Así como devoré a Bernhard entre los 20 y los 30 años, entre los 15 y los 20 leí toda la obra de Cortázar. Y soy fanático de la poesía de Viel Temperley.

Entrevista de Patricia Espinosa

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