27 de noviembre 2000 - 00:00
Cautivó un potente show italiano
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Cuando un artista logra captar la fuerza visceral de su pueblo, logra que su creación produzca una especie de comunión con el público y de este modo consigue abolir todas las fronteras.
El nombre de «Taranta» se origina en la danza de sanación que los campesinos bailaban con sus pies desnudos: único modo de curarse de la venenosa picadura de la tarántula. A veces debían bailar días enteros para expulsar su veneno. Bailar era el único remedio que les permitía salvar sus vidas. El baile se transformaba así en una especie de exorcismo. De allí su fuerza elemental.
A la sutileza, refinamiento e inteligencia de Bennato se suma la excelencia de los músicos que lo acompañan.
Irene Lungo suma su bellísima voz y Anna Draheim (una temperamental y hermosa bailarina) otorga a la danza el espíritu poderoso que la animó desde su origen.
Pero, más allá de la indudable calidad de sus intervenciones, lo que emociona y conmueve es la total entrega de todos a lo que hacen. Es la vida lo que irrumpe en la escena provocando una especie de catarsis.
Que casi todo el público se ponga de pie, invadiendo los pasillos del teatro para bailar al son de la música, como si se hubiera liberado por un instante casi mágicamente de sus tristezas e inhibiciones, es casi un mila-gro. Es una lástima que sólo hayan podido realizarse dos presentaciones, el éxito de un espectáculo de esta categoría está anticipadamente garantizado.
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