29 de enero 2007 - 00:00
"Es una tontería lo de 'Prohibido prohibir'"
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P.: ¿Por qué cambió el título que pensaba dar a sus recuerdos, «El libro de las tentaciones», por el de «Las pequeñas memorias»?
J.S.: Porque me di cuenta de que, aunque el mundo se presentaba ante los ojos del niño como una gran tentación, de qué tentaciones iba a hablar si sólo tenía dos, cuatro, quince años.... No sabía qué hacer con ese título. Y se me presentó este otro, «Las pequeñas memorias», mucho mejor y más fiel, sin la solemnidad ni la pretenciosidad del otro, porque es eso, las pequeñas historias de cuando fui pequeño. En ellas no hay imaginación, ni diálogos literarios, todo ocurrió como lo cuento, porque no quería hacer literatura.
P.: ¿Qué le debe el Nobel Saramago al niño Zezito, a sus abuelos Jerónimo y Josefa, a su infancia de miserias y privaciones?
J.S.: Le voy a contar algo que no sabe casi nadie. Hace dos semanas me telefoneó desde el pueblo una prima mía algo más joven que yo, de unos 80 años, para decirme que la cama de mis abuelos, Jerónimo y Josefa, la que compraron cuando se casaron a comienzos del siglo XIX, existía todavía. Y me ha causado una emoción tremenda, es como si el tiempo hubiese dado marcha atrás, y yo estuviera de nuevo allí, en Azinhaga, porque yo dormí a veces en esa misma cama, en la que, en invierno, mis abuelos dormían con los lechoncitos recién paridos más débiles para que sobrevivieran. Es como una especie de puzzle y ahora ha aparecido una pieza que faltaba. No sé qué ha significado la infancia
para otras personas, pero si yo pudiera revivirlo todo otra vez, exactamente igual, en lo hermoso y en lo feo, en lo feliz y lo desdichado, lo repetiría todo exactamente igual de nuevo, incluso los momentos más terribles.
P.: A pesar de no querer que la creación se filtrara por sus recuerdos, algunos pasajes del libro remiten a sus novelas (especialmente «Todos los nombres» y «Manual de Pintura») ¿Es una nueva lectura sobre su obra, quizá la manera de aclararlo todo?
J.S.: Hace unos días recibí una carta de un amigo, profesor de la Universidad de Massachusetts, que me decía, tras leer las pruebas de este libro, que había comprendido mejor «Todos los nombres». Yo no lo había pensado antes pero tal vez pueda ayudar a entender mejor a la persona que lo ha escrito y los temas tratados en mis libros.
P.: Recordar algunos episodios también le ha hecho sufrir, aunque pasa casi en puntas de pie por los maltratos de su padre a su madre... ¿escribir de algo tan doloroso le ha servido como exorcismo...?
J.S.: No sé, quizá le he dado demasiada importancia, pero yo sufrí muchísimo. Algún amigo me ha dicho que no debería haberlo incluido en el libro por respeto a la familia, pero creo que hay que respetar lo que es respetable y la violencia en las familias no lo es. Entonces era lo normal, y me temo que aún lo sigue siendo. En nuestro caso fue sólo un momento muy concreto, pero tenía la obligación de contarlo.
P.: ¿Qué medida podría ser eficaz para evitar tanta violencia?
J.S.: Debería haber un código penal exclusivo para crímenes de esa naturaleza. La mujer se ha puesto en pie, y el hombre, que no se lo esperaba, que estaba acostumbrado a siglos y siglos de dominio, sigue sin saber quién es, inmerso en una crisis de identidad terrible. No se soporta y no sabe qué hacer. Hay una crisis general de la sociedad, de las familias. Es curioso, en el '68 leíamos la proclama de los jóvenes «Prohibido prohibir» y nos parecía trascendente, pero ahora comprendemos que no podemos hacer todo lo que queramos.
Estamos sumidos en una crisis social gravísima porque vivimos como valores lo que no pueden serlo jamás. Hay cosas que un niño no debería sufrir jamás.
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