«El alquimista impaciente» (España-Argentina, 2002, habl. en español). Dir.: P. Ferreira. Guión: P. Ferreira y E. Jiménez, sobre novela de L. Silva. Int.: R. Enríquez, I. Rubio, M.A. Solá, C. Lera, A. Ozores, N. Vidal.
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E l jefe de seguridad de una planta nuclear ha muerto de modo bochornoso, y su acompañante, una altísima rubia que no era precisamente su esposa, ha desaparecido. Al lugar llegan un sargento de investigaciones, psicólogo frustrado, y su linda ayudante. Policial de intriga, sabemos que a partir de allí habrá diversas pistas, deudos que mezquinan información, visitas a ciertos poderosos en sus cabarets, oficinas, o mansiones, traidores entre las filas de la ley, etc., etc., y, finalmente, algunas reflexiones sobre la codicia humana.
También habrá un par de escenas didácticas, sobre la azul atracción de ciertos lugares, y la elaboración digital de identikits chequeando las fotos de una persona viva y de un cadáver. «Fotos donde esté sonriendo», pide el suboficial, sin el menor asomo de ironía. Después veremos que eran para comparar los dientes. Pero la ironía asoma, con una tejedora ciega, unas palomas que se golpean al confundir la luz de la ventana, y algunas frases.
Por ejemplo, el investigador: «En el fondo preferiría creer que el crimen tiene que ver con conflictos del espíritu, antes que con sumas y restas». Y el rico sospechoso, que encarna un Miguel Angel Solá rapado: «Lamentablemente hoy la gente no se corrompe por el poco dinero que necesita para comer, ni por el mucho que necesita para ser libre. Lo hace por sumas intermedias». Ambos coinciden en la lectura de Thomas de Quincey: «Del asesinato como una de las bellas artes».
La historia es interesante. Lástima que le falten el ritmo y los remates adecuados, y que, pese a todas las expectativas del público y de la linda ayudante, la fusión que más nos interesa nunca llegue a concretarse. Con sargento tan abombado, no se puede creer en la policía.
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