23 de enero 2007 - 00:00

Gorriarena, adalid del arte político

Consideradojunto conAntonio Bernicomo losmayoresrepresentantesdel arte políticoen la Argentina,CarlosGorriarena dejóun cuerpo deobra quetestimonia sucondición degran artista.
Considerado junto con Antonio Berni como los mayores representantes del arte político en la Argentina, Carlos Gorriarena dejó un cuerpo de obra que testimonia su condición de gran artista.
"Nuestras obras constituyen el más cruel e insobornable testimonio acerca de nosotros mismos. Delatan al milímetro nuestras cobardías, pero también refieren todas nuestras entregas sin convencionalismos". Estas palabras de Carlos Gorriarena convocan hoy más que nunca. Su muerte, ocurrida hace una semana, hará extrañar al ser humano de nobleza excepcional que fue. Se queda con nosotros, sin embargo, a través de sus obras como el testimonio de un gran artista.

«La realidad no se deja poseer por cualquier persona: esparce claves para ser poseída. Mi intento es descubrir algunas de esas claves que nos arroja la realidad. Nosotros los pintores, más allá de nuestros ojos, somos como nuestras vidas. Cuando no poseemos la relativa libertad y valentía para afrontar las circunstancias, nos distanciamos de lo cotidiano», sostenía Gorriarena.

Si, como se ha dicho, todo artista verdadero es hijo de su tiempo, Carlos Gorriarena lo ha sido en plenitud. En los largos años que han mediado desde su primera exposición, en 1959, dio muchos testimonios con su obra en una Argentina azotada por las convulsiones institucionales y las turbulencias sociales. Desde 1959, hubo tres golpes militares: en 1962, en 1966 y en 1976. Y cuatro presidentes de facto terminaron derrocados por sus camaradas de armas (Onganía, Levingston, Viola, Galtieri). Pero el último gobierno castrense despeñó sobre la Argentina la noche más cruel de una historia plagada de oscuridades, que incluyó hasta una guerra, la de las Malvinas. Todas estas vicisitudes hallaron sitio en las telas y dibujos de Gorriarena.

También lo halló el eco de un mundo donde el armamentismo y la relación de poder crecían simétricamente con el aumento de la pobreza y la marginalidad. Ese mundo devorador y devorado, a principios del siglo XXI, sin utopías ni ideales, encontró expresión cáustica y mordaz en los trabajos de Gorriarena. «Hace mucho tiempo que en el mundo la extensión ha suplantado a la profundidad. Este desmedido auge de la 'teatralidad' está diciendo que en nosotros cohabita una imperiosa necesidad de éxito y promoción. Es como si una fuerza irresistible nos empujara cada vez más fuera de lo que ha sido realmente lo nuestro y nos compulsara a llenar un espantoso vacío», señaló este singular artista, una de las figuras paradigmáticas del arte político en la Argentina junto con Antonio Berni.

Gorriarena (1925-2007), abandonó en 1948 sus estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes para incorporarse al alumnado de Demetrio Urruchúa. «A los 17 años de edad ingresé a la Escuela de Bellas Artes y tuve la suerte de tener dos grandes maestros, Lucio Fontana, que luego partiría para Italia, en escultura, y Antonio Berni en dibujo. A los pocos años abandoné la escuela y proseguí mis estudios con Demetrio Urruchúa, un ejemplo de vida, el ' anarquista' enrolado en un importante grupo de pintores sociales», recordaba.

Gorriarena fue un destacado exponente de lo que hemos denominado arte político, como una forma de cuestionamiento ético a la realidad social, que constituye por sí sola un fenómeno cuyo iniciador en la Argentina fue Berni, en la década del '30. Luego de su pintura naturalista (1959-1963), inició una segunda fase (1964-66), bajo el impacto que en él produjo la Neofiguración, y sus telas alegan la situación social. En la tercera época (1967-70), el caos empieza a ordenarse y las apariencias a recomponerse, en sus series de «Las banderas» y de «Las bocas» y «Las comidas». El cuarto ciclo es el del arte político en pleno y se extiende de 1971 a 1982. Presenta entonces sus series «A rostro descubierto», retratos basados sobre fotos periodísticas, y «Homenaje a los reporteros gráficos de 'Time'», en el que llevaba el análisis de lo que denominaba «la incoherencia del mundo» a ciertas grandes figuras internacionales.

En sus telas y dibujos de 1979-82, Gorriarena dio cuenta de la lúgubre Argentina de la represión ilegal, con imágenes desgarradoras, lacerantes, indignadas. Hacia 1983, pasó a la sátira social y acudió a la ironía y el sarcasmo para abordar los poderes oficiosos: el de los hábitos regimentados, el de las ceremonias falsas, el de las modas sociales, el del turismo, el de las leyendas históricas. Elaboró alegorías de un universo trivial, consumista, insensible, cuya existencia hizo evidente con inesperados toques de alerta sobre la creciente cosificación humana. Sus arquetipos son retratos sin piedad, y sin censura, un descenso programado a los infiernos personales, a un espacio donde nada es imprevisible, pero sí inevitable. Cultor de una imagen surgida de esta sociedad desenfadadamente violenta para él, hizo emerger sus figuras como de las tinieblas y tensionadas por una voluntad reiterada.

Gorriarena buscó su expresión por medio de una exacerbación de la línea pero lo hizo también con la materia, porque ésta es la que cumple el rol que lo representa. De esto resulta el fuerte carácter barroco de sus obras y su carga estilística devuelve vitalidad al instinto, como ya lo hicieran los expresionistas o los fauves. Si estamos de acuerdo en que el expresionismo es algo más que una tendencia artística, que es una actitud que se ha manifestado muy lúcidamente en la historia del arte, no podemos dejar fuera del análisis el papel que juegan las emociones y el componente romántico de esta corriente. Pintó telas de una gran carga emotiva; todo parece referirse a un argumento común, como si se tratara de escenas cuya relación requiere de la argucia del espectador-lector.

El artista canaliza un fluir de imágenes dominadas por su sentido del espacio y por su voluntad de forma, que define no por contornos sino por volúmenes construidos como piezas de un rompecabezas de emociones. Si bien utilizó un lenguaje universal, sus personajes son locales, típicos. Por encima de sus figuraciones, de manera subyacente, en la superficie de sus pinturas hay un código abstracto de texturas, signos y movimiento, que potencian sus temas porteños en términos de metáforas y simbolismos.

Invitó a reflexionar sobre las cuestiones de la imagen de masas y la imagen estética; con sus vinculaciones con la leyenda, la política y los sueños. Reflexión, que sea cual fuere la perspectiva, llevará a reconocer que este comprometido descenso a los infiernos, es un viaje de alta calidad poética.

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