23 de enero 2007 - 00:00
Gorriarena, adalid del arte político
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Considerado
junto con
Antonio Berni
como los
mayores
representantes
del arte político
en la Argentina,
Carlos
Gorriarena dejó
un cuerpo de
obra que
testimonia su
condición de
gran artista.
Gorriarena fue un destacado exponente de lo que hemos denominado arte político, como una forma de cuestionamiento ético a la realidad social, que constituye por sí sola un fenómeno cuyo iniciador en la Argentina fue Berni, en la década del '30. Luego de su pintura naturalista (1959-1963), inició una segunda fase (1964-66), bajo el impacto que en él produjo la Neofiguración, y sus telas alegan la situación social. En la tercera época (1967-70), el caos empieza a ordenarse y las apariencias a recomponerse, en sus series de «Las banderas» y de «Las bocas» y «Las comidas». El cuarto ciclo es el del arte político en pleno y se extiende de 1971 a 1982. Presenta entonces sus series «A rostro descubierto», retratos basados sobre fotos periodísticas, y «Homenaje a los reporteros gráficos de 'Time'», en el que llevaba el análisis de lo que denominaba «la incoherencia del mundo» a ciertas grandes figuras internacionales.
En sus telas y dibujos de 1979-82, Gorriarena dio cuenta de la lúgubre Argentina de la represión ilegal, con imágenes desgarradoras, lacerantes, indignadas. Hacia 1983, pasó a la sátira social y acudió a la ironía y el sarcasmo para abordar los poderes oficiosos: el de los hábitos regimentados, el de las ceremonias falsas, el de las modas sociales, el del turismo, el de las leyendas históricas. Elaboró alegorías de un universo trivial, consumista, insensible, cuya existencia hizo evidente con inesperados toques de alerta sobre la creciente cosificación humana. Sus arquetipos son retratos sin piedad, y sin censura, un descenso programado a los infiernos personales, a un espacio donde nada es imprevisible, pero sí inevitable. Cultor de una imagen surgida de esta sociedad desenfadadamente violenta para él, hizo emerger sus figuras como de las tinieblas y tensionadas por una voluntad reiterada.
Gorriarena buscó su expresión por medio de una exacerbación de la línea pero lo hizo también con la materia, porque ésta es la que cumple el rol que lo representa. De esto resulta el fuerte carácter barroco de sus obras y su carga estilística devuelve vitalidad al instinto, como ya lo hicieran los expresionistas o los fauves. Si estamos de acuerdo en que el expresionismo es algo más que una tendencia artística, que es una actitud que se ha manifestado muy lúcidamente en la historia del arte, no podemos dejar fuera del análisis el papel que juegan las emociones y el componente romántico de esta corriente. Pintó telas de una gran carga emotiva; todo parece referirse a un argumento común, como si se tratara de escenas cuya relación requiere de la argucia del espectador-lector.
El artista canaliza un fluir de imágenes dominadas por su sentido del espacio y por su voluntad de forma, que define no por contornos sino por volúmenes construidos como piezas de un rompecabezas de emociones. Si bien utilizó un lenguaje universal, sus personajes son locales, típicos. Por encima de sus figuraciones, de manera subyacente, en la superficie de sus pinturas hay un código abstracto de texturas, signos y movimiento, que potencian sus temas porteños en términos de metáforas y simbolismos.
Invitó a reflexionar sobre las cuestiones de la imagen de masas y la imagen estética; con sus vinculaciones con la leyenda, la política y los sueños. Reflexión, que sea cual fuere la perspectiva, llevará a reconocer que este comprometido descenso a los infiernos, es un viaje de alta calidad poética.
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