27 de diciembre 2025 - 15:27

"Hamnet", o un Shakespeare fuera de campo

La nueva película de Chloé Zhao, que se estrena en enero, desplaza el foco del autor hacia su familia y convierte el duelo privado en el verdadero origen de la tragedia

Jessie Buckley y Paul Mescal como Agnes y Shakespeare en Hamnet, de Chloé Zhao

Jessie Buckley y Paul Mescal como Agnes y Shakespeare en "Hamnet", de Chloé Zhao

A 410 años de su muerte, el enigma Shakespeare aún persiste. Si bien en los estudios académicos más serios nadie pone en duda su existencia histórica, las teorías conspirativas acerca de si realmente hubo una única persona que escribió el corpus teatral y poético más importante de la cultura occidental, siguen vivas.

Son varios los nombres que se señalaron, a lo largo de la historia, como las plumas tras las que se habría escondido la identidad del Gran Will, entre ellos Francis Bacon, Ben Jonson, Christopher Marlowe, Mary Sidney, condesa de Pembroke, y sobre todo Edward de Vere, conde de Oxford. Este último aparece como el verdadero Shakespeare en la película “Anonymous” (2011), del alemán Roland Emmerich, una lujosa reconstrucción de época, pero cuya seriedad es comparable a otros títulos suyos como “Godzilla” y “Día de la independencia”.

Como sea, quien mejor ironizó el enigma Shakespeare fue Woody Allen en uno de sus escritos para The New Yorker: “A esta altura no sé si existió o no, pero de lo que estoy seguro es de que nunca le aceptaría un cheque”.

Próximamente se estrenará “Hamnet”, de Chloé Zhao —cuya “Nomadland” ganó seis premios Oscar en 2021, incluyendo el de mejor directora—, una película que vuelve sobre el caso Shakespeare, aunque desde un punto de vista radicalmente distinto. Tan singular es esta mirada —se trata de una adaptación de la novela homónima de Maggie O’Farrell— que el foco ni siquiera está puesto sobre Shakespeare sino sobre su mujer, Anne Hathaway. Y, más allá de ella, sobre aquello que las biografías convencionales suelen omitir: la vida doméstica, el duelo, la experiencia privada que no deja documentos ni firmas, pero sí huellas.

En “Hamnet”, Shakespeare no es un enigma intelectual ni una identidad discutible, sino un hombre ausente, alguien que escribe lejos mientras la peste recorre Inglaterra y su familia queda expuesta a ella. La película —como antes la novela— no se pregunta quién escribió “Hamlet”, sino qué pérdida lo hizo posible. No hay aquí complots de Estado ni nobles censurados, como en “Anonymous”, sino una madre que intuye, antes que nadie, que algo irreparable está por suceder, y un hijo cuyo nombre, casi idéntico al del príncipe danés (Hamnet=Hamlet), queda flotando como una herida abierta.

Este desplazamiento no es menor. Durante décadas, el debate sobre Shakespeare se sostuvo sobre una incomodidad moderna: la dificultad para aceptar que un actor secundario, sin título universitario ni linaje aristocrático y que de joven se dedicó al negocio inmobiliario, pudiera haber escrito los clásicos que escribió. “Hamnet” desdeña esa sospecha: no eleva a Shakespeare hacia una grandeza inaccesible, sino que lo devuelve a una escala humana, donde el genio no nace del secreto ni del privilegio, sino del contacto brutal con la muerte, el tiempo y la memoria.

En ese sentido, la película de Chloé Zhao funciona como el reverso exacto de “Anonymous”. “Hamnet” trabaja con silencios. No hay aquí una “verdad oculta” que deba ser revelada, sino una experiencia que apenas puede ser dicha.

“Hamnet”, en tal sentido, es un film moderno: adhiere a la corriente preocupada por desmontar mitos y recuperar las voces laterales, No intenta resolver el enigma Shakespeare, sino desactivarlo. No niega ni idolatra al autor: lo corre del centro. Tanto es así que un hipotético espectador que nada supiera del film al empezar a verlo, sólo promediando la mitad descubriría que los protagonistas de ese drama rural son Shakespeare, su esposa, y el pequeño hijo Hamnet, muerto precozmente. Hasta entonces, al Bardo sólo se lo menciona como “el marido”, y a ella se la llama Agnes.

En los documentos de la época, el nombre de la esposa de Shakespeare aparece escrito de varias maneras: Anne, Annes, Agnes. La forma más difundida es Anne —así figura, por ejemplo, en el letrero de entrada de su casa en Stratford upon Avon, lugar ineludible para el turismo—, pero la elección de Agnes por parte de la novela y la película no es azarosa: es otra forma de poner distancia con “la historia oficial”, eludiendo los nombres más famosos.

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 Jessie Buckley como Agnes Hathaway, la esposa de Shakespeare en el film

Jessie Buckley como Agnes Hathaway, la esposa de Shakespeare en el film "Hamnet".

Antecedente

Antes de “Hamnet”, otra película ya había ensayado un movimiento similar, aunque desde un registro distinto. “All is True” (“Todo es verdad”, 2018, estrenada sólo en Netflix), dirigida y protagonizada por Kenneth Branagh, se situaba en los últimos años del poeta. Allí no había complots ni dobles identidades, sino un hombre cansado que volvía a Stratford, compraba tierras, cuidaba un jardín y trataba de recomponer el deteriorado vínculo con su familia. El teatro ha quedado atrás; lo que persiste es una forma de culpa y de silencio.

Pero si “All is True” humanizaba a Shakespeare, todavía lo mantenía en el centro del foco. Es su mirada la que organizaba el relato, su conciencia la que intentaba cerrar cuentas pendientes, incluida la muerte del hijo, que no aparece físicamente sino como recuerdo doloroso, fantasmal, y como tema de conflicto entre Shakespeare y su mujer.

“Hamnet”, en cambio, radicaliza el desplazamiento desde una óptica feminista: desplaza al autor y le quita la palabra. La atención se centra en Agnes Hathaway, en los hijos, en un hogar atravesado por la peste y por una pérdida que no encuentra consuelo. Shakespeare, ausente, escribe en Londres; el dolor ocurre en Stratford.

Ese corrimiento no es solo narrativo, sino ideológico. Mientras “Anonymous” imagina al teatro como un campo de batalla político y “All is True” lo piensa como un oficio que se extingue con la vejez, “Hamnet” sugiere que la literatura nace en otro lugar: es la experiencia que precede al lenguaje.

Visto así, las tres películas forman una curiosa secuencia involuntaria. “Anonymous” propone una explicación grandilocuente del genio; “All is True” lo devuelve a una escala humana; “Hamnet” lo disuelve en una constelación afectiva donde el autor es apenas un factor más.

A medida que transcurre la acción, el espectador va entrando cada vez más en el mundo que plantea la directora. El público más conocedor detectará algunos guiños: la escena en la que Hamnet y su hermana repiten, a modo de juego infantil, los versos iniciales de las brujas de “Macbeth” (“When shall we three meet again/ In thunder, lightning, or in rain?”) sugiere que esas líneas, lejos de haber nacido como alta literatura, circulaban como cánticos populares, fórmulas orales o rimas transmitidas, y que Shakespeare pudo haberlas recogido más tarde para incorporarlas a su tragedia.

Del mismo modo, hay un momento en que el propio Shakespeare murmura el célebre “To be, or not to be” antes incluso del estreno de “Hamlet”, no como una cita sino como una intuición verbal, una frase todavía sin destino, que emerge en el ámbito privado antes de cristalizar en el escenario.

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Emily Watson interpreta a Mary Shakespeare, la madre del dramaturgo en

Emily Watson interpreta a Mary Shakespeare, la madre del dramaturgo en "Hamnet"

El origen de la tragedia

Estos deslizamientos temporales, deliberados y nada ingenuos, no buscan corregir la historia sino imaginar el origen de la dramaturgia, insinuar que la escritura nace del roce con la vida cotidiana, con los juegos, el duelo y la oralidad, mucho antes de fijarse en la página o en la escena. Como diría Nietzsche, “Hamnet” es una película sobre el origen de la tragedia.

Otra de las licencias que se toma el film —quizá la más elocuente— es la presencia de Agnes en el Teatro del Globo durante el estreno de “Hamlet”. No hay registro histórico que indique que Anne Hathaway haya asistido jamás a una representación londinense de las obras de su marido, y mucho menos a un estreno. El film lo sabe y no intenta disimularlo: se trata de una escena abiertamente imaginaria, pero también simbólica.

Es la madre quien escucha, entre el público, una historia que reconoce como propia y ajena a la vez; quien advierte que el dolor íntimo por la pérdida de Hamnet ha sido transfigurado en tragedia pública; quien entiende que ese príncipe melancólico no es su hijo y, sin embargo, lo contiene. La escena no propone una identificación literal, sino un acto de apropiación emocional: Agnes comprende que la obra ya no pertenece a la familia, que el duelo ha sido entregado al mundo.

En este punto, “Hamnet” se distancia con claridad de “All is True”. Mientras la película de Kenneth Branagh imagina a una Anne anclada en el rencor y en la imposibilidad de perdonar la huida de Shakespeare hacia el teatro, la Agnes de Zhao no asiste al Globo para reclamar, sino para cerrar un ciclo. Donde “All is True” dramatiza la fractura entre vida y obra, “Hamnet” ensaya una reconciliación tardía, silenciosa, una elaboración del duelo.

Que esa reconciliación solo pueda darse mediante una licencia histórica es una especie de declaración de principios. La película no pretende establecer cómo fueron las cosas, sino cómo pudieron haber sido sentidas. Y en ese gesto —imaginar a Agnes en la platea del Globo, escuchando palabras que nacieron del juego y del dolor compartido— “Hamnet” confirma que su apuesta no es biográfica ni académica, sino contemporánea: narrar a Shakespeare no desde el genio, sino desde quienes quedaron fuera del mito.

El elenco es estupendo. Jessie Buckley, en el papel de Agnes, compone una figura contenida, de una corporeidad intensa: su actuación descansa más en la mirada y en el silencio que en el discurso. Paul Mescal, como Shakespeare, opta por un registro asordinado, casi retraído, lejos de cualquier tentación grandilocuente asociada al mito del autor —algo que difícilmente podría emular Branagh—, un hombre más torturado que genial, atravesado por la pérdida que consciente de su propio talento. El trabajo con los niños —particularmente en la relación entre los gemelos— evita el subrayado y refuerza la dimensión orgánica del relato.

La madre de Shakespeare está encarnada por Emily Watson, y su trabajo merece una mención aparte. Watson compone una figura seca, práctica, lejos de cualquier idealización maternal. Su presencia es breve pero fuerte: cada intervención aporta una sensación de experiencia acumulada, de alguien que ya atravesó pérdidas.

La trayectoria de Watson —marcada por personajes de una intensidad contenida, como en la recordada “Contra viento y marea” de Lars Von Trier— le permite construir una madre que no explica ni comenta, pero cuya sola aparición reordena la escena. Frente a la sensibilidad más abierta y casi primitiva de Agnes, la madre de Shakespeare representa otra forma de fortaleza femenina, más ligada a la resistencia.

“Hamnet” parece alinearse con ese tipo de cine que la Academia suele reconocer más por actuaciones que por su resultado comercial (es difícil que derrote en los Oscar a “Una batalla tras otra”). Buckley aparece como una candidata importante, mientras que Zhao podría volver a aspirar a las categorías de dirección o guion adaptado.

En Hollywood, se sabe, soplan hoy otros vientos que en aquellos años en que el caído en desgracia Harvey Weinstein impuso su “Shakespeare enamorado”, la vaporosa película que celebraba el ingenio masculino, el romance y la maquinaria del espectáculo. “Hamnet” se inscribe en una sensibilidad distinta, más atenta a los márgenes, a las voces silenciadas y a la experiencia del dolor.

Que una historia sobre Shakespeare pueda hoy prescindir casi por completo del personaje típico de una “biopic” señala una industria —y un público— dispuestos a ver lo que durante años quedó fuera de campo. Como si, al final de todo relato posible sobre Shakespeare, no quedara más que aceptar —con Hamlet— que “el resto es silencio”.

“Hamnet” (EE.UU.-Gran Bretaña). Dirección: Chloé Zhao. Int.: Jessie Buckley, Paul Mescal, Emily Watson, Joe Alwyn, Jacobi Jupe.

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