“Uno de los errores habituales de las puestas de ‘La gaviota’ es considerarla, como se dice ahora, el drama de una familia disfuncional”, dice a este diario Rubén Szuchmacher, director del clásico de Anton Chejov que acaba de subir a escena en la sala Casacuberta del Teatro San Martín. “Nada más alejado de eso. La obra es una comedia y un tratado literario al mismo tiempo”.
"La gaviota", una obra sobre literatura, no sobre una familia disfuncional
Diálogo con Rubén Szuchmacher y Muriel Santa Ana, director y protagonista respectivamente de la nueva versión del clásico de Anton Chejov en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín
-
"Un cuerpo que cae" es una oda a la libertad que llega con la vejez
-
Trueno sorprendió en el Coliseo con un show sinfónico que marcó un hito en la escena urbana

Muriel Santa Ana y Rubén Szuchmacher, protagonista y director de "La gaviota". Foto: Carlos Furman.
La nueva versión está protagonizada por Muriel Santa Ana, como Irina Arkadina, Diego Cremonesi, Juan Cottet, Carolina Kopelioff y Vando Villamil en los papeles centrales. Estrenada en 1896, indaga —con la hondura y la ironía que les son propias al autor— la fragilidad del arte frente a la vida, la batalla intergeneracional y la imposibilidad de concretar los deseos.
Dialogamos con Szuchmacher y Santa Ana.
Periodista: ¿La obra está ambientada en la Rusia de Chejov?
Rubén Szuchmacher: Sí, sólo un poco trasladada el tiempo, imperceptiblemente. Lo que hicimos fue escaparle a lo que siempre se entendió por “chejoviano” en la Argentina. No es bucólica ni melancólica. Evitamos ese tradicional “paseo chejoviano” por la finca. La intención fue extraer al Chejov real, su condición disruptiva. De hecho, él llama a “La gaviota” una comedia: ahí donde hay un aspecto irónico en los personajes, una línea de humor, lo subrayamos. Pero también, por supuesto, sus aspectos penosos. Creo que esa es la palabra justa: Chejov entiende la pena de sus personajes, ese sentimiento tan poco elegante. No es tristeza, es pena.
P.: ¿Hay pena en su personaje, Arkadina?
Muriel Santa Ana: Seguro. Todos los personajes son como nosotros, inacabados, imperfectos, en proceso. Tratan de aferrarse a los últimos estertores de algo; en especial los que tienen más de 40 años, que están enfrentados a los que son jóvenes. En mi extensa preparación del personaje estuve incorporando cosas de otros autores, como conceptos de Irène Némirovsky sobre la edad. Hay que recordar que, en aquella época, una persona de 46 años ya era considerada una anciana.
P.: Y Chejov murió a los 44.
M. S. A.: Exacto. Eso también define a Arkadina, quien además de ser una gran actriz de teatro, una diva, representa a alguien que escapa a otras normas: participa de la bohemia, tiene un amante más joven que ella, y justamente esa relación con Trigorin le permite, como diríamos hoy, una cierta flexibilización, porque después de que Trigorin escapa con Nina, la joven, vuelve a Arkadina y ella lo acepta. De alguna forma, Arkadina es el artífice de la destrucción de Nina, ese regreso de Trigorin es un regreso triunfal. Arkadina nunca duda del vínculo con su amante, se vale de él para cumplir sus fines. Por eso volvemos a lo de antes: la obra es una permanente tensión entre gente que está terminando su ciclo vital y gente que pelea por tener un lugar, donde varios quedan en el camino, o mueren.
P.: ¿Arkadina es victimaria o víctima?
M. S.A.: En verdad, no trabajamos con esas categorías morales. Es un personaje de una complejidad enorme. Como me dijo una vez Rubén en la lectura: “sé impiadosa con ella y después actuá eso”. Arkadina es una especie de Santo Grial para las actrices de cuarentaypico. La han hecho todas las grandes. Es como un misterio, ese misterio del que a veces es preferible no hablar sino actuar. Es una mujer independiente, tiene dinero pero se lo ha ganado, no lo heredó. También es independiente de la pena, del amor, del dolor.
P.: El choque con Kostia, el hijo, es tremendo.
R.S.: Hay varios enfrentamientos fuertes, pero yo vuelvo a mi teoría. Todos los personajes de la obra tienen pena. Son personajes penosos haciendo una comedia. Nadie puede ser feliz plenamente. Arkadina tiene un grano enorme que es su hijo. Ella podrá ser exitosa pero se lleva mal con su hijo.
M. S. A.: Yo creo que ella lo quiere, pero lo que no soporta es su rol de madre. Y Kostia es un joven que quiere escribir, que no soporta las ideas sobre el teatro que su madre representa, él lucha por otro ideario. Para Arkadina, además, su hijo representa el paso del tiempo.
R.S.: Además ella no lo lee. Su hijo se vuelve un escritor medianamente reconocido, pero ella no lo lee nunca. Ella recupera a su amante pero pierde a su hijo. El único personaje al que no le pasa nada de eso es el médico, que es el que representa a Chejov. Es el que mira a todos, pone distancia, reflexiona. El único que no padece.
M.S.A.: Es el único que se permite comentarios cínicos, el que tiene más humor. Es Chejov observando a sus personajes.
P.: Quiere decir que “La gaviota” es algo así meta-meta-teatro. Una obra sobre actores observados por un autor.
R.S.: Exactamente. Hay muchos momentos en abismo. El médico mira todo desde fuera, es un visitante. También es el que protege a Arkadina en los momentos más difíciles, como el final, cuando ocurre lo que ocurre con su hijo. Es el único, también, que en la escena de una discusión violenta se permite hacer este comentario: “Qué gente tan aburrida”. Ese el puro humor chejoviano.
P.: Digamos algo sobre el eterno problema de las versiones al español de los clásicos en nuestro país. ¿Los personajes se tratan de vos o de tú?
R. S.: De vos, pero suavizado. Evitándolo al máximo. En mi “Hamlet”, por ejemplo, buscamos la forma para no utilizar ni una forma ni otra. En Shakespeare no se puede usar el “vos”. Y aquí lo mismo, pero no podemos usar el “tú”.
M.S.A.: Yo registro un solo “vos” que lo dice mi personaje al final de una larga perorata, porque no había otra forma.
R. S.: Contamos con la ventaja de que en Chejov los personajes casi siempre se tratan de usted, aun entre familiares directos, pero por lo demás evitamos hasta donde se pudo el uso del pronombre de segunda persona. Hemos trabajado profundamente la obra y su lenguaje, y nos hemos apartado de la forma como habitualmente se ve “La gaviota”, como un drama familiar, o mejor dicho, como una familia disfuncional, lo cual es un disparate. Y lo que tiene de extraordinario lo dice el mismo Chejov: “una obra con poca acción, toneladas de literatura, y mucho amor”. En verdad, la discusión entre la madre y el hijo es que la madre es realista y el hijo simbolista, Trigorin es un autor realista, pero que no es ni Tolstoi ni Turguenev. Todo el tiempo están Turguenev y Maupassant dando vuelta.
Tratado de literatura
P.: Son conflictos literarios.
R. S.: Tanto es así que, gracias a Alejandro Ariel González, que tradujo directamente del ruso y recurrió también a textos de exegetas de Chejov, llegamos a pistas increíbles. Por ejemplo, está citado, y sin mencionarse, el “Bel ami” de Maupassant. Eso refuerza lo que decíamos antes, son peleas literarias más que familiares. Arkadina le reprocha a su hijo que sea incapaz de escribir un vaudeville. Y él le responde “andá a actuar en esas obras mediocres y lamentables”. No le dice “vieja loca”, le reprocha su escuela literaria. Es un tratado de literatura, mucho más que cualquiera de las otras obras de Chejov. Claro, eso no lo hicimos evidente, no pusimos proyecciones con textos, o vestuario con textos, ni los personajes toman sopa de letras. Pero está remarcado para que se escuche eso y no un drama familiar.
P.: Volviendo al tema generacional. Se me ocurre que en Chejov hay una especie de “guerra del cerdo” invertida. No son los jóvenes que matan a los viejos sino los viejos a los jóvenes.
R. S:: Hay un combate claramente declarado, y los que terminan mal son los jóvenes.
M. S. A.: Los jóvenes están rotos. El que no se mató quedó roto para siempre. La que consigue su meta es Nina, que es inocente pero tiene una ambición, una audacia enormes. Ella quiere ser una actriz famosa. No es frágil, está transida por un deseo de gloria y de fama. Las primeras preguntas que le hace a Trigorin es qué se siente siendo famoso. Ella deja todo por la fama, sufre el rechazo de su familia, vaga bajo la lluvia con hambre, queda dañada para siempre, pero al final lo logra, “ahora soy actriz”, dice.
P.: ¿Algo así como en “La malvada”, la película con Bette Davis?
R. S.: No, Nina no tiene esa estrategia. Ella no quiere reemplazar a Arkadina sino llegar a la gloria. Es muy interesante que no haya ningún enfrentamiento entre ellas, la obra dice mucho a través de lo que no dice. En una obra mediocre, Arkadina diría cosas cómo “¡Ay, no me hables de esa!”. Acá no. Chejov lo omite. Hay dos actos enteros en los que ni se cruzan, eso es propio de un gran autor.
M.S.A.: El espectador puede estar esperando un choque que nunca ocurre, y eso crea más tensión. Yo estudié a profundidad a Arkadina, pero una vez en escena, me desentiendo de lo aprendido; actúo a una actriz, hasta trato de olvidarme de que soy actriz. Cuando confronto con los otros personajes, la sensación es muy liberadora. Soy parte del engranaje, de un sistema que hemos creado todos juntos.
Modernidad
P.: ¿Cómo llegó a “La gaviota”?
R.S.: Es una obra muy representada, y yo me pregunté por qué también quería hacerla. Primero, porque hace mucho que deseaba trabajar con Muriel, y hacer un Chejov, pero también porque es una obra que exige asumir los problemas que trae consigo. La ubicación temporal, por ejemplo. Nosotros le hicimos, como dije, un pequeño corrimiento de tiempo, pero es una obra muy datada. Si uno la “aggiorna”, toda la discusión que hay sobre los caballos, por ejemplo, se vuelve mal teatro. ¿Vamos a sustituir esa discusión por una sobre celulares? Es absurdo. Si “La gaviota” conserva su fuerza, y se vuelve contemporánea, es por ese tiempo y esa violencia que tiene.
P.: Se desnaturalizaría.
R. S.: Tal cual. Hay una idea muy equivocada que tienen algunos artistas que creen que porque la aggiornan se vuelve más cercana. Suponen que le hablan a un espectador que no conoce historia, que no está acostumbrado a ver películas que suceden en Pekín o en el siglo XIV. Creen que el público sólo entiende lo que tiene al lado, pero aunque no tenga un gran nivel cultural tiene una gran información. Puede ver una obra que transcurre en una finca rusa a comienzos del siglo XX y sentirse emocionado. No necesita que Arkadina entre con jeans y zapatillas, como se visten ahora las actrices mayores, cosa que a mí me enferma. Para que una obra funcione tiene que ser coherente con el sistema cultural de la época en que fue concebida y no en la de cuando es recibida. Por eso creo que es para todos los espectadores, no para “el círculo Chejov”. En eso reside la grandeza de los clásicos: Chejov le pudo hablar a sus contemporáneos y proyectarse sobre los tiempos futuros. Y tan moderna es “La gaviota” que el final cierra a cuchillo, es decir, con un apagón. No hay frases moralizadoras ni cae el telón. Ese final debió haber sido muy perturbador en su tiempo, tal vez por eso no tuvo éxito su primera representación.
P.: ¿Cómo está planteado el espacio?
R.S.: Es muy abstracto, nada realista, despojado. Hay todo un acto que es solamente un paisaje, un banco y una silla.
M.S.A (ríe): Y los actores no tenemos de dónde agarrarnos.
R.S.: Una vez uno trató de apoyarse en una silla y se oyó mi grito ¡No te apoyes!
M.S.A.: A veces siento cierto vacío, cierto vértigo, pero es una experiencia importante estar en un espacio así, sin elementos de apoyo. Hay que darle lugar a lo nuevo, aunque abisme.
R.S.: Hay un tratamiento muy elaborado del vestuario, pero el espacio es sustracción. No minimalista sino sustracción, la utilería sólo la imprescindible. Lo mismo pasa con la música y los efectos sonoros, todo apunta a eso.
P.: El elenco joven surgió de un casting.
M.S.A..: Así es, Rubén me invitó a participar de las audiciones. Se hizo una convocatoria abierta en la que se presentaron más de 500 aspirantes, de los cuales quedaron 32 que participaron del taller que dio Rubén durante 6 días, y de allí surgieron los actores.
R.S.: Eran necesarios actores jóvenes, cuerpos jóvenes. Es un absurdo, como se hace casi siempre, contratar para esos papeles a actores que simulen ser jóvenes. El actor que hace a Kostia tiene 23 años, inclusive dos años menos que el personaje de Chejov.
Dejá tu comentario