Durante cuatro noches de noviembre, la Galería Patio del Liceo se transformó en un territorio suspendido. Allí, entre objetos que parecían flotar, tensiones invisibles y silencios densos, el artista venezolano Juan Carlos Urrutía presentó A veces siento que puedo volar, su muestra individual en el marco de FotoCreativaBA, una propuesta que invitó a recorrer el espacio desde la levedad, la fragilidad y el extrañamiento.
La materia en suspensión: Juan Carlos Urrutía presentó en Buenos Aires una poética del vuelo y la transformación
En el marco de FotoCreativaBA, el artista venezolano Juan Carlos Urrutía presentó A veces siento que puedo volar, una muestra concebida como una instalación única donde la materia, el espacio y la idea de elevación se volvieron experiencia sensible.
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A veces siento que puedo volar se pudo visitar del miércoles 26 al sábado 29 de noviembre, de forma gratuita, y dejó como saldo un espacio habitado por tensiones sutiles, objetos en suspensión y una pregunta persistente.
Radicado en Buenos Aires desde 2010, Urrutía desplegó una obra que evitó el formato tradicional de exhibición para convertirse en una experiencia inmersiva. La muestra fue pensada como una única instalación, una suerte de “sinfonía visual”, donde cada pieza dialogó con las demás a través de relaciones de altura, peso, tensión y comportamiento en el espacio. Nada aparecía aislado: todo parecía formar parte de un mismo cuerpo en movimiento.
El eje conceptual giró en torno a una reflexión íntima sobre la posibilidad de elevación y suspensión de las cosas, una exploración de la dualidad entre la materia y sus estados de transformación. El vuelo, más que una imagen literal, funcionó como metáfora del desplazamiento, del tránsito y del cambio de punto de vista. En ese cruce, la obra habilitó lecturas abiertas: lo medioambiental, la geografía, el universo onírico, los procesos de tránsito, la soledad.
Uno de los puntos de inflexión del recorrido fue Reductos de la inmensidad I (2025), un cuerpo volador híbrido -a medio camino entre barrilete, ave y objeto- que se erguía en el punto más alto de la sala, atravesado por una flecha. La pieza condensó una sensación de detención y anhelo, como si el movimiento quedara suspendido en un instante de gracia. Más adelante, Despedida (2025) propuso una mirada cenital: un cielo frágil, liviano, que confrontaba al visitante con la precariedad de su propia representación y detenía el paso en un gesto contemplativo.
Aunque la exhibición se montó en pocas semanas, el artista explicó que el trabajo presentado era el resultado de una investigación material y conceptual desarrollada durante cuatro años. Su proceso, profundamente físico, partió de una escucha atenta de los materiales y del espacio. En lugar de imponer una idea previa, Urrutía dejó que los objetos, los pesos y las tensiones fueran guiando el hacer, en un diálogo constante entre contemplación y acción.
La relación del artista con el mundo -que él define como “geoafectiva"- atravesó toda la muestra. En su práctica, los territorios habitados y los elementos que lo rodean se convierten en materia sensible, en correspondencias que se traducen en formas. Esa mirada, construida desde la exploración manual y el vínculo con los oficios, se hizo visible en cada rincón de la sala.
La presentación incluyó además una activación duracional titulada “Acción de Conoto”, a cargo del artista Iván García. El canto del conoto -ave sudamericana de desplazamientos estacionales- resonó como una presencia sonora que reforzó la idea de movilidad, migración y tránsito, sumando una capa viva a la experiencia.
Lejos de ofrecer un mensaje cerrado, Urrutía propuso un acercamiento sin instrucciones. El recorrido no exigió comprensión, sino disponibilidad sensible. La muestra apeló a que cada visitante construyera su propio sentido, evitando lecturas complacientes o prefabricadas. En ese gesto, la obra se abrió a una reflexión dinámica, emocionalmente atenta, donde el vuelo operó como metáfora, pero también como experiencia corporal.
A veces siento que puedo volar se pudo visitar del miércoles 26 al sábado 29 de noviembre, de forma gratuita, y dejó como saldo un espacio habitado por tensiones sutiles, objetos en suspensión y una pregunta persistente: qué ocurre cuando la materia parece desafiar su propio peso y el paisaje se vuelve emocional. Ojalá regrese pronto.
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