30 de marzo 2000 - 00:00
"MIENTRAS NIEVA SOBRE LOS CERDOS"
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El guión es una fábula de injusticias y reparaciones que sintetiza, como pocas, la tediosa inclinación actual del cine norteamericano por bombardear con sermones morales al indefenso espectador, que seguramente ha pagado su entrada para buscar una módica diversión.
La época es la inmediata posguerra, y en el bello pueblito todos odian, por razones históricas, a los japoneses. El recuerdo y la geografía de Pearl Harbor están muy cerca de allí. Un día aparece muerto un pescador, el más noble y valeroso del pueblo; al lado de él había, como único testigo, un japonés, quien a la sazón cuenta en su foja de servicios con más de un acto de heroísmo durante la guerra, y del lado del Tío Sam. Eso no obsta para que todos, o casi (trabaja Ethan Hawke, que debe jugar la contraparte), quieran condenarlo como responsable de esa muerte.
En el juicio, el abogado defensor es el gran Max von Sydow, a quien se le debe una de las pocas buenas frases de la película (cuando el juez lo llama al orden y le pide que actúe según su edad, le responde: «Si le hiciera caso, tendría que actuar como muerto»). Pero también a él le toca, fatalmente, el papel de vocero de la moraleja: no hay que odiar, hay que distinguir al japonés malo del que peleó en nuestro bando, no hay que discriminar, ni dejarse llevar por prejuicios, etcétera. Alguna subtrama accidental (el enamoramiento que siente el bueno de Hawke por la mujer del japonés y que lo detiene, varias veces, de actuar según su conciencia) no sirve más que para dilatar el trá-mite del obvio desenlace. Dirigió el australiano Scott Hicks, a quien Hollywood importó tras sus sentimentalismos de «Claroscuro».
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