8 de octubre 2001 - 00:00
"Para estrenar en Broadway se debe entregar hasta el perro"
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Richard Kalinoski.
P.: ¿Esas imágenes lo llevaron a escribir la obra?
R.K.: Yo me había recibido en Dramaturgia en la Universidad de Pensilvania. Tenía mi título de dramaturgo, que no es un título común en los Estados Unidos. Lo que no quiere decir que estuviera calificado para ponerme a escribir una obra de teatro.
P.: ¿Cuándo sintió que podía enfrentar ese tema?
R.K.: Con el tiempo comencé a recolectar anécdotas que tuvieran que ver con las historias de los abuelos de mi esposa. Pero la idea de escribir una obra me intimidaba, porque trataba de un pueblo y una historia que yo no entendía del todo. Cuando me estaba recibiendo en la Universidad, escribí la obra «Tiempo de vida», sobre una familia armenia en los Estados Unidos, que no tiene ninguna relación con el holocausto armenio, pero que fue un ejercicio útil. Mucho después, un amigo me dijo que revisara lo que había escrito sobre el tema armenio. Pensé si el tema me atraía al punto de trabajar en él 4 o 5 años, que es lo que me iba a llevar a convertir esas ideas en una obra. Por ese tiempo leí la biografía de una novia niña. Me impresionó la vivacidad que tenía esa huérfana armenia que venía para casarse con un extraño y tenía que construir una vida de pareja con alguien que no le provocaba ningún afecto natural. A mí siempre me interesó indagar sobre lo que une a un hombre y una mujer o lo que destruye esa relación. Imaginé una obra sobre el matrimonio, con una pareja que no comienza enamorada, pero termina amándose. Me gustó que fuera una love story al revés.
P.: ¿Cómo empezó a contar esa historia de fondo romántico, pero atravesada por un holocausto?
R.K.: Mi primera imagen fue esa novia de 15 años escondiéndose de su esposo debajo de una mesa. En la Argentina el director hizo que se esconda sobre la mesa. A nadie en las distintas puestas que se han hecho en el mundo se le había ocurrido esto. Algo que me ha demostrado la flexibilidad de mi obra y, además, que cada vez que vengo a la Argentina aprendo algo nuevo.
P.: ¿Cómo está hoy el teatro en los Estados Unidos?
R.K.: Se están escribiendo y produciendo muchas obras nuevas que no llegan a Nueva York. Hay una preponderancia de intereses que tiene que ver con «la diversidad», palabra muy de moda en estos momentos. Allí entran los dramaturgos de la comunidad negra, hispanos, asiáticos y de otras minorías que tienen una categoría especial asignada por ciertas fundaciones o teatros, y tienen mayores posibilidades de lograr la producción de sus obras. Creo que esa tendencia va a continuar varios años.
P.: Bueno, «Una bestia en la luna» trata de una minoría...
R.K.: Sí, pero no que esté de moda. Cuando marqué ese punto, me dijeron: bueno, nosotros hace años hicimos una obra armenia, como si con eso hubieran saldado cuentas con esa comunidad.
Colores
P.: ¿Uno de los ejes de sus obras es el tema racial?
R.K.: Ultimamente estoy tratando cuestiones sutiles sobre la coexistencia de personas blancas y negras. Este tipo de investigación no es muy común proviniendo de un autor blanco. Se toleraría si me apellidara Brown o Johnson y no como me llamo. En «Between men and cattle» cuento cómo un chico negro puede ser convertido en ídolo mediático por un periodista blanco, eso para mí es otra forma de discriminación.
P.: ¿Por qué importa llegar a la escena en Nueva York?
R.K.: Si bien he escrito una veintena de obras, ésta me sigue dando vueltas en la cabeza. A pesar de haberse dado en 50 ciudades de los Estados Unidos y en muchas de Europa, estoy esperando ansiosamente su puesta en Nueva York. Una producción en Broadway u off Broadway es esencial. Esto es discutido, pero en el canon de la dramaturgia americana resulta fundamental, es un punto vital por su hegemonía sobre el mundo teatral. Cuando difundimos entre los críticos de Nueva York los premios internacionales de «Una bestia en la luna», sólo uno se molestó en enviarnos un e-mail lacónico: «si llega a producirla en Nueva York me gustaría entrevistarlo».
P.: ¿Por qué aún no se estrenó allí?
R.K.: Tuve propuestas irrisorias, ridículas o insultantes. Los productores reclaman manejar todo en base a «te estamos dando una gran oportunidad». El dramaturgo que llega por primera vez a Nueva York tiene que entregar la obra y su familia, además de su casa y su perro. Tuve que esperar que luego de lo que ocurría en el extranjero apareciera alguna propuesta honesta y legítima, aunque en la letra chica siempre se terminen adueñando de algo. Después vendrá el siguiente problema, que es conseguir que venga el crítico de «The New York Times». Yo comprendo algunas cosas, dado que hacer una obra teatral en el circuito comercial de Broadway cuesta entre medio millón y un millón de dólares.
P.: ¿Cómo cree que será el teatro en Nueva York luego de lo ocurrido el 11 de setiembre?
R.K.: Luego de la tragedia se tendrá que recuperar, no será fácil ni inmediato, pero se logrará. De todas formas, sabremos que algunas cosas han cambiado.
P.: ¿Cómo llegó a escena «Una bestia en la luna»?
R.K.: La primera vez que tuvo una producción integral fue en Londres, en 1996, dirigida por Irina Brook, la hija de Peter Brook. Irina ha sido una adalid de la obra en toda Europa. Ella había visto la obra en un festival en los Estados Unidos y se acercó para decirme que le interesaría producirla en Inglaterra. Yo sólo vi a una mujer gentil y muy atractiva, así que le dije «Bueno, gracias», y seguí en lo mío.
En ese momento muchos, que no tenían 12 dólares en el bolsillo, se acercaban a decirme que querían producir «Una bestia en la luna». Además, en mi país hay muchos de apellido Brook. Después me enteré de que era la hija de Peter Brook y casi me desmayo. Por suerte, me llamó para repetirme que quería producirla. No sé si sin ella la obra hubiera alcanzado la difusión que logró. En 1997, también la produjo en un teatro en las afueras de París, con mucho éxito y ganó cinco premios Moliere. Luego se dio en Bélgica, Canadá, Italia y España. Conjuntamente hubo una producción en Moscú y otra en Atenas con gran éxito de crítica y público. Ahora se ensaya en Roma, en Finlandia, en Dinamarca, en la República Checa y en San Pablo...
P.: ¿Cómo construye sus obras?
R.K.: Las voy creando por secuencias muy pequeñas, como si amontonara una gran masa de arcilla donde voy a esculpir algo y no tengo idea sobre lo que finalmente va a salir. Puedo estar un año mirando esa masa de material, algo que puede parecer muy cómico pero la labor de un dramaturgo es hacer de esos retazos un mundo que sea atractivo para el público. Además, ocurre que las ideas que aparecen en una obra como «Una bestia en la luna» surgen en forma parcial y en instantes raros, en cualquier momento del día. Hasta el momento en que todas esas imágenes me toman tan completamente que me impiden hacer mi vida normal. P.: ¿Cree que el teatro experimental está pasado de moda?
R.K.: Quizá, casi seguramente. Se vuelven a contar historias.
P.: ¿Cuáles son sus dramaturgos favoritos?
R.K.: Clásicos: Arthur Miller, Tennessee Williams, David Mamet, Friederich Durrematt, Harold Pinter. Obviamente, todos además de William Shakespeare. Pero mi obra favorita es «La muerte de un viajante».
P.: ¿Luego del éxito en Buenos Aires de «Una bestia en la luna» se estrenará alguna otra obra suya?
R.K.: Están leyendo «En la piel de un abogado», que trata de enfrentamientos de sectores de la sociedad, donde el tema racial también interviene, pero de forma menor.
Vino a la Argentina para participar de un encuentro de dramaturgos. Su puesta en Europa de "Una bestia en la luna" le dio fama internacional. La obra sobre un hombre que ha huido del genocidio cometido por los turcos contra el pueblo armenio entre 1915 y 1923 se exhibe en la Argentina desde hace seis meses. La protagonizan Manuel Callau, Malena Solda y Martín Slipak.
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