Enfrentando augurios, difamaciones y amenazas, el cine argentino sigue vivo. Ayer se estrenaron nada menos que ocho películas nacionales. Diferentes en presupuesto, estilo, aspiraciones y logros, todas evidencian el amor y la testarudez de sus autores por el cine.
Pese a todos los obstáculos, el cine argentino aún sigue estrenando
Ayer se conocieron nada menos que ocho producciones, de distintos alcances y méritos, entre ellas las celebradas "Norita" y "Los domingos mueren más personas", que habían sido vistas en varios festivales.
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Dos tienen aliento internacional y ya están sonando en el exterior. “Norita” (Jayson McNamara y Andrea Tortonese, Argentina-EEUU). sobre Nora Cortiñas, luce un mérito muy singular: no es una película “militante”, sino el retrato cálido de una mujer que, habiendo sufrido lo que sufrió, supo mantener la sonrisa, el buen ánimo, y el cuerpo y la mente activos hasta los 94 años de edad. Por algo entre sus coproductores figuran Jane Fonda, Naomi Klein, los hermanos Muschietti y Gustavo Santaolalla, que hizo la música.
Por su parte, “Los domingos mueren más personas” (Iair Said, Argentina-Italia-Suiza) es la suave y levemente irónica pintura de un muchacho torpe, inseguro, con miedo a quedar solo. El novio lo dejó, el tío murió, el padre está en coma sin esperanza de mejora. La madre lo comprende, y lo soporta (preciosa actuación en tono leve de Rita Cortese). El título, bastante curioso, alude a una costumbre judía relativa a quienes mueren en viernes o sábado, día en que las ceremonias fúnebres están prohibidas.
Luego hay dos estrenos de buena factura y expectativa comercial, aunque sin nombres llamativos: “Tiempo de pagar” (Felipe Wein, surgido de la Universidad del Cine), que sigue la agitada vida de un arbolito afecto al juego y los pequeños robos para cubrir lo que pierde en el juego, en una espiral que no le da descanso ni futuro, todo con buena cámara y rostros adecuados, como para no comprar más en Florida, y “Sin salida” (Who), donde una chica es secuestrada por tratantes de blanca.
Hay otros films sobre el mismo tema (“La mosca en la ceniza”, de Gabriela David, “La guayaba”, de Maximiliano González, y “Bajo el cielo azul”, delicado corto de Martín Salinas), pero éste tiene dos originalidades: una serie de escenas insertadas a modo de realidades paralelas para los intentos de fuga, y un epílogo con advertencia de cara al público.
Otros tres son documentales hechos con el corazón y con muy poca plata, por puro amor a las personas registradas: “Oda Amarilla” (Lucía Paz), poética mirada a la madre con Alzheimer y a los recuerdos familiares que se pierden, entre renovados paseos por la playa, charlas esforzadas y tiernas y el delicado sonido de un piano como fondo; el marplatense “El mar invisible” (Lucas Distéfano), sobre la dinámica vida de un ciego que practica surf, otro ciego que se prepara para trepar sierras y si es posible también montañas y una chica que ríe, canta y enseña como si nada, en suma, tres personas admirables; y “Ciclón fantasma” (Diana Cardini), seguimiento del entusiasta creador de escenarios y muñecos del parque de diversiones de Luján. Desde la inundación, todo es mugre en el río, pero él encuentra la parte buena, inventa cosas, le silba a los pájaros y (escena deliciosa) juega con un pequeño dinosaurio de mentira como si fuera un perrito.
Por último, el fuera de serie, directo al underground, “¡Homofobia!” (Goyo Anchou), lado B de otra anterior titulada “Heterofobia”. Ajeno al Incaa, enemigo declarado de sus autoridades, lo suyo es una comedia ácida para entendidos, con pantalla dividida, apropiaciones indebidas de viejas películas, diálogos chirriantes y situaciones aún más chirriantes, algunas de ellas tomadas durante una Marcha del Orgullo. Allí una linda mujer seduce rápidamente a un “converso”, que añora su anterior estado. No es una película para todos, pero así es, en el cine argentino hay de todo. Y todavía hay cine argentino.
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