"Pollitos en fuga" es la más fecunda e imaginativa encarnación en plastilina de las viejas películas de prisioneros de guerra. Como proyecto artístico, este largometraje inglés de animación, y los que vendrán de ahora en más distribuidos por la «Dreamworks» de Steven Spielberg en los Estados Unidos, son el más serio rival con que se haya topado Disney en muchos años.
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Su realización es ejemplar, su guión abunda en hallazgos y su animación es excelente. Cabe, sin embargo, una advertencia para padres de chicos menores de 6 años: aunque el desenlace sea el clásico y adecuado happy end, el tono general de la película es de tal espesura dramática, con instantes muy negros inclusive, que los más pequeños podrían llegar a atravesar algún momento de angustia.
Por ejemplo, la escena de la ejecución de la gallina Edwina, en los primeros minutos, no desentonaría en algún film de la Segunda Guerra, tradición a la que el libro de Park y Lord cita en todo momento, en especial películas como «El gran escape» e «Infierno 17» (el foco de la acción tiene lugar, justamente, en el «stalag» 17).
En el mundo de «Pollitos en fuga», el gallinero funciona como campo de concentración, las gallinas son los POW (prisioneros de guerra), la señora Tweedy es la típica y siniestra «Lagerkommandant» -en la versión en inglés, la voz que le da Miranda Richardson es estupenda-, y su marido, el señor Tweedy, el timorato dominado al que le toca la guardia nocturna, con perros de policía y focos encandilantes.
Otros personajes, tan bien definidos como éstos, son las ratas que negocian mercaderías y el viejo gallo prisionero, un orgulloso veterano de la Royal Air Force. Y finalmente, los protagonistas: la valerosa Ginger y el «pícaro» de la película, el advenedizo gallo norteamericano Rookie (voz de Mel Gibson), astro de un circo itinerante, que cae accidentalmente en el campo y que promete a las gallinas liberarlas de allí enseñándoles a volar. El único que desconfía del «yanqui», naturalmente, será el viejo piloto inglés, siempre reacio a ese ejército de plebeyos.
Pero el cine clásico no es el único con el que dialoga el guión: el público también reconocerá, en la vertiginosa secuencia de la tentativa de escape de Ginger y Rookie en el interior de la máquina de «chicken pie» (a la que hay que anotar, por otra parte, entre los momentos más logrados del film), otra cita a un cine más reciente, el de las aventuras de Indiana Jones.
Gracias a Spielberg, que se ocupó de llevar a la distribución mundial este largo de los creadores de «Wallace y Gromit», al fin el cine de animación no dibujada (que tiene tan pocos exponentes en la pantalla grande, más allá de «Toy Story») pudo salir a la luz. Es un buen antecedente para que esto continúe.
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