El director Andrés Di Tella de niño con su madre, a quien dedica un film algo alargado pero
atractivo y que, por muchas razones, elude cualquier definición de «home movie».
«Fotografías» (Argentina, 2007, habl. en español e inglés). Guión y dir.: A. Di Tella.
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En un trabajo anterior, «La televisión y yo», Andrés Di Tella mostró desde adentro la rama paterna de su familia, que es casi un sello de recordada presencia en la historia cultural e industrial de nuestro país, y también un símbolo muy representativo de una burguesía pensante y activa, tantas veces limitada por la propia sociedad, y por unos gobernantes que suelen dificultar las obras de sus gobernados, desalentando sus esfuerzos. Ahora, su nuevo trabajo está dedicado a la rama materna, originaria de la India, y es, en comparación, más personal, incluso puede decirse más íntimo. Conviven ahí el cariño, la reconvención, una mezcla de orgullo e incomodidad de lo distinto, como señala el autor en una anécdota de su infancia en Londres, y la falta de datos.
La anécdota ilustra ciertas formas de racismo, y las dificultades naturales de crecimiento en un niño que se sabe distinto del resto por diversas razones. La falta de datos, en cambio, se relaciona con una actitud de la madre, que al casarse con un argentino sencillamente quiso romper sus lazos con la tierra natal e iniciar una vida enteramente nueva. Años después, inició otra vida enteramente nueva, sin ese argentino. Ahora el hijo tiene algunos de sus rasgos, un hijito como él, y una caja de fotos sin epígrafes. Y también tiene ingenio, tenacidad, muchas preguntas, mucha sinceridad, y ganas de viajar, porque, para conocer los pasos y las razones de su madre, y los restos de espíritu indio que él mismo pudiera tener, Di Tella cruza el campo, la precordillera, y hasta la India, donde se reencuentra con sus primos, la casa del abuelo materno, y los vagos recuerdos de unas vacaciones de infancia.
Con curiosidad, y una amable distancia en el tono de la voz, él va mostrando sus hallazgos, incluso alguno que en otra familia más convencional podría resultar incómodo, y asimismo va mostrándose ante la cámara, en breves pero sabrosas charlas con su padre (el ex ministro de Cultura de la Nación), con su hijo, con Marta Minujin, que fuera amiga de la madre, y con Ramachandra Gowda, el único hindú que hubo durante mucho tiempo en Argentina, famoso y discutido hijo adoptivo post-mortem de Ricardo Güiraldes. Surge aquí lo que pareciera una digresión, pero no lo es: un encuentro con el inefable Cadete Güiraldes, hombre que supo tomar lo bueno de su instrucción en Inglaterra, para mantener y reafirmar su argentinidad, y que, sin importarle lo que otros piensen, dice clara y frontalmente lo suyo. Y están también los primos geográfica y culturalmente lejanos, muy agradables, que aportan su mirada. Y algún elefante. Y dinosaurios, porque cada tanto, graciosamente, el hijo del documentalista insiste en que su padre haga de una vez otra clase de películas. Lo que es ésta, dura lo suyo, pero se hace atractiva, y, por muchas razones, trasciende positivamente cualquier definición de home-movie. Vale la pena.
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