6 de julio 2001 - 00:00

Viaje al interior del alma criminal

Bob Hoskins y Elaine Cassidy.
Bob Hoskins y Elaine Cassidy.
Una muchacha asustada viene huyendo de su ciudad. Cansada y exhausta, encuentra refugio en lo de un hombre solitario, de modales amables, tras quien se oculta la peligrosa personalidad de un asesino. El hombre también esconde otro secreto: mantiene viva, e imita, a su madre muerta.

Aunque la breve síntesis argumental de «Psicosis» se corresponda casi exactamente con la de «El viaje de Felicia», no podrían existir películas ni mundos tan distintos como los de Alfred Hitchcock y el canadiense Atom Egoyan, director de la celebrada «El dulce porvenir».

Más allá de la evidente referencia al clásico, a Egoyam no le interesa ocupar el lugar de epígono ni emulador del maestro, como vienen haciendo tantos cineastas que terminan pareciéndose, ellos también, al desdichado Norman Bates: se enfundan las ropas de un muerto y tratan de actuar como él.

Si en «El viaje de Felicia» hay algo en común con «Psicosis» es su punto de partida, el cruce de dos historias distintas, la de la muchacha y la del hombre, y la configuración de una nueva entre ambos que será capaz de modificar las anteriores. Pero aquí las cartas están repartidas casi desde el principio, y las sucesivas revelaciones nada tienen que ver con el acontecimiento puro, el suspenso y la sorpresa, que son la razón de ser de «Psicosis».

Egoyam no es un cineasta de la acción sino de la interioridad. Sabemos desde el primer momento que el señor Hilditch (Bob Hoskins) mantiene viva a su madre, una despótica ecónoma que daba recetas por televisión en los años '60, a través de su atesorada colección de videos. La opresiva educación que recibió de ella, presuntamente, lo convirtió en lo que es ahora: un psicópata que recoge jovencitas en desgracia y termina matándolas.

Felicia (
Elaine Cassidy) viene escapando de Irlanda, y del rigor de su padre, en busca del hombre que la enamoró y que cometió el peor de los insultos para el nacionalismo irlandés: enrolarse en el ejército británico. Que lo encuentre ahora es casi un imposible. El señor Hilditch, cuando se cruza con la desprotegida Felicia, la lleva a su lado: la serie podrá continuar con ella, según sabremos por imágenes del pasado en las que distintas muchachas atravesaron circunstancias casi idénticas.

Sin embargo, la obsesiva exploración de los personajes en la que se demora la película, y la revelación de un detalle que diferencia a Felicia de todas las demás ante los ojos de Hilditch, transforman el espacio del policial en sus antípodas: la resolución no tiene tanta importancia como la génesis, y el suspenso cede su lugar a la memoria (que, en este film, es como el suspenso proyectado hacia atrás). Acaso sea la firma más evidente de un cineasta puramente introspectivo, que se vale de elementos externos a su mundo habitual para marcar más aún su diferencia.


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