19 de junio 2003 - 00:00
Viaje de un largo día hacia el hogar
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«Mao» y «Lenin», las mujeres jóvenes que, aparentemente, constituyen una pareja, abordan en la calle a Marcia, la empleada de tienda en guerra con su propio cuerpo y su propio deseo. «Mao» la acosa sexualmente de manera frontal. Marcia la rechaza, le dice que no es lesbiana. «Yo tampoco», le responde «Mao», casi ofendida. No es un tema de identidad sexual. El espectador sonríe, o se espanta. La violencia cómica se pone en marcha.
No es el único episodio: ninguna de las dos es secuestradora, pero entre ambas secuestran a Marcia a punta de navaja; tampoco son ladronas, pero roban un taxi para llevar a la amiga a la fuerza, cumpliendo una promesa, a conocer el mar. La posterior escena del autostop, cuando una conductora que hasta parece tener estampado en la frente el sello de «futura víctima», las levanta para acercarlas hasta el balneario, confirma en su resolución esa dirección anticonvencional a la vez que representa una juguetona trampa con las expectativas del espectador.
Esa contradicción entre enunciado y enunciación es, también, la que posibilita la gran transformación del film: si bien la película asume, en la primera mitad, la apariencia de una «road movie» típica, muta en su segunda parte, durante todo el epílogo rosarino, en un auténtico «regreso al hogar», o, mejor, a descubrir que nunca lo han dejado. Es la justificación del film: los personajes se convierten, hasta de nombre («Lenin» vuelve a ser Verónica), y las máscaras empiezan a agrietarse.
Las «fuera de la ley», tras una muerte «tan de repente», ven de frente a la ley. Es otra forma de la violencia cómica cuyos antecedentes sentó, hace unos cuantos años, Aristófanes, que sabía bastante de ley, y de mujeres. Descendientes de Lisístrata, los personajes de «Tan de repente» también aprenden que, a diferencia del extraviado hombre Ulises, que siempre está lejos y siempre intentando volver al hogar, la mujer, aunque huya, nunca puede abandonarlo.
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