Durante la COP30 celebrada en Belém, el gobierno de Brasil decidió enfocar la cumbre climática en una serie de acuerdos voluntarios y metas específicas, en lugar de promover un nuevo pacto climático global. En el corazón de la Amazonia, el país sudamericano presentó un ambicioso instrumento financiero que busca cambiar el rumbo de la deforestación mundial.
Brasil define los compromisos de su COP30 y lanza un fondo global contra la deforestación
La cumbre climática se celebra en Belém. El país comandado por Lula Da Silva busca llegar a acuerdo voluntarios.
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Brasil plantea nuevas metas en el COP30 de la Amazonia.
El anuncio más destacado fue la creación del Fondo Bosques Tropicales para Siempre (TFFF, por sus siglas en inglés), una iniciativa que pretende premiar económicamente a los países que preserven sus selvas tropicales, mediante inversiones en los mercados internacionales.
El fondo ya recibió más de u$s5.000 millones en compromisos iniciales, con el objetivo de alcanzar los u$s10.000 millones durante su primer año.
Entre los aportantes se cuentan Brasil (u$s 1.000 millones), Indonesia (u$s1.000 millones), Noruega (u$s 3.000 millones, sujetos a condiciones), Francia (hasta 500 millones de euros), Portugal (1 millón de euros) y Alemania, que aún no reveló su aporte.
La propuesta parte del reconocimiento de que la mayor parte de los bosques primarios del planeta se encuentra en naciones tropicales de bajos ingresos, donde la tala continúa siendo más rentable que la conservación.
El gobierno de Brasil pretende llegar a un acuerdo global contra la deofrestación.
Críticas y dudas sobre el nuevo mecanismo
A pesar del entusiasmo inicial, el proyecto despertó objeciones en el ámbito ambientalista. Tom Picken, representante de Rainforest Action Network, advirtió: “Sin una regulación estricta destinada a poner fin a los flujos financieros hacia las industrias destructivas, el TFFF corre el riesgo de convertirse en otro mecanismo bien intencionado atrapado en un sistema deficiente”.
Otro de los ejes de la cumbre fue el compromiso internacional para disminuir las emisiones de metano, el segundo gas de efecto invernadero más relevante después del CO2, generado por la ganadería, los arrozales y las fugas de gas fósil.
Siete países, Francia, Alemania, Reino Unido, Canadá, Japón, Noruega y Kazajistán, firmaron una declaración conjunta en la que se comprometieron a reducir casi a cero las emisiones de metano vinculadas a la energía fósil y a eliminar la quema rutinaria de gas natural excedente, considerada “el medio más rápido de frenar el calentamiento climático”.
Además, Brasil y Reino Unido lanzaron un programa trianual destinado a disminuir los denominados “supercontaminantes”, gases con un potencial de calentamiento mucho mayor que el dióxido de carbono, en países que reciben asistencia para el desarrollo.
El objetivo es incluir a 30 países para 2030, movilizando u$s150 millones. Los primeros beneficiarios serán Brasil, Camboya, Indonesia, Kazajistán, Nigeria, México y Sudáfrica.
Nuevas alianzas y financiamiento climático
En paralelo, las organizaciones Global Methane Hub (GMH) y Global Green Growth Institute (GGGI) anunciaron una alianza estratégica para acelerar la reducción del metano en naciones en desarrollo, con la intención de movilizar u$s 400 millones. México, Nigeria y Senegal serán los primeros en integrarse a esta iniciativa.
Compromiso para una transición hacia combustibles sostenibles
Finalmente, 19 países, entre ellos Brasil, Canadá y Japón, firmaron una declaración conjunta para promover el uso de combustibles sostenibles y reducir la dependencia del petróleo y el gas fósil. El plan establece como meta cuadriplicar el consumo de biocombustibles, biogás e hidrógeno para 2035 en comparación con 2024, según el comunicado oficial que “permanece abierto a nuevos signatarios”.
No obstante, el anuncio generó controversias. La organización Climate Action Network (CAN) rechazó la propuesta al considerar que promueve “el uso de combustibles dudosos que solo deberían desempeñar un papel marginal en la transición energética”.
La COP amazónica de Belém marcó así el inicio de una etapa centrada en acciones pragmáticas, cooperación internacional y financiamiento ambiental, aunque las tensiones entre la urgencia climática y los intereses económicos globales continúan siendo evidentes.





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