Una nueva camada de magnates alimenta la hegemonía de Putin
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Oleg Deripaska (junto a Vladimir
Putin), Roman Abramovich (abajo y a la derecha) y Vladimir Lisin (abajo a la izquierda), rostros de la segunda generación
de superricos rusos que han sabido articular su enorme
poder económico con los lineamientos políticos del
Kremlin.
El más presentable es el «metaloligarca» Alexei Mordashov (42), dueño de Severstal, la mayor compañía de acero rusa. Con posgrados en Inglaterra, cree en la doctrina del liberal David Ricardo y es el hombre de confianza de Putin: representa a Rusia en sus negociaciones para entrar en la Organización Mundial de Comercio (OMC). De perfil bajo, es el cerebro de las adquisiciones estratégicas rusas en los EE.UU. Severstal acaba de comprar PBS Coals Corp., que provee carbón a la zona de Pittsburg, Pensilvania. Pagó u$s 1.300 millones en efectivo: apenas una pieza en el plan para que Severstal invierta 10.000 millones en la industria acerera de EE.UU.
Vladimir Lisin (52) proviene de la primera camada de oligarcas. Doctor en Economía, discreto,es el dueño de la acería Novolipetsk (NLMK) y el hombre más rico de Rusia. Hace pocos días compró «cash» (u$s 400 millones) BetaSteel, localizada en Indiana, EE.UU. Esta acería complementa la adquisición hecha en agosto de la fábrica de caños de acero John Maneely Co. Los rusos controlan ahora 10% de la capacidad de producción de acero de EE.UU.
Otro de los oligarcas con inversiones globales es Oleg Deripaska (40). Magnate del aluminio con Rusal, protegido de Putin, su fortuna triplica la de Abramovich. A través de Basic Element invirtió en Magna, la autopartista canadiense. Este mes compró 50% de VN Motori, la fábrica italiana de motores diésel, en la que General Motors es copropietaria. Lo hizo a través de Gaz Group, la mayor productora de autos de Rusia. En algunos proyectos de minería es socio de Peter Munk, el fundador de la canadiense Barrick Gold (que en la Argentina explota las minas de Veladero y Pascua Lama). Su asesor financiero es Nathaniel Rothschild, quinto barón de Rothschild.
Playboy y amante del jet set, Mijail Prokhorov (43) era dueño de la gigante del níquel Norilsk hasta hace dos meses, cuando la vendió en u$s 6.000 millones a «sugerencia» del Kremlin. La semana pasada, por orden de Putin, compró 50% de Renaissance Capital, el banco de inversión más grande de Rusia, que se iba a pique en la debacle financiera moscovita.
Pero el glamour ruso cosmopolita también tiene una mujer. Con apenas 16 años, Kira Plastinina es la diseñadora que exporta moda a EE.UU. Kira, claro, es hija de papá Serguei, el rey de una cadena de tambos que apuesta desde hace dos años a la inspiración de la nena. En 2007 abrió 40 locales en Rusia y no dudó en pagarle u$s 2 millones a Paris Hilton por sentarse en primera fila durante el desfile de su marca. En agosto inauguró una sucursal en Nueva York y cinco en Los Angeles. El business plan es que en tres años haya 50 locales en EE.UU.
También a la Costa Azul y Mónaco llegó el show ruso: los oligarcas compran mansiones, navegan megayates y ocupan los mejores hoteles. Para codearse con los «royals», Putin sale de pesca por Siberia con el príncipe Alberto de Mónaco. Hasta le habría regalado la «dacha» (cabaña rusa) que Alberto construye en las colinas de Mónaco. Eso sí: este mes, con el recalentamiento de la economía, el premier ruso no dudó en comportarse como un Romanoff. Según algunos informes, les ordenó a sus oligarcas que regresasen a Rusia las ganancias que se llevaron afuera. Con lo cual, los empresarios perdieron su independencia y Rusia y Putin conservaron sus reservas.
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