La llegada de Decathlon, la marca francesa líder en artículos deportivos, despertó una fuerte expectativa entre consumidores y retailers locales. La promesa era simple: más competencia, más variedad, mejores precios. Sin embargo, el debut dejó al descubierto una paradoja del mercado argentino: los mismos productos importados desde China o Indonesia se venden más caros en Argentina que en Uruguay y Brasil, aun cuando esos países tienen aranceles iguales o superiores.
Decathlon abrió en Argentina, pero llegó con precios más altos que en la región
La francesa debutó en el país con valores por encima de Uruguay y Brasil para los mismos productos importados. Según Fundación Pro Tejer, Argentina sigue siendo el mercado más caro de la región.
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El patrón se repite en todos los casos: Argentina es el país más caro de la región.
Los datos surgen de un informe de Fundación Pro Tejer, que comparó cinco productos, mismo modelo, misma procedencia, y los convirtió a dólares al tipo de cambio oficial para hacerlos comparables. El patrón se repite en todos los casos: Argentina es el país más caro de la región.
Según el relevamiento, unas medias de trekking Quechua cuestan un 17% más que en Uruguay y un 133% más que en Brasil. El caso más extremo aparece en las zapatillas running Kalenji, donde Argentina es 178% más cara que Uruguay y 156% más cara que Brasil. Incluso en prendas donde la diferencia parece menor, como una falda de tenis fabricada en Indonesia, los precios locales siguen por encima: 14% más que Uruguay y 39% más que Brasil.
La comparación incorpora un dato que derriba explicaciones tradicionales: Brasil aplica un arancel del 35% a la importación de indumentaria y calzado, claramente superior al 20% que cobran Argentina y Uruguay. Aun así, vende más barato.
Un país caro para vender, no para producir
El informe de Pro Tejer descarta que la explicación esté en el valor de importación o en los costos fabriles. Los productos relevados ni siquiera se fabrican en Argentina, por lo que el diferencial no surge de la industria local. La clave está en la estructura de costos doméstica.
“En Argentina, vender un producto, nacional o importado, cuesta muy caro”, resume el reporte. Y detalla una combinación de factores que presiona sobre los precios en góndola: alta carga tributaria, costos logísticos superiores a los de la región, tasas de interés elevadas en dólares, alquileres y servicios comerciales caros, y sobrecostos laborales no salariales. A eso se suma un mercado interno que perdió volumen y poder adquisitivo, obligando a las empresas a fijar precios más altos para sostener costos fijos.
La conclusión del documento es categórica: “No es que producimos caro, es que vivimos en un país caro”.
Pese a abrir el juego en un segmento dominado por marcas tradicionales, la mayor oferta no se tradujo en precios más bajos.
Más oferta, pero sin baja de precios
Para Pro Tejer, el caso Decathlon funciona como un contrapeso a una narrativa muy instalada: que los precios elevados son responsabilidad de la industria nacional. El informe sostiene lo contrario: el encarecimiento proviene del entorno económico en el que operan todas las compañías, independientemente de si producen o importan.
“El desafío no es importar más o producir más barato”, señala el reporte. “El desafío es construir un país donde producir y comercializar sea competitivo a nivel mundial”.
La llegada de Decathlon lo pone en evidencia. Pese a abrir el juego en un segmento dominado por marcas tradicionales, la mayor oferta no se tradujo en precios más bajos. Los sobrecostos sistémicos absorben cualquier ventaja esperada del volumen o la competencia.
El caso expone un fenómeno estructural: Argentina no sufre de productos caros sino de un contexto que encarece todo lo que se vende. El debate, advierte Pro Tejer, no debería girar sobre si la industria nacional es costosa o si la solución es abrir más las importaciones, sino sobre cómo lograr un entorno económico más competitivo, accesible y sostenible.
Porque, tal como concluye el documento, los precios deberían reflejar la eficiencia productiva y no la acumulación de sobrecostos externos a la fábrica. Y hoy, incluso para empresas globales como Decathlon, esa lógica está lejos de cumplirse.




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