8 de noviembre 2020 - 00:00

Cómo evitar el riesgo de contagio reputacional de una empresa

Para evitar estos hechos es necesario activar un programa de integridad que fomente el desarrollo de buenas prácticas dentro de la compañía, una solución sencilla pero muchas veces subestimada.

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En la actualidad hay una frase que está en boga en el ámbito empresarial: el riesgo de contagio reputacional. Esto es la posible afectación reputacional que puede sufrir una empresa al estar relacionada con la polémica acción o experiencia de un actor asociado con ella. Esta alianza termina impactando muchas veces en la reputación de la compañía que no tenía injerencia o conocimiento de las malas prácticas que este llevaba a cabo.

En el pasado, muchos empresarios tenían conocimiento de hechos ilícitos que ocurrían dentro de sus negocios, pero dado que las medidas paliativas resultaban demasiado costosas, dejaban que estas ocurrieran y trasladaban el costo económico de las mismas al precio final de los productos o servicios. De esta manera, silenciaban así lo ocurrido y era el consumidor quien pagaba por el acto delictivo, en este caso, de algún empleado desleal.

Para evitar estos hechos es necesario activar un programa de integridad que fomente el desarrollo de buenas prácticas dentro de la compañía, una solución sencilla pero muchas veces subestimada. Este tipo de mecanismo diseñado para el sano funcionamiento de las instituciones proviene de la industria financiera y de la propia normativa norteamericana y europea, sin embargo, hoy en día se ha extendido a los sectores más diversos.

Ahora bien, de cara a ese tipo de situaciones, ¿cuáles podrían ser buenas prácticas empresariales y cuál es su impacto? Esta serie de acciones de media o baja dificultad en cuanto a su aplicación, abarcan, por ejemplo, acciones como desempeñarse dentro de los marcos legales que atañen a la empresa, contar con protocolos de comportamiento interno, reducir los riesgos operacionales relacionados con daños a las personas, procesos internos o sistemas de gestión y tecnología o garantizar un correcto servicio o entrega de producto. Luego de su correcta aplicación, estas generan resultados que pueden ir desde aumentar la productividad, bajar los costos, reducir el impacto ambiental de la producción, mejorar el proceso productivo o elevar la seguridad en el trabajo.

Si alguien tiene dudas de su aplicación, o peor, sigue subestimando la importancia de incentivar buenas prácticas empresariales, puede analizar el caso del fraude de la constructora brasileña Odebrecht, empresa que, a cambio de licitaciones de obras públicas, dio lugar a una amplia red de sobornos y financiación ilegal de partidos políticos, que comprendía los territorios que se extienden desde Argentina hasta México. Considerado el escándalo de corrupción más grande de la historia de la región, ha arrastrado consigo la reputación de jefes de gobierno, poderosos empresarios, ministros y altos funcionarios en una decena de países.

Las políticas de anticorrupción y los programas de integridad tienen finalmente un trasfondo social. Al comenzar a trabajar en pro de terminar con los actos delictivos dentro de la empresa, las medidas y sus impactos se trasladan luego hacia el entorno externo de esta. No hay que olvidar que, en gran medida, la percepción que los consumidores tienen de una marca, nace principalmente del entorno interno de la misma. Si no hay indicios de transparencia y honradez, será muy difícil mantener la productividad y una reputación bien alimentada.

Hoy en día, ante una economía de carácter global tan competitiva y con unos stakeholders apoyados por las redes sociales y pendientes de los mínimos movimientos de las empresas, si una compañía desea expandirse y seguir creciendo debe sin lugar a dudas fortalecer mucho más sus programas de integridad y políticas empresariales sanas, e inclusive exigirlas a todas sus contrapartes, para evitar el temido contagio reputacional.

(*) Director Ejecutivo Asociado de la Práctica de Investigaciones y Disputas de Kroll.

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