Nos preguntábamos si estábamos ante tremenda tragedia debido al grupo de ineptos que gobernaba, o era un planeado Golpe de Estado corporativo que había renunciado a cualquier apariencia de Gobierno normal, con tal de poner al país de rodillas, y las corporaciones a cargo del período final de la supresión de la esfera de interés público.
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A principios de abril 2019, Mauricio Macri, Cristina Fernández de Kirchner y Roberto Lavagna eran aspirantes posibles, pero no comprobadamente firmes. Al clausurar marzo, María Eugenia Vidal advertía que iba a perder si el Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires se acoplaba y Rodríguez Larreta afrontaba una segunda vuelta, con riesgo que Lousteau se volviera a postular.
La tirantez con la UCR no cedía, las tres provincias con gobernador UCR adelantaron elecciones y había dos distritos donde la estructura iba por fuera de Cambiemos, esencialmente en Córdoba y Salta. Macri ratificaba su candidatura pese a las sugerencias de que dimitiera en favor de Mariu Vidal, pero había que esperar hasta junio. La estrategia electoral seguía siendo polarizar con Cristina Kirchner, y estabilizar del dólar. El voto a la ultra derecha pugnaba por ser la cuarta fuerza. Esto le restaba puntos a Cambiemos, aunque se sabía que “el odio” ayudaría en segunda vuelta.
Los analistas del establishment difundían que era probable que Cristina Kirchner fuera candidata y pudiera ganar. Ayudaban a polarizar, para eso contratan sus informes y pagan sus conferencias. Es cierto que se perpetuaría como la principal figura de la oposición y, de todos modos, ganaría bancas en el Congreso. Los mencionados expertos decían que no podía transferir su 35% de votos a otro candidato, que sólo lo seguiría la mitad o menos. Se equivocaron, Alberto Fernández gano por paliza. El juego sucio no tenía limites, ahora consistía en involucrar a la familia de Cristina para debilitar su espíritu. Se decía que su hija que estaba en tratamiento en Cuba podía ser extraditada.
Pero la estrategia de Cristina era descender el nivel de rebote real que tenía, induciendo la unidad en las jurisdicciones de Córdoba y Pcia. De Bs.As. Era obvio que iba crecer en base a la real calamidad económica del gobierno de Macri.
Lavagna en poco tiempo había logrado colocarse como “mejor candidato” para que el tercer espacio cobrara forma. Massa y Urtubey seguían pidiendo elecciones internas hasta junio y así, conforme estuviera Lavagna, seguirían o tranzarían. Los cronistas militantes expresaban que su peor error seria negociar un acuerdo con Cristina. También se equivocaron. El caudillo Uñac podía ser su vicepresidente, y Miguel Pichetto también. El sindicalismo peronista no Kirchnerista apoyaba a Lavagna y Ricardo Alfonsín, que se incorporaría a su confederación.
Lavagna había tomado posición en contra del aborto y propuesto que la Iglesia Católica Romana formara parte de la concertación que promoviera el apoyo a la salida de la crisis. Pero era el que tenía menos posibilidades de llegar a la segunda vuelta, aunque decían que, de llegar, era el que tenía más chance de ganar.
Mirando a la distancia, a solo cuatro meses de las PASO, los analistas políticos no acertaron una.
El plan que sobrevino con el “acuerdo FMI II”, tenía como principal objetivo “sobrevivir”. Y, esto se consiguió. Se alejó “el fantasma de la B” hasta 2019, se detuvo la espiralización del dólar y los precios en la que estaba entrando la economía. Con una inflación bajando del elevado 5% y 6% que registró en septiembre y octubre 2018, se detuvo el tren que venía de frente y disminuyó por un tiempo el desastre que hicieron entre abril y septiembre de 2018.
Pero todo volvía a enredarse, no se había logrado la imprescindible estabilidad que diera mayor tranquilidad al gobierno en 2019. Y, era año electoral, el salto del dólar de $ 40 a $ 44 con tasas de interés al 70%, era más que elocuente. La inflación no bajaba de 3/4%, había aumentado la probabilidad de que la recesión se profundizara más allá de la bonanza del campo. El robustecido estrujón monetario informado en marzo y su enérgico impacto sobre el crédito, convergían para el rugido de dolor. El mercado cambiario estuvo tirante en la segunda quincena de febrero y en marzo. Un excedente de demanda de dólares, más por el desplome de la oferta que por aumento de la demanda, ajustó vía precio, dando un salto del tipo de cambio. Por “el cepo monetario” se evitó el aumento de la demanda para atesoramiento de los pequeños ahorristas, esos perdieron en favor de abastecer la demanda de dólares de inversores extranjeros que desarmaron sus tenencias de Lecap. Eso es lo que apremió apremio el tipo de cambio.
Con el brinco del dólar, la devaluación en marzo fue de 11%, y el BCRA reaccionó. Pero cada día era más evidente que con la oferta de Leliq era imposible cumplir con la meta de base monetaria, mantener un dólar estable hasta las elecciones y someter la volatilidad de la tasa de interés. También, en el corto plazo, una inflexible política monetaria resultó, y resulta siempre ineficaz para descender la inflación, en un escenario de indexación contractual, ajuste brutal de tarifas y pase a precios de la devaluación 2018. Con el extraordinario abatimiento de la actividad económica, la recaudación empezó a caer, impidiendo el cumplimiento de la meta fiscal.
El FMI les autorizaba un déficit primario en 2019 sotovoce, incluso (-0.5%) del PBI en lugar del sobreactuado “déficit primario cero”. Un déficit primario de 1% del PBI, no ayudaría a bajar el riesgo país y, ni hablar de la tasa de interés interna, con sus secuelas perjudiciales sobre la actividad y el nivel de empleo.
Como no sabían que decir, le achacaban la culpa a Cristina Kirchner. Es que según esta estratagema, el hecho de tener chance de ser reelecta, perjudicaba la estabilidad económico financiera y cambiaria hasta el día de las elecciones, dado el recelo que crearía un regreso del peronismo.
En este escenario, se empezaban a blanquear los pronósticos 2019, haciéndolos más realistas con la calamidad que iba a comparecer. En plena estanflación, con una variación del PBI negativa para la segunda parte del año, una inflación de alrededor de 40% (que después terminaría en 54.7%), caída del empleo de alrededor de (-3%), los roedores comenzaban a abandonar la nave. Las ventas de los u$s 9.600 millones del Tesoro y la liquidación del campo no darían tregua para abastecer una demanda de dólares insaciable entre abril y octubre 2019.
Sin estabilidad económico-financiera y cambiaria ni recuperación previa a la elección, con caída del empleo y fatiga del ajuste, el contexto social se presentaba peligroso.
Se advertía irreversible una transición desordenada, con salto cambiario e inflación disparada, antes de las elecciones. La culpa de lo que Macri hacia mal la tenía el peronismo que si es que volvía. Un horror. Volverían los que le cancelaron en forma anticipada al FMI y cumplieron sus compromisos con la deuda privada.
No era eso, era una soporífera angustia por la desesperante caída de la actividad con derivaciones dañinas sobre el empleo, la recaudación, el desempeño de la meta fiscal, y la posibilidad de un estallido social, debido a la tensión política que generaba un gobierno sin ideas que flotaba esperando un milagro más. Es que los milagros se habían sucedido u8no tras otro, y en algún momento iban a dejar de ocurrir.
El agotamiento de la ciudadanía crecía, siete trimestres consecutivos de recesión terminarían sellando la más feroz de las últimas experiencias.
Para fin del mandato de Mauricio Macri el PBI acumularía una caída de alrededor del 5%, casi 11% el PBI per cápita (Sturzenegger), sin resolver ningún problema económico del país. Nada mejoró con Macri, eso sí que fue un récord inverosímil. A bastonazos del FMI redujeron los déficits gemelos distintivos del gobierno, porque ellos mismos lo habían disparado.
El próximo presidente iba a recibir una situación muy embarazosa, el que llegara debería revertir el descalabro más grande de 36 años de democracia. Cambiemos tomó un país con 25% de inflación y más que la duplicó (54.7%), devaluó 500%, disparó 50% el desempleo y la pobreza, dejó menos de 10.000 millones de reservas netas y todos los vencimientos de u$s 340.000 millones deuda acumulados, más unos u$s 80.000 millones más de Leliq transformando los pesos a dólares. Sería casi imposible en un periodo, retomar el camino de desarrollo nacional. Y aun, no se sabia nada de la pandemia, la guerra en Europa y la sequía.
Director Ejecutivo de Fundación Esperanza, Profesor de Posgrado UBA y Maestrías en universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de 6 libros.
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